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Los cubanos consiguieron que disminuyeran los tiros, pero no lograron una tregua definitiva. Mientras esté de por medio la candidatura del MAS o del bloque “popular” para las elecciones de 2025 continuarán los problemas entre Evo Morales y Luis Arce, independientemente de los buenos oficios desde el caribe o desde cualquier otro punto de la órbita populista.
Bajó la intensidad de la refriega, pero los adversarios permanecen al acecho en la Asamblea Legislativa Plurinacional o detrás de alguna denuncia que se desliza a los medios de comunicación. Eso sí, el MAS dejó finalmente de ser apertura de las ediciones informativas, un respiro para audiencias saturadas por la mediocridad de un debate político que se reduce a lavar la ropa sucia a la vista y aburrimiento de una sociedad que ya prefiere mirar hacia otro lado.
No deja de ser alarmante, de todas maneras, que cuando desaparecen las noticias que se originan en la “cocina” oficialista, los medios se queden sin agenda. La oposición conocida, que podría aprovechar estos vacíos para ganar algo de presencia, sigue fuera de poco, sin temas propios y completamente alejada del radar público.
Lo bueno es que la anemia informativa gubernamental permite que otros temas alcancen relevancia.
La lucha dramática, solitaria, heroica de Amparo Carvajal no pasa desapercibida para nadie, aunque no genera una solidaridad activa como la que cabe esperar ante semejante acto de desprendimiento de una persona mayor dispuesta a inmolarse y sucumbir al frío de invierno, con tal de preservar no solo la propiedad de un inmueble, sino la independencia de una institución democrática central como es la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia.
Desde la fragilidad, Amparo ofrece una lección conmovedora para todos, pero solo algunos, muy pocos, están junto a ella para compartir de cerca su causa.
Los líderes políticos, por ejemplo, se pronuncian desde sus redes sociales, pero demoran en acercarse al lugar que a estas alturas debería convertirse ya en una suerte de santuario de peregrinación democrática.
Amparo Carvajal no tiene ya nada que perder. Su debilidad física es su principal fortaleza, ya que gracias a ella se hace mucho más grotesca y deplorable la magnitud de la indiferencia gubernamental y del abuso del que ha sido objeto por militantes oficialistas que la asedian rutinariamente para doblegarla. La grandeza de una mujer pequeña, contra la mezquindad de un esquema de poder que justamente en este caso demuestra toda su inermidad ética.
En tiempos de apatía y desaliento político, como los que desgraciadamente se viven, solo queda el heroísmo. Ejercer la oposición no pasa por cuestionar las políticas gubernamentales, sino por poner en evidencia, incluso a costa de la vida, la crisis absoluta de valores que erosiona cada vez más rápidamente el terreno sobre el que se asienta el gobierno.
Luis Arce tuvo la oportunidad – y la perdió – de evitar que la vida de Amparo Carvajal peligre, como también tuvo la oportunidad, a la luz de las revelaciones de sus propios compañeros, de desmontar la tramoya del golpe que lo llevó a someter la justicia para llevar a la cárcel a sus adversarios políticos, sin más pruebas que un vergonzoso deseo de venganza.
El sacrificio casi religioso de la presidenta de la APDHB se ha convertido en la principal lección para una sociedad golpeada y pesimista.
No hay democracia sin entrega individual, sin compromiso, no hay democracia en un país de espectadores, pero no de protagonistas. Por todo eso y más allá de la tendencia política que uno siga, los bolivianos deberíamos estar agradecidos con Amparo Carvajal. Las miserias del poder dejan ver con más claridad la grandeza de otras causas.