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Una propuesta penetra en la sociedad y se torna indestructible, cuando no es ofensiva y aglutina a los diferentes sectores y estamentos. Procuramos que eche raíces para transformarse en una idea fuerza, para apuntalar una voluntad democrática colectiva que impulse y movilice las energías ciudadanas en todo el territorio nacional. Cuando conseguimos este propósito, hemos logrado instalar una causa nacional y la gente hace suya la propuesta: restablecer el Estado de Derecho.
Para este propósito es fundamental manejar un lenguaje apropiado y escoger detenidamente las palabras. Nuestros planteamientos deben rodearse de conceptos aglutinantes, no deben denigrar o descalificar al otro. Si no le damos valor a nuestras palabras y discursos, estaremos haciendo un favor a nuestro adversario y le restaremos eficacia convocadora a nuestros objetivos.
Si continuamos con el lenguaje tradicional de derrotar al comunismo, a los izquierdistas, los aimaras, los collas, los “masiburros”, los narