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Durante estos meses he estado atareado analizando qué está sucediendo en la economía nacional, en especial desde febrero por la falta de divisas. También explicando en diversos ámbitos por qué está pasando ahora esta situación y no antes como sugerían varios indicadores.
De igual forma he estado proyectando los escenarios que se vendrían a futuro, porque no es posible proyectar un solo escenario como en circunstancias normales cuando uno puede decir que el PIB crecerá X% o que la inflación llegará hasta Y%.
En un momento en el que además de falta de dólares hay ausencia de información es prácticamente imposible realizar una proyección puntual, sino hacer diversos escenarios. En nuestro caso el énfasis ha sido hacer la proyección con los métodos técnicos más adecuados, para luego recién añadir el juicio razonado en las mismas mediante el uso de escenarios.
De igual forma, he estado pensando en alternativas de salida de corto y largo plazo para esta situación y considerando las políticas apropiadas como aquellas que son desaconsejables dada la experiencia internacional, en especial de Argentina y del pasado de nuestro país.
He estado pensando en las alternativas sean técnicamente correctas, políticamente viables y operativamente posibles.
Obviamente no soy el único.
Tanto mis colegas cercanos (y amigos) en el Centro Boliviano de Economía (Cebec) como otros colegas independientes o afiliados a otras instancias hemos estado atareados con estas labores propias de economistas profesionales e incluso aficionados.
Y mientras conversamos al respecto nos percatamos de que soluciones técnicas existen y las conocemos como profesionales desde hace muchos años.
Revisando una base de datos para 60 países desde 1800 se puede constatar que cada país ha tenido en promedio 20 crisis cambiarias. Así que nos enfrentamos a un viejo conocido y tenemos claras las alternativas de solución.
El problema entonces es de orden político.
Estamos en medio del fuego cruzado desde diversos frentes. Por una parte, tenemos la disputa entre la visión oficial y la percepción opositora. Día a día y hora tras hora tenemos al menos un comentarista de cada lado que nos predica que sus visiones son las correctas y que todo está bien o todo está mal.
A eso se suman las disputas ideológicas mundiales y latinoamericanas sobre las visiones de desarrollo. Tenemos las perspectivas ideológicas opuestas de que el Estado o el mercado lo pueden todo.
La evidencia acumulada nos muestra que cada uno tiene sus virtudes y defectos y que tenemos que ver cuánto mercado y cuánto Estado es adecuado para cada situación y momento en el tiempo en lugar de los absolutos que tienen carácter casi teológico y muchas veces fundamentalista.
Haciendo una analogía, tenemos a un paciente que está con apendicitis y que necesita una solución para que no tengamos luego una complicación como una peritonitis.
Mientras el enfermo sufre de dolor tenemos a familiares con distintas opiniones. Unos aconsejan usar tratamientos naturales para desinflamar el apéndice; otros aconsejan el uso de químicos artificiales que pueden tener efectos más rápidos; y algunos más apuntan a la cirugía.
Todos ellos están bien intencionados en el bienestar del familiar, pero están atrapados en sus marcos de análisis.
La solución viene de la mano de los médicos que tienen que ver las alternativas del caso de una manera pragmática, científica y obviamente ética.
Algo similar pasó con la pandemia reciente. Teníamos visiones distintas respecto al tratamiento de la enfermedad y cómo prevenir su contagio. Pero nos olvidamos de las ciencias (médicas, sociales, económicas, etc.) para ver las alternativas correctas.
Debo remarcar que no creo que los técnicos tengamos las soluciones mágicas o las respuestas a todas las preguntas. Pero creo que existe un espacio de acción para hacer lo técnico y, sobre esa base, dejar espacio a la legítima discusión sobre lo abundante que resta.
En definitiva, no tenemos un problema económico, sino más bien político.