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En periodos de crisis (sean económicas, de falta de ética y de moral, sean crisis sociales, financieras, culturales, de falta de seguridad ciudadana, entre otras), hay gente que encuentra como placebo, afirmar que prefiere no pensar en ello y dedicarse únicamente en lo que pueda ayudarle “avanzar”.
Sin embargo, ese “avanzar” con apatía a la realidad y sin tratar de transformarla por lo menos en sí mismo y/o en su entorno, termina siendo lastimosamente tan solo tibieza (otros también la denominan como hipocresía) pues por el puro interés personal utilitario, donde procuran quedar siempre bien con todos, incluido con lo corrupto y lo perverso, terminan fomentando ese ambiente contaminado, viviendo en permanentes crisis.
No se puede avanzar debidamente si se desconoce hacia dónde se va realmente. Para “avanzar” adecuadamente es menester conocer anticipadamente el contexto y para eso se precisa de una buena visión, es decir, una “vista sana” (sin trastornos ni deficiencias), esto para evitar caer en la falsa creencia de que se estaría “avanzando” hacia lo excelso cuando en realidad puede ser todo lo contrario, rumbo a lo “ínfimo”.
Lamentablemente, la miopía del futuro es el trastorno más común y habitual en la humanidad, la cual, consiste en aquella frecuente afección de buscar satisfacciones plenas e inmediatas en detrimento y puesta en peligro de su propio bienestar futuro; es decir, es la toma de decisiones basadas únicamente en obtener placer y satisfacciones plenas de manera inmediatas y rápidas (ese sesgo emocional de: ‘Yo quiero las cosas ya’), aún a sabiendas de que las mismas les conllevaran nocivas consecuencias en el futuro.
La ley de causa y efecto se basa en la idea de que toda acción provoca una reacción, una consecuencia o un resultado, por ende, como bien sabemos libertad implica responsabilidad y aunque muchos no desean asumirlo, la carga de conciencia tarde o temprano llegará a sus vidas abarcando su descendencia, por ejemplo, muchas personas siguen por generaciones esa cadena de miopía del futuro, siendo incapaces de posponer o renunciar una recompensa rápida en pos de un beneficio mayor, al extremo que de forma desvergonzada hasta se inventan pretextos o frases populares como “nadie me quita lo bailado” empero llevan una vida ansiosa o estresada en permanentes disconformidades, constantes molestias, lamentos, plegarias, fastidiado, culpando siempre al otro, al externo, nunca a sí mismo.
En materia financiera, la miopía del futuro se traduce en gastar más de lo que se gana. Es aquella indiferencia tanto hacia el ahorro como a esforzarse mediante el dominio propio a obtener una importante reserva de emergencia o de liquidez.
Menciono el dominio propio porque a casi nadie les resulta simpático ajustar gastos concernientes al placer o al entretenimiento, para ello se requiere con mayor razón de autocontrol, templanza y moderación.
En esa vorágine del consumo extremo, del esnobismo, de aquella loca búsqueda del lujo y la exclusividad, surgen padres que ceden a la avalancha de la vanidad y del despilfarro, de los suntuosos viajes, de la altivez, del engreimiento, de las insinuaciones a sueños o fantasías basados en la soberbia y en las ostentosidades, por simple ánimo de lucirse, hijos que sintonizados con esa miopía del futuro, empiezan a exigir mayores gastos de distracción y entretenimiento, confundiendo tiempo de ocio por despilfarro y/o vagancia, pretendiendo obtener satisfacciones inmediatas sin visión futura, bajo el absurdo criterio de que por tener más o por aparentarlo, se es mejor persona, sin antes siquiera preguntarse con total sinceridad ¿realmente necesito todo eso?, ¿se está realmente viviendo acorde a la propia realidad o tan solo se lleva una vida basada en la mentira, en algo que no es real? ¿están gastando por debajo de sus ingresos o, todo lo contrario, es un autoengaño?
En el área de la economía, sucede exactamente lo mismo, el déficit fiscal es cuando las administraciones públicas presentan unos gastos mayores a los ingresos en un periodo determinado de tiempo.
Cuando eso ocurre, aparecen los “síntomas”, los cuales usualmente se reflejan en alza de las tasas de interés, el tipo de cambio y la inflación.
Entendamos lo siguiente, en nuestra vida, lo único cierto y evidente, es el pasado y el presente, mientras que todo lo relativo al futuro, es cuando podemos movernos por expectativas o por simple esperanza.
Expectativa implica la posibilidad razonable de que algo suceda, porque se tiene, se maneja y procesa datos, estadísticas y probabilidades, por ende, no hay nada nuevo debajo del sol.
En ese sentido, en pleno siglo XXI, con toda la historia recorrida, para nosotros ya no debe resultar ninguna novedad de que, si se financia ese déficit fiscal, mediante endeudamiento, obviamente subirá la tasa de interés e implicará más impuestos por pagar y menos ingresos que llegan a casa; así también, si se financia vendiendo reservas, lógicamente que subirá el tipo de cambio con la consecuente devaluación camuflada de la moneda nacional; y, finalmente, si ese déficit fiscal es financiado a través de la emisión de billetes bolivianos, sin duda, producirá inflación, la cual, a su vez, retroalimenta al dólar y a la tasa de interés.
