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No es fácil gobernar y Luis Arce ya se dio cuenta. No solo enfrenta la guerra abierta de su propio partido, sino la de varias organizaciones sociales que han comenzado ejercer presión para que sus demandas sean escuchadas. Mineros y cocaleros se han convertido en la piedra en el zapato de una gestión que navegaba en relativa calma hasta hace poco tiempo y es probable que otros sectores se sumen a la maratón de conflictos.
De todas maneras, la gente común observa de lejos los conflictos. Cada quien anda en sus cosas y los políticos se han convertido en parte del decorado de una obra que ya no despierta ningún interés. Apática, la sociedad finalmente ha asumido que la solución de sus problemas no depende de las genialidades de nadie, aunque no falten los “magos” y “bufones” de siempre.
Evo Morales volvió a hacer lo que mejor sabe: oposición. Y es probable que su mano esté detrás de la mayoría de los problemas. No solo ataca la gestión y a varios de los ministros, sino que siembra de escándalo la agenda pública con el destape de casos de corrupción en las reparticiones del Estado. De vez en cuando acepta una reunión con el presidente para la foto, pero no pasa de eso.
El ex mandatario tiene “soplones” políticos en todas partes que lo mantienen informado y que seguramente tienen la orden de escarbar allí donde se puede encontrar temas que puedan hacer tambalear la silla de algunas autoridades. Hasta ahora los elegidos han sido ministros, pero también los responsables de conducir despachos delicados como la Administradora Boliviana de Carreteras (ABC), que manejan enormes sumas de dinero para proyectos carreteros y que, por lo mismo, está más expuestos a las tentaciones.
Morales sabe, por experiencia, cuáles son los secretos de una conspiración efectiva y ahora aplica la fórmula con sus propios amigos. Tal vez no ordena el bloqueo de las carreteras, como lo hacía antes y durante varias semanas al año, pero mueve a otros actores para generar sensación de inseguridad e inestabilidad en las ciudades y de zozobra para los funcionarios de gobierno.
El expresidente sabe que el que menos pierde con esta guerra es él mismo. Lo que le interesa es que sea Arce el que caiga, para igualar la competencia hacia las elecciones de 2025. Una encuesta reciente revela que el rechazo a Morales llega al 66%, mientras que el de Arce y Choquehuanca sube a 44%. La resta de otros se convierte en suma cuando se juegan las candidaturas de la futura elección.
Pero Arce no solo tiene el problema interno. Crece la tensión por la fecha de realización del Censo. El gobierno falló en su intento de aislar el problema en Santa Cruz y ahora la lucha agrupa a varios departamentos. Los asesores del gobierno quisieron hacer ver que se trataba de una estrategia de desestabilización, otro “golpe”, pero el debate ha tomado una dirección diferente. Si el Censo se realiza en 2024, los resultados se conocerán con suerte en 2025, lo que significa que la distribución de los escaños en la Asamblea se haría con los datos de población del 2012.
Santa Cruz alista un paro indefinido para los próximos días y tiene el respaldo de otras regiones. Al gobierno no le sirve ni el “golpe”, ni advertir sobre cuánto perderá la región por cada día de paro, un argumento que por cierto se escuchaba con mucha frecuencia en los gobiernos “neoliberales” para descalificar a las movilizaciones sociales.
Por ahora, el ejecutivo muestra los resultados económicos como su mejor carta de presentación. Es el país con menos inflación de la región, pero a costa de subsidiar combustibles y tolerar el contrabando, lo cual tiene un alto costo. Le interesa más la llegada de productos baratos que la sobrevivencia de las pocas empresas que quedan en el país. En teoría apuesta por la sustitución de importaciones, pero en la práctica no hace casi nada para lograrlo.
El presidente Arce eligió el peor de los mundos. Es paciente con Evo, pese al sabotaje abierto contra su gestión, pero desaprovecha todas las oportunidades de llevarse bien con los empresarios y otros actores. No puede ser líder del MAS y tampoco ejerce un liderazgo muy claro en el país. El equilibrismo comienza a pasarle factura y sus números bajan en los sondeos públicos.
La realidad muestra que, si Arce quiere ser un buen presidente y eventualmente ocupar un espacio en la carrera presidencial, debe marcar distancia de Evo Morales, sin que ello implique perder a los movimientos sociales más importantes. No le vendría mal hacer nuevos amigos – ya que los viejos le pagan mal – y darle una orientación propia a su gestión.
No es tiempo de radicalismos. Los políticos apuestan a la polarización, pero a la gente cada vez le importa menos lo que hacen los políticos. Hay un nuevo escenario, pero todavía no hay actores, aunque algunos deambulen sobre las tablas. Es una oportunidad, pero no se ve a nadie que la aproveche y menos al presidente.