OpiniónPolítica

Nuestro clamor es por Venezuela ¡Y por nosotros también!

Lo que pienso

José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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Con el pueblo venezolano en el corazón y con mi querida amiga y colega Carmen Beatríz Fernández en el pensamiento, dedico este homenaje, hoy 199 aniversario de la firma de la Acta de Independencia de Bolivia, también a otros dos amigos exdiputados opositores: Walter Márquez y Carlos Valero, con afinidades diversas pero unidos en el amor a la libertad en Venezuela.

Hoy lunes 05, cuando escribo, Venezuela tenía ya denunciados 21 muertos en las protestas contra el secuestro oficialista de las elecciones, decenas de heridos —por fuerzas de seguridad y por paramilitares (los colectivos)— y más 2.000 detenidos por las fuerzas del régimen (dato dicho por el mismo dictador plagiador). No es un récord de represión: en las protestas de 2014 se registraron 43 asesinados y en 2017 se estimó que fueron entre 127 y 157 los masacrados durante las protestas, dependiendo de las instituciones y fuentes que las habían registrado (aunque «un panel de expertos independientes designado por la Organización de Estados Americanos responsabilizan a tanto a las fuerzas de seguridad como a los colectivos de 131 muertes durante las protestas de 2014 y de 2017», Wikipedia, https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Fallecidos_durante_las_protestas_en_Venezuela_de_2017) pero la pregunta es: ¿Hasta cuándo las democracias de todo el mundo —sobre todo de Las Américas— vamos a soportar dictaduras que masacren a nuestros pueblos y sólo digamos consignas?

Hoy es Venezuela (además de 2014 y 2017 —las más cruentas—, también lo fue en 2002, 2015, 2016 y 2019, ésta última con 50 asesinados según Foro Penal), ayer fue en Cuba (2021) —con muertes indeterminadas, las más grandes y reprimidas desde el “Maleconazo” de 1994— y un poco antes fue Nicaragua (2018 —400 masacrados y alrededor de 2.000 heridos— y 2021).

Mañana seremos nosotros. Tendríamos que ser muy ingenuos —sustitúyase por el epíteto que le parezca más adecuado— para no entender el paralelismo entre el chavismo-madurismo de Venezuela y el masismo de Bolivia: Lo primero, por el despilfarro de los súperingresos de hidrocarburos (allá petróleo; acá gas) y la misma enfermedad holandesa de derroches extraordinarios dependiente de un recurso no renovable: Entre 1999 y 2014 —fin del último boom—, el chavismo recibió USD 960.589 millones (casi un billón de dólares americanos: imagine un 1 con doce ceros); Bolivia, con en gas, entre 2006 y 2022 —sobre todo entre 2008 y 2014— recibió alrededor de USD 50.000 millones (un 5 con diez ceros). Estatistas ambos a rajatabla, aferrados del rentismo y del despilfarro.

Segundo: La megalomanía de sus dictadores elegidos (nunca mejor la etiqueta), el Comandante Eterno —su “eternidad” acabó en 2013— y el exJefazo, enfermos de hubris (o hybris), ignorantes en sus propias medidas ambos —uno, trompetero, que recordaba cómo su madre regalaba ovejas a los profesores para aprobarlo y pasar de curso, de profesión política bloqueador de caminos; el otro, milico paracaidista, profesional golpista— y como tales, ávidos de las adulaciones de sus cortes. Al menos, Chávez Frías no salió huyendo en 2002, cuando tuvo un real golpe de Estado.

Tercero: La hipertrofia de las burocracias de “sus” Estados —así los entendieron—, fiel expresión ésta del clientelismo y, a la corta, de la implosión de sus economías producto de  la improductividad de sus inútiles. (Huelga decir cómo fue en el Ecuador de Correa y en la Argentina de los K o cómo es en la Nicaragua de Ortega-Murillo; en Cuba no es necesario decirlo porque, simplificando, todo es Estado, incluso lo que no es porque se cree emprendimiento privado permitido).

Cuarto: Justicia corrompida y corrupta; milicos y policías prosternados —algunos ejerciendo sadismo o represión por convicción y otros por billetera—; legisladores con espíritu corporativo sin más méritos que aceitadas genuflexiones —los realmente meritorios en las bancadas opositoras de allá (cuando no se inhibían erradamente de estar) y acá escasean aunque, afortunadamente, no faltan— y siga con el largo etcétera de cooptaciones.

