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Que un funcionario de gobierno diga que “su tiempo está a punto de concluir” y que dejará su cargo en el transcurso de los próximos días, solo refleja la debilidad de quienes lo designaron. Y mucho más si se trata de un vocero, que tiene la delicada responsabilidad de hablar a nombre del presidente.
Lo del vocero Jorge Richter no pasaría de ser anecdótico, si no fuera porque ya lleva varias semanas hablando de su salida, tras haber cumplido, dice, con todos los objetivos que se fijó cuando asumió el cargo.
Pero Richter, que disminuyó sin explicación sus intervenciones públicas desde hace algún tiempo, no solo se refirió a las determinaciones personales que lo llevaron a decidir con cierta parsimonia su salida, sino que en el proceso planteó algunas críticas al gobierno del que es parte y hasta se dio el lujo de decir que la vicepresidencia debe ser eliminada.
Tampoco el presidente Arce se refirió a los dichos de su vocero y menos a la decisión ya tomada, pero muy lentamente concretada, de dejar sus oficinas en la Casa del Pueblo. Tal vez durante el vuelo qué lo trasladará a Moscú, para reunirse con Putin, el mandatario tendrá tiempo de reflexionar sobre esto y decidir, es lo que corresponde en este caso, la destitución de su colaborador antes que éste formalice finalmente su renuncia.
Y es que, si Richter sigue hablando como vocero o escribiendo columnas de despedida, sus opiniones pueden ser atribuidas al presidente. El portavoz, obvio es decirlo, nunca habla a título personal y si quiere hacerlo no le queda más que dar un paso al costado. De lo contrario habrá que pensar que también Arce cree que la vicepresidencia es un adorno y que su gobierno cometió v
Más conocido como comentarista mediático, que como político, Richter consiguió ganarse la confianza de Arce en poco tiempo y dejó en una situación de incómoda irrelevancia a la ministra de la Presidencia María Nela Prada – ¿será ese el origen del problema?-, además de muchas veces asumir el rol de responder a los críticos internos, incluido Evo Morales.
En una de sus últimas entrevistas, el todavía portavoz insinuó que su alejamiento tenía que ver con la proximidad de las elecciones. Si esa fuera la razón, posiblemente su nuevo destino tenga que ver con la campaña o que, sencillamente, ya no va más en el círculo íntimo y no tiene otra forma de expresar su molestia que con dramáticos adioses.
Lo que está claro es que el vocero no quiere una salida discreta y prudente, sino una retirada lenta, ruidosa y algo atrevida, que hasta ahora no ha motivado reacción alguna en su jefe o en sus compañeros del gabinete.
De todas maneras, en tiempos de turbulencia como los que se viven, lo de Richter no deja de ser un ruido molesto, una vocería incómoda que agrava la sensación de descontrol que despierta el gobierno.
O me voy o me quedo, como en la popular canción el portavoz deshoja con cierta impudicia la margarita de su indecisión y suma, cada día, un breve capítulo más a la ya muy larga historia de su despedida.