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Mitos y política

No es posible que algunos dirigentes impongan al conjunto de la sociedad sus mitos, ni en el mundo ni en Argentina. Lo único cierto es la incertidumbre En los casos de Trump y de Milei la teoría sobre el síndrome de Hubrys se materializa como nunca: están embriagados de poder. Ambos están guiados más por creencias, mitos, y la ira, alejados de la vida concreta y de sí mismos. La política de Trump está desatando una ola de desconfianza hacia los Estados Unidos, sus aliados lo critican y toman medidas para defenderse de él. En el caso argentino, Nissan y Mercado Libre invierten en el México de Claudia Sheibaum; la Italia de Giorgia Meloni anunció que restringe la doble nacionalidad de los argentinos y el propio Trump desairó a Milei en su último viaje.

Jaime Duran Barba

Consultor de imagen y asesor político.

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Vivimos en sociedades regidas por dogmas religiosos y políticos, nos orientamos por creencias adquiridas en nuestra familia y nuestro entorno cultural. Las contradicciones entre ciencia, magia y arte en la política las tratamos a profundidad en nuestro libro Política en el siglo XXI, en el que intentamos poner las bases de un estudio de la política usando el método científico, sin desconocer la importancia de otras perspectivas para comprender a fondo esta actividad humana.

Incluso quienes hemos hecho un esfuerzo para comprender racionalmente la realidad creemos en mitos que nos protegen de nuestros fantasmas. Es imposible entender las acciones del gobierno de Irán sin conocer el chiismo duodecimano. El ayatollah Jamenei no puede equivocarse, porque es una especie de encarnación de Alí, nieto de Mahoma, que se comunica periódicamente con el Mahdi Oculto. Dios le guía, le dice cómo son las cosas y cuándo llegará el fin del mundo, para que comande a los justos para exterminar a judíos y cristianos. De nada serviría que alguien vaya a explicarle que es imposible que Muhammad ibn al-Hasan siga vivo después de mil años de su desaparición. Es un tema de fe.

Tampoco sería posible explicar a Putin que Rusia es un país que debería llegar a una convivencia civilizada con sus vecinos. Es un eslavista, que cree en la supremacía de Rusia, venera a la familia Romanov, que ahora está en los altares. No explica el mundo como lo hacía cuando era el ateo director de la KGB de la Unión Soviética que ejecutó al zar y a su familia, pero la verdad absoluta de ayer no tiene por qué ser la misma de la actual.

Personalmente, estoy feliz de compartir los mitos de Occidente, porque fuera de esta cultura, es raro el respeto a la alteridad. No se respetan los derechos de las mujeres, de las distintas etnias y culturas, se mata a quienes no practican el sexo como disponen los líderes políticos. Son autoritarios, tienen reyes o ayatollahs con poderes vitalicios, asesinan a disidentes, prohíben la libertad de pensamiento y de expresión.

Es posible que, si solo importa el progreso económico, tengan una organización política más eficiente que la democrática. Desde los orígenes del pensamiento occidental, en Grecia, algunos defendieron a la tiranía porque era más eficiente que la democracia. Platón se oponía a la democracia porque era un sistema en donde al tener todos el derecho a gobernar, era posible que sujetos egoístas, movidos por su vanidad personal, alcancen el poder, solo para satisfacer sus psicopatías y ambiciones.

La democracia actual surgió a fines del siglo XVIII, primero en los Estados Unidos, país fundado por la voluntad de la gente el 4 de julio de 1776. Poco después, en 1789, se produjo la Revolución francesa, que instaló la república. Las ideas políticas se desarrollan supeditadas al progreso de la ciencia y la tecnología. La revolución industrial, la máquina de vapor, el ferrocarril, el desarrollo de la imprenta, consolidaron esta nueva forma de ver el mundo.

Entre 1870 y la primera guerra mundial tuvo lugar la segunda revolución industrial, particularmente en Alemania, Estados Unidos y Japón. El mundo se iluminó gracias a la electricidad, desarrollada por Nikola Tesla, George Westinghouse y Thomas Alva Edison. La producción de bienes industriales se incrementó con la producción en serie, instalada en 1913 por Henry Ford, quien también promovió el uso del motor de combustión interna y la masificación de los automóviles. La comunicación entre los seres humanos pasó a una nueva etapa, con la aparición del teléfono, la radio, el fonógrafo, el cinematógrafo y el telégrafo inalámbrico. Los hijos de estas dos revoluciones se hicieron distintos de sus ancestros que vivían aislados, sin electricidad, cosían su propia ropa y producían sus propios alimentos.

En la política se instaló el debate entre comunismo y democracia. Las ideas de Marx resucitaron con fuerza gracias a Lenin, líder de la revolución soviética de 2017. Unos defendieron el modelo ruso de dictadura del proletariado y economía centralmente planificada, que se implantó en la mitad de Europa, China y otras partes del mundo, enfrentado a la democracia y la economía de mercado. En el siglo corto, esa fue la discusión.

Entre tanto, fuera de la escena política, se desarrollaba el mayor cambio tecnológico y político de la historia de la especie. En la década de 1930, Alan Turing desarrolló una especie de computadora. La máquina de Turing formalizó el concepto de algoritmo, y creó el test de Turing, para saber cuándo una máquina tendría las habilidades propias de un ser humano. Con las computadoras fue posible la creación de internet, se produjeron la tercera y cuarta revoluciones industriales que cambiaron todo lo existente.