Quinto (y última para no ser también Eterno): Poblaciones en la miserabilidad —allá— o camino de ella —acá—, dependientes de las dádivas del “Estado Padre y Benefactor” —en Venezuela las bolsas CLAP, a modo de la libreta castrista—, porque el socialismo 21 (como cualquier socialismo que esencialmente no es democrático) logra la igualdad social igualando en la miseria. Los pueblos —no los establishments— del socialismo 21, del comunismo real, del comunismo maoísta (peor el khmer) y de las democracias populares, para simplificar el recuento, pudieron o pueden decirlo.

(En la comparación me falta Arce Catacora, el engolosinado con el Poder heredado, el “Genio Económico” del modelo económico fracasado, y también Maduro Moros, el omnibusero ¿colombiano? que se adoctrinó en Cuba y que, a fin de cuentas, es marioneta de Cuba y de Los Soles).

Edmundo Gonzalez Urrutia ganó las elecciones del 28 de julio en toda Venezuela: las actas están disponibles en Internet (no las que presuntamente están fabricando a toda velocidad en los corredores del CNE con ¿expertos? chinos —si es verdad, bien que no llamaron a mexicanos porque ya sabemos cómo chapucearon en 2019) y el gobierno dilatará lo más posible cualquier decisión hasta que estén “las suyas”. (Seguro aparecerán expertos como el actual Rector salamantino, que empezó pifiando los méritos para su currículo).

En Latinoamérica, la OEA no condenó el fraude mayúsculo en las elecciones venezolanas —«la madre de todos los fraudes electorales» la denominó Andrés Oppenheimer— no porque lo rechazara, como afirmó el periódico vocero del madurismo en Bolivia, sino porque Barbados, Granada, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, Antigua y Barbuda, Bahamas (islas caribeñas, la mayoría sino todas, dependiente de la coima petrolera de Petrocaribe), Belice, Bolivia (su aliado que observa barbas arder), Brasil, Colombia y Honduras (los tres gobernados por la izquierda) se abstuvieron, mientras Dominica y San Vicente y las Granadinas (beneficiadas por Petrocaribe), México —el Pater familias del Grupo de Puebla—, Trinidad y Tobago (a tiro de cañón de la costa venezolana) y la misma Venezuela se ausentaron, lo que provocó la falta de un (1) único voto para aprobarla.

No es la hora del buenismo y de lo políticamente correcto —no mencionaré la doctrina Estrada que AMLO maneja como triquitraque en carnaval paceño— de gobernantes y políticos incorrectos y definitivamente cobardes: es la de la solidaridad efectiva, la del reclamo democrático, la de la protesta firme, la del apoyo inquebrantable al pueblo venezolano —incluidos en ese pueblo los que van a las convocatorias maduristas por razones clientelares de miseria y laburo.

El madurismo está fabricando —con el chavista-madurista Tribunal Supremo de “Justicia” y el no menos chavista-madurista Consejo Nacional Electoral— cómo “cocinar la victoria” de Maduro: O a) declarar vencedor a Maduro después de analizar las actas (hoy se vence el plazo del TSJ al CNE para que se las entregar para auditarlas), como denunciara Juan Ramón Rallo https://www.youtube.com/watch?v=bBLHi8OL4pU o b) —basándose en el falso daño por (dizque) corrupción cibernética de un “hackeo opositor” (aprovechando la difusión opositora de todas las actas https://resultadosconvzla.com/) y cómo Anonymous le declaró la guerra al madurismo— declarar anuladas las elecciones y pedir al CNE convocar nuevas a finales de año, con meses para preparar otro megafraude cuidadoso y, mientras tanto, eliminar a la oposición, físicamente o presencialmente (alertado por el expresidente colombiano Iván Duque Márquez https://twitter.com/IvanDuque/status/1820517928460062721).

En mi anterior columna escribí: «La historia se repite […] como tragedia y mayor tragedia siempre». Levantemos enérgicamente nuestra voz antes de que sea tarde para Venezuela… y para nosotros.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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