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Nefando está el carnaval

(Quien calla otorga)

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Nefando está el carnaval, por desdeño mi cholita…” Esa podría ser la letra actualizada de la famosa canción, gracias a los gestores carnavaleros de Oruro, que se caracterizan por sus ínfulas grandes y su mente estrecha.

Siempre sucede algo que nos avergüenza como país receptor de turismo. Los orureños se empeñan en hacer el ridículo, no soportan la crítica y llegan a extremos como censurar, enjuiciar o incluso encarcelar a artistas, periodistas o blogueros que simplemente han expresado lo que ven y lo que sienten cuando visitan Oruro. Este año, unos periodistas de esa ciudad tuvieron el desatino de declarar persona non grata a la presidenta de la Asociación Nacional de Periodistas de Bolivia (ANPB), como si eso le valiera un comino a la opinión pública que ya los conoce por torpes y chicatos. Mis amigos orureños del mundo de la cultura y de la academia, deberían rebelarse contra la mediocridad que impera en su ciudad.

En lo que me concierne, no tengo la menor intención de regresar al carnaval de Oruro. He estado allí una decena de veces en mi vida, sin duda en mejores momentos. Las últimas me han quedado grabadas como experiencias lamentables. No soy el primero que lo dice: la desorganización, la basura en las calles, las borracheras, los orines, la falta de servicios… todo contribuye a que uno se arrepienta de haber regresado.

La última vez, hace unos diez años, me alojé en el Hotel Edén sobre la plaza principal, supuestamente uno de los mejores, que ofrecía la posibilidad de ver el acontecimiento folclórico en asientos reservados en la esquina donde pasan las fraternidades. El hotel no era barato, pero sus instalaciones eran pésimas, con escasa iluminación y decorado de mal gusto. Si uno quería cenar después de las 9 de la noche, no había servicio de restaurante y menos aún en la habitación. Y esto sucedía en los dos días más importantes del año y durante la festividad más emblemática de esa ciudad sumida en la precariedad. Cometí el error de ir los dos días: el sábado de la entrada “sobria” y el domingo de la entrada “borracha”. Así es, aunque cueste creerlo: las 52 “fraternidades” (que pagan para ser parte de la Asociación de Conjuntos Folclóricos de Oruro), muestran lo mejor que tienen el primer día de la “entrada”, y las mismas vuelven a bailar por el mismo trayecto el segundo día, pero ya diezmadas, sin máscaras, tambaleándose por la borrachera de la noche anterior. Es un espectáculo penoso.

Hay comparaciones que duelen…En el carnaval de Río de Janeiro, que tuve la oportunidad de ver de cerca el año 2005, bailan en el famoso “sambódromo” solamente 12 escuelas de samba del Grupo Especial: seis la primera noche (domingo) y seis la segunda noche (lunes). Todo se hace con el mayor esmero y las reglas son muy estrictas: los jurados sancionan a los conjuntos de bailarines que se retrasan o se adelantan, o cometen otras infracciones. Todo está perfectamente cronometrado y medido: entre 70 y 80 minutos. Cada escuela de samba destaca por su creatividad y por el lujo de los trajes y de los carros alegóricos. Detrás de cada escuela de samba que termina su recorrido, aparece un pelotón de barrenderos para dejar todo limpio inmediatamente. Cada año eligen un tema nuevo y se lucen con lo mejor que pueden en cuanto a música, baile, trajes y coreografía. Cada año la escuela peor calificada desciende a la Serie A (segunda división) y la mejor de la Serie A sube al Grupo Especial (la primera división, como en el fútbol). Todos aceptan sin chistar la decisión de los jueces (en Bolivia los perdedores harían huelga, bloquearían los caminos o declararían persona non grata a los jurados).

En Oruro les cuesta incluso repetir la misma cosa cada año, aunque ensayan fervorosamente tres meses antes. Ni siquiera tienen necesidad de componer nuevos temas musicales. La creatividad en la presentación de las fraternidades parece reducirse a la regresión cultural de bailes y disfraces. La ACFO no tiene idea de lo que significa que el carnaval haya sido inscrito en 2008 en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco. Creo que deberían quitarles ese rótulo tan malversado y vapuleado.

