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Aumento de precio en un producto básico, como lo es la tortilla de maíz en México, además de mayor incidencia de micotoxinas y una dependencia directa de importaciones de alimento, es lo que genera las políticas románticas y alejadas de la ciencia para una mejor producción agrícola.
En marzo de este año, salió un informe que alerta sobre el riesgo que se acerca para México si se mantiene el capricho de prohibir las importaciones de Organismos Genéticamente Modificados – OGM. El 2020, Lopez Obrador, anunciaba triunfante, que para el año 2024 no habría más importaciones de maíz OGM.
La proyección indica que el precio de la tortilla de maíz aumentaría de precio un 30% el 2024 y un 42% el 2025. Esto sin considerar que ya existe una inflación abrumadora que ha logrado que los precios en general de los alimentos se disparen. Esta futura prohibición también afectará de manera directa en la producción de carne.
Una proyección del World Perspectives, Inc. (WPI) presentado en el mismo informe, sobre la situación en México, concluye: que: “La seguridad alimentaria de México se verá afectada y es probable que el país se vuelva más dependiente de las importaciones de carne, lácteos y aves”. Estas proyecciones parecen pasar desapercibidas para los tomadores de decisión.
En Colombia, el cambio de gobierno y visión, da carta blanca para que el representante Juan Carlos Lozada, que se define como meditador, instructor de yoga además de animalista y vegano, busque incluir en la agenda legislativa, la discusión entre varios temas sobre la restricción de semillas OGM. Otra de sus propuestas es levantar la prohibición del consumo de marihuana para adultos. ¿Nota la dicotomía de las propuestas?
El representante carece de fundamento científico e ignora que los OGM utilizados en Colombia, por más de quince años han permitido que los agricultores reciban más de 300 millones de dólares en ganancias. Otros beneficios son que se ha reducido el uso de plaguicidas en 19%, y el impacto negativo de la agricultura también disminuyó en un 26%.
El 2020, en un trabajo en conjunto con Estados Unidos, Alemania, Filipinas, Francia y el CIAT de Colombia, se logró obtener un arroz con resistencia al tizón bacteriano. El Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) y la Inspección Sanitaria de Animales y Plantas (APHIS) del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) aprobaron independientemente este arroz que fue desarrollado con la herramienta CRISPR.
Colombia fue un paso más allá y puede ya manejar esta herramienta más precisa y que no requiere un largo proceso de regulación para ser aprobada. Ante las constantes sequías o regiones con inundaciones, este es el tipo de respuestas que precisa cada país. Semillas adaptadas a cambios metereológicos, uso de menos plaguicidas y fertilizantes, incorporando otros bioinsumos desarrollados con ciencia y tecnología.
Los tomadores de decisión en distintos países, guiados por un romanticismo falso de la “producción orgánica”, sumado a un miedo desmedido sobre el cambio climático, están tomando desatinadas decisiones respecto a la producción agrícola. Primero fue Sri Lanka, que nos mostró como una decisión ideológica, los condujo a la hambruna y luego desató mayor tensión. En Holanda, la irracional medida de suspender el uso de fertilizantes sigue ocasionando protestas por parte de los agricultores, que incluso han decidido dejar de producir varios alimentos para que las ciudades sientan la gravedad del problema.
Se une ahora Canadá. Justin Trudeau busca también reducir el uso de fertilizantes nitrogenados bajo la excusa del cambio climático. Canadá podría perder más de 160 millones de toneladas métricas de canola, maíz y trigo de primavera entre 2023 y 2030 debido al plan. Si el plan es generar una hambruna a nivel mundial, con ideologías y alarmismos como estos, seguro que lo logramos. Más valdrá una lata de atún que los fajos de billetes o un lingote de oro.