La gente aprendió a comunicarse entre sí, sin pasar por los filtros de las élites. La sociedad vertical que vivimos en Occidente se derrumbó, pasamos a un mundo en el que la lógica que habíamos aprendido y la historia parecerían sobrar.

El marco conceptual que nos ubicaba en la realidad se hundió. Las palabras, divorciadas de su sentido, se convirtieron en piedras que cualquier ignorante lanza a la cabeza de su adversario. El fanatismo se difundió con las redes y formateó nuestras mentes para que los sentimientos suplantaran a los conceptos.

En las últimas elecciones argentinas, algunos dijeron que había sido derrotado el comunismo, mientras los del otro extremo decían que había triunfado el fascismo. Usando conceptos anacrónicos, luchando con fantasmas que no existen, algunos dirigentes incrementaron el caos movidos por la ignorancia.

El comunismo y el fascismo fueron ideologías del siglo pasado, que no tienen que ver con una realidad en la que lo que se discuten solo modalidades del capitalismo y de la democracia, cuando las máquinas han evolucionado más allá de lo previsible, y necesitamos replantear todo para que el desarrollo tecnológico nos sirva y no termine sometiéndonos. Hablando de comunismo han quedado en América las dictaduras somocistas de Nicaragua, y Venezuela y los escombros de Cuba.

Esta semana el mundo entró en crisis por las medidas económicas tomadas por Trump, que ganó legítimamente las elecciones en los Estados Unidos, y arremete en contra de su país y de Occidente. Vivimos el tiempo de la ignorancia ilustrada. La internet proporciona cantidades ilimitadas de información, pero muchos de nuestros líderes carecen de algo fundamental: una visión holística de la realidad, que les permita superar la idea de que los problemas de los seres humanos se reducen a negocios de bienes raíces o economía.

Los problemas más graves del mundo no se pueden solucionar construyendo un resort en Gaza y otro en Crimea para que los gazatíes se dispersen por África y los rusos y ucranianos pierdan un territorio que disputar. Lo simbólico, que está más allá de la realidad, pesa más que lo físico.

No es posible que algunos dirigentes impongan al conjunto de la sociedad sus mitos, ni en el mundo ni en Argentina. Lo único cierto es la incertidumbre. Es inocente creer que lo que parece existir será eterno. Todo puede cambiar en cualquier momento.

Había cosas que parecían imposibles, como que China, Corea del Sur y Japón hagan una alianza para defenderse de Estados Unidos, o que un presidente norteamericano anuncie que pretende invadir Dinamarca y Canadá y apoya la invasión Rusa a Ucrania. El absurdo se hizo realidad en esta semana.

Estamos en un mundo en donde el espectáculo vale más que la verdad, los mitos que están en cabezas atormentadas de algunos líderes, más que la realidad, las cuentas de los cajeros de algunos gobiernos más que los ideales.

La mente de gerentes de empresas inmobiliarias y de algunos economistas que han llegado al poder no es una hoja de Excel. Sus supersticiones matemáticas son, como las de los demás seres humanos, convicciones formateadas dentro de una cultura, una ideología, en determinadas condiciones socioeconómicas, determinadas por sus creencias religiosas y sobre todo por su biografía. Cuando los observamos recordamos el viejo texto de Sigmund Freud, sobre el presidente Thomas Woodrow Wilson, y sentimos la tentación de enjuiciar a sus padres, que con sus abusos y violencia ayudaron a forjar estos monstruos, como dice la sobrina de Trump.

En los casos de Trump y de Milei, la teoría de Owen sobre el síndrome de Hubrys se materializa como nunca. Están embriagados de poder. Para llegar fueron capaces de hablar el lenguaje de la gente común, de freír papas en el McDonald’s, vestirse de basurero, reírse de perros y gatos, cantar, bailar, divertir a su electorado. Llegados al palacio, perdieron la capacidad de comunicarse con la gente. Ambos están guiados más por creencias, mitos, y la ira, alejados de la vida concreta y de sí mismos. La democracia supone límites al poder, la existencia de instituciones que sean un contrapeso al autoritarismo. Eso es más importante que la ideología de los presidentes para los empresarios, quienes invierten su dinero y corren riesgos. Una cosa es que les divierta un líder estrafalario y otra que arriesguen sus intereses para apoyarlo.

La política de Trump está desatando una ola de desconfianza hacia los Estados Unidos, sus aliados lo critican y toman medidas para defenderse de él. En el caso argentino, Nissan y Mercado Libre invierten en el México de Claudia Sheibaum. Prefieren la institucionalidad que la poesía capitalista de Argentina, en un país institucionalmente inseguro. Como lo anticipamos varias veces, tampoco hay que confiar en la amistad con mandatarios nacionalistas pensando que sacrificarán sus intereses por Argentina. La Italia de Giorgia Meloni anunció que restringe la doble nacionalidad de los argentinos, Trump desairó a Milei en su último viaje. Nuestro país no les importa a los líderes norteamericanos en general, y menos los nacionalistas. La íntima amistad que une a Milei con Trump tampoco es tan intensa. Nunca hablaron más de quince minutos al llegar a una ceremonia.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Jaime Duran Barba

Consultor de imagen y asesor político.

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