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Aunque no constituye precisamente una novedad, las últimas semanas el ciudadano está relativamente sorprendido no por el contenido de las noticias en sí, sino por su frecuencia o regularidad, grado de violencia y, digamos “normalidad” sobre reiterados hechos criminales que denotan, pese al esfuerzo de algunos de esconderlo bajo la alfombra, la profunda penetración de las mafias del narcotráfico no solamente al estado boliviano y gobierno que lo administran, sino a la propia sociedad.
De hecho, casi no existe ya alguna actividad que no vaya precedida del adjetivo narco: tuvimos la narco chola; las narco avionetas; el narco calzón; los narco pilotos, la narco copa, etc. Obviamente, tenemos la narco política y según muchos incluyendo algunos que vienen y conocen el negocio de la pasta desde muuuy dentro, narco partidos y narco financiaciones. Ha llegado pues el momento para indagarnos, si somos un narco estado.
Ese término comenzó a usarse a finales del siglo pasado a la vista del poder que el capo Pablo Escobar tuvo en Colombia, al extremo de lograr un curul congresal e influir notablemente en campañas presidenciales. Recurriendo al más simple de los mata burros, ese neologismo se: “… aplica a aquellos países cuyas instituciones políticas se encuentran influenciadas de manera importante por el poder y las riquezas del narcotráfico, cuyos dirigentes desempeñan simultáneamente cargos como funcionarios gubernamentales y miembros de las redes del tráfico de drogas narcóticas ilegales, amparados por sus potestades legales…”.
Si bien no existe por el momento algún organismo oficial para catalogar a un estado como tal con fuerza vinculante, el experto Paul Rexton Kan, divide a los narco estados en cinco categorías según su nivel de dependencia en el comercio de narcóticos y la amenaza que el narcotráfico representa para la estabilidad nacional e internacional; son: incipiente, en desarrollo, serio, crítico y avanzado.
No estoy en condiciones de identificar en cuál de ellas nos encontramos, pero a la vista de la realidad cotidiana, por ejemplo anteayer una persona fue asesinada en Cobija por un inocultable ajuste de cuentas y hoy (escribo el sábado) se empieza a conocer que en Shinaota, 5 policías fueron salvajemente golpeados por una turba, pues habían cometido el gravísimo pecado de interceptar a 2 mujeres con 70 ladrillos de la blanca; para que retroceder a los narco generales, al Nallar y sus business, etc; siendo muy pero muy optimista, por lo menos estaríamos en el serio, si es que no ya en el crítico.
Encuentro a esos fines, no solamente una inocultable penetración en el estado y en el gobierno que lo administra – no en vano hemos sido y seguimos gobernados por algunos personajes pertenecientes a las filas de los sindicatos cocaleros cuya producción no va para el acullico ni para los matecitos- sino en la propia sociedad, lo que es mucho más peligroso. En ciertos círculos, el “éxito” (así, entre comillas) suele asociarse al que tiene poder económico precisamente por dedicarse al narco y, surgen los pobres diablos que por las migajas del banquete no sólo se hacen de la vista gorda, sino ensalzan al narco, cual si fuera un gran deportista, literato, emprendedor, artista o científico. Aun me acuerdo de una fiesta con temática “narco”, que para algunos fue una inocente travesura. Una jodita.
Hace unos años atrás, el think tank Insight Crime, ya había alertado que el estado boliviano, entre otros factores, por su crónica debilidad institucional, era el caldo de cultivo ideal para ser o convertirse en un narco estado. El poder devastador que tiene la narco mafia para la sociedad y la institucionalidad se está cada vez más mostrando y lo peor es que paulatinamente se está “normalizando”, está adquiriendo carta de ciudadanía, que es lo que precisamente trata de lograr en su estrategia de adquirir poder y lavarse. Más que el pozo en el que parece ya estamos metidos, me preocupa el costo que acarreará el intentar salir del hueco y sus costos. Ojalá aun estemos a tiempo: ¿Habrá voluntad política? ¿Institucionalidad? A propósito, Ayn RAND escribió: “Cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto sacrificio; entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada”.