Escucha la noticia
Aceptémoslo, Bolivia es un país infectado hasta la médula de socialismo, por lo que resulta muy difícil encontrar políticos que abiertamente y sin complejos defiendan el único sistema que ha logrado sacar de la pobreza a millones de personas, o sea, el capitalismo (que en resumidas cuentas es libre mercado y propiedad privada). Del mismo modo, es bastante común que quienes defienden regímenes criminales como el cubano, lo hagan sin ruborizarse; o que directamente ignoren los millones de muertos y la miseria que ha generado el socialismo en la historia de la humanidad.
Pero fuera del círculo político, las cosas no parecen ser distintas y nos encontramos con que buena parte de la población boliviana apoya -al menos electoralmente- un proyecto de país poco amigable con la libertad. Es cierto que no han existido alternativas partidarias puramente liberales (no digamos ya libertarias) pero tampoco hay duda que el apoyo electoral se decanta (de momento) por alternativas con mayor intervención estatal.
Y es en este punto donde las contradicciones afloran de forma natural. En general pareciera que no hay problema que se intervenga, regule y coarte las libertades del resto de la población, mientras no sean las propias. Entonces, si no soy ganadero está bien que se regule el precio de la carne; si no soy acaudalado está bien que le cobren más impuestos; si no soy empresario, está bien que se inmiscuyan en la dirección de su empresa.
Tal vez si seamos un pueblo enfermo después de todo, aunque por motivos distintos a los que creía Alcides Arguedas. El antropólogo George Foster acuñó el término “Imagen del bien limitado” para referirse a cierto tipo de sociedades cuyos individuos ven todos los aspectos de la vida como limitados en cantidades, incluso aquellos como el amor o la amistad. Para los individuos que viven en estas sociedades lo que una persona gana tiene que ser a costa de lo que otra pierde y por tanto todo es un juego de suma cero.
Quizá esta sea la mentalidad de una buena parte de los bolivianos y explique el por qué somos tan propensos a que el Estado intervenga y regule la vida de otras personas. Sencillamente no queremos que al resto (vecino, amigo, o cualquier otra persona) le vaya mejor, y no necesariamente por envidia, sino por el temor latente de que su prosperidad sea a costa de nuestra pobreza.
Esta forma de ver el mundo es contraria al capitalismo, ya que este último dista mucho de ser un juego de suma cero, porque desde el momento en que se hacen transacciones libres y voluntarias todos ganan.
A esto hay que sumar un discurso anticapitalista muy bien posicionado que se apoya en muletillas tales como que el capitalismo solamente beneficia a los empresarios y no a los trabajadores. Se podría discutir mucho sobre este tema, pero lo cierto es que el empresario con conexiones políticas es más bien un potencial enemigo del capitalismo, ya que puede presionar por leyes que restrinjan el libre comercio y la actividad de la competencia mediante más regulaciones. Por ejemplo, con la excusa de la cuestión ambiental, se podría restringir el libre comercio de cierto producto (digamos, vehículos usados) para aumentar los beneficios corporativos de las importadoras de autos nuevos.
A pesar de este panorama desalentador que se observa en buena parte de la sociedad boliviana, se ven ciertas luces de esperanza en el horizonte. Cada vez y con más frecuencia se escucha hablar de los valores liberales como un norte en nuestras acciones y cohesionador de voluntades. Sin embargo, queda por delante un gran esfuerzo para que este discurso llegue a más personas.
De hecho, el día que los trabajadores se den cuenta que ellos son los beneficiados con el capitalismo, que menos impuestos nos hace ganar a todos, que las restricciones comerciales resultan en productos más caros o de menor calidad, que el derecho a la propiedad privada es fundamental para la acumulación de capital y aumento de la producción, o que el estado usa la regulación para beneficios corporativos, entonces y solo entonces podremos alcanzar mejores niveles de bienestar mientras tiemblan los parásitos que viven del estado (políticos, dirigentes sindicales, amigos del poder, etc.)
Por supuesto que el capitalismo no es perfecto, y a diferencia del socialismo, no promete el paraíso en la tierra, pero su eficacia para disminuir la pobreza está ampliamente demostrada. Si, deseo una Bolivia próspera, de libre mercado y respeto a la propiedad privada; pero, por el momento, durante este 6 de agosto tendremos que conformarnos una vez más con escuchar otro discurso alusivo a la fecha en el que el caudillo de turno nos narra cómo nos salva del infierno capitalista.