Como vemos, por cualquiera de las vías antes mencionadas o, por último, con todas ellas juntas, derivan en un aumento de la tasa de interés, mayor inflación (que conlleva a perder capacidad de compra, el salario se deprecia, el empleo escasea, etc.), afectación al tipo de cambio y más impuestos (carga tributaria).
Ante esa situación, lo aconsejable es no distraernos única y exclusivamente tratando de aliviar los síntomas sin antes atacar la raíz (el origen) de la dolencia, esto es, el déficit fiscal, y para ello, ya todos sabemos de antemano cuál es el camino de solución, sin embargo, la hipocresía es la que distorsiona todo, ya que el no gastar más de lo que ingresó ahora resulta siendo políticamente incorrecto, porque como a nadie le gusta el ajuste provocará reacciones.
En los países sudamericanos, muchas veces ya se ha evidenciado que la casta política en función de gobierno, siempre añora el unipartidismo, pensando únicamente en su propio bienestar, sin achicar al Estado, sin que exista austeridad real en la función pública y por el contrario existe aumento de la dependencia estatal, más gasto público, subvenciones, bonos, mayor corrupción y contrabando, lo cual conlleva a que la gente no tenga verdadera calidad de vida, complicando a las futuras generaciones.
Si la contaminación de la corrupción y de la hipocresía llega a un extremo totalmente generalizado y desvergonzado, ya la auténtica meritocracia y la integridad se irán por el caño, aumentando el índice de inseguridad de forma abismal, provocando que exista cada vez más gente descapitalizada, que tiene que gastar más en seguridad, educación o salud privada, y tienen que vivir encerrados entre rejas o muros altos de protección; surgiendo a su vez, más gente descarada tanto del sector público como privado, que para continuar delinquiendo usan la generación de empleos como una excusa o expiación de pecados para seguir enriqueciéndose de la mentira, la corrupción y el engaño, donde las libertades individuales quedan subordinadas a un bien común que es decidido por una oligarquía corporativa, donde la mayor discriminación es vía corporativismo, bajo la supervisión de grupos, a los cuales colocan el camuflaje del nombre o del rótulo que fuese, sea: centrales sindicales, notables, líderes mediáticos influyentes, defensores ambientales, entre otras etiquetas más, donde sólo ellos son los que saben qué es bueno y qué es malo para la ciudadanía, privando y eliminando la propiedad privada, convirtiendo a los propietarios en simples usuarios y propietarios de nada, quitándoles la capacidad de decisión y propia disposición de lo que es suyo, sea bajo el conducto de los corralitos bancarios enmascarados o no, el cepo al dólar, entre otras modalidades más que limitan los derechos y las garantías de las personas.
Para evitarnos estos y otros muchos males más, debemos pasar por la refracción, cual, si fuese una cirugía ocular LASIK, esto es, mediante el cambio de dirección de nuestros hábitos, siendo cada vez más sinceros, principalmente menos mentirosos, corruptos y dejando de gastar más de lo que producimos, eliminando de esta manera nuestra miopía del futuro con sus consecuentes deficiencias que vienen con ellas aparejadas.
No existe nueva fórmula milagrosa y sofisticada, es algo mucho más simple, que en realidad todos lo sabemos pero que muchas veces se opta por la hipocresía, la mentira y el engaño, que ocasionan mayores daños severos.
El artículo 9 de la Constitución boliviana, sugiere que el aparato estatal tenga como fines y funciones esenciales, el promover y garantizar el bienestar de las generaciones actuales y futuras, por consecuencia, ante la cruda realidad, debemos recordar la senda basada en el sentido común, esto es: 1) la importancia de una auténtica austeridad en la función pública (reducción salarial al sector público, achicamiento del Estado en todos los niveles, etc.); 2) mayor incentivo a la formalidad, la meritocracia y la integridad, pues si el esfuerzo de la meritocracia con integridad no es valorada, la respuesta será una mediocridad corrupta permanente; 3) mayor lucha contra la corrupción y el contrabando, por ende, el Estado tiene que disminuir el infierno tributario acompañado de flexibilización laboral; 4) evitar la consolidación de una sociedad hipócrita, transformando las rutinas de la corrupción por hábitos donde se aprecie la integridad, demostrada en los hechos, no en simples palabras, coloquios, seminarios, etc., sino de forma pragmática, quitándose la nociva idea de que la única manera de conseguir dinero es a través de los subsidios y de los denominados “buenos contactos”, que no es otra cosa que corrupción, eliminando los sobornos de agilización, los porcentajes por adjudicación, entre otras más, debiendo importar el mérito, la entereza y la destreza de la persona; y, 5) valoremos nuestra vida, salud y libertades individuales, dejando de lado, la mentalidad de dependencia estatal posibilitando las exportaciones, creando un bien ambiente de seguridad y certidumbre jurídica para alentar la inversión productiva privada.