Por una parte, la vergonzosa borrachera general que he mencionado, y por otra, la distorsión en los trajes, en las máscaras y en las danzas. Es natural que toda manifestación cultural evolucione con el tiempo, pero generalmente para mejorar, no para empeorar. En este caso parece involucionar. Pocas fraternidades mantienen la tradición, la mayoría confunde la “innovación” con la chabacanería y la vulgaridad. Extraño los tiempos en que las máscaras de diablo, hechas en yeso, hojalata y vidrio, pesadas y probablemente incómodas, eran exponente de la habilidad artesanal. Ahora, la mayoría de los conjuntos de diablada usa máscaras de fibra de vidrio o plástico, con cuernos de un metro de largo, luces, llamaradas, humo y colores chillones. Todo kitsch y alejado de lo que hizo del carnaval de Oruro patrimonio mundial.

La “novedad” de 2025: cobrar a los periodistas y fotógrafos un “impuesto” por hacer su trabajo de difundir el carnaval. Probablemente no se dan cuenta de que gracias a ese trabajo de difusión el carnaval recibe visitantes de todo el mundo y muchísimo dinero. La mentalidad angosta y pueblerina no permite ver más allá de ese cobro oportunista no fiscalizado. Con cabalidad, la página web de la Unesco señala entre los peligros que amenazan este evento cultural “la explotación financiera incontrolada del carnaval”.

La propuesta de sustituir la industria extractivista que tanto daño ha hecho a Bolivia por la industria sin chimeneas, que es el turismo, no va a prosperar mientras los bolivianos sigan siendo ignorantes y depredadores. No olvido fácilmente las noticias grotescas que para muchos son ya “normales”: “Al menos cuatro personas fallecieron y 60 resultaron heridas en Oruro por el desplome de una pasarela”, “Declaran persona no grata a Rilda Paco en Oruro”, “Roban rieles del tren, se suspende el servicio a Uyuni”, “Roban estatuas de bronce en las plazas”, “Queman domos de empresa de turismo en el salar” y otros similares, además de los frecuentes accidentes con decenas de muertos (64 fallecidos en los dos primeros meses del año) porque los buses interdepartamentales circulan sin controles técnicos, con choferes borrachos o cansados, y cuando hay accidente graves, en lugar de suspender las licencias de las empresas por uno o dos años, sancionan seis días al chofer (cuando sobrevive).

La cultura del turismo amable que existe en otros países de la región, desde México hasta el sur de Argentina y Chile, no existe en Bolivia. A unos amigos mexicanos que fueron al salar de Uyuni en 2024 les cobraron 10 bolivianos por usar los baños o por un pedazo de papel higiénico. En las pozas de aguas termales de la Reserva Nacional Eduardo Abaroa, la encargada malencarada del restaurante pretendía que coman entrada, sopa y segundo con la misma cuchara y se molestó cuando mis amigos pidieron cubiertos. No tenemos la menor idea de cómo tratar a los turistas, somos torpes, y así nos califican, tal como podemos ver en blogs y en videos de TikTok de influencers que viajan por el mundo y establecen comparaciones entre los lugares que visitan. Algunos tienen millones de seguidores que tomarán decisiones sobre sus próximos viajes con base en esos relatos. Probablemente muchos desistirán de viajar a Bolivia.

Una vez tuve la desagradable experiencia de ver en Potosí a unos muchachos lugareños escupiendo las mochilas de turistas extranjeros. Esa imagen me quedó grabada como el símbolo de nuestra ignorancia y la pequeñez de nuestros valores.

Otro tema relacionado al potencial turístico de Bolivia y a su permanente negación, es el que ha estado en cartelera en semanas recientes: la incapacidad de la línea aérea estatal, Boliviana de Aviación (BoA) de prestar un servicio eficiente y seguro. Sus aviones (alquilados) tienen un promedio de años superior al de los aviones de otras líneas aéreas que se respeten. Llegan a Bolivia luego de cumplir un circuito de vida útil en 5 o 6 países, pero somos rehenes del gobierno que se niega a abrir los cielos de Bolivia a la competencia. El proteccionismo, que puede justificarse en la agricultura y en la cultura, no se justifica en áreas de alta tecnología donde no podemos destacar. Los cielos abiertos son una demanda sentida de la población: queremos otras opciones que contribuyan a brindar mejores precios para los usuarios, nuevas rutas y un servicio seguro y eficiente que no tenemos ahora.

Para que este país viva del turismo y genere 3 mil millones de dólares anuales, como espera mi optimista amigo Carlos Hugo Molina, falta mucho más de lo que él piensa. Para entonces Marte será un destino turístico más interesante y menos arriesgado.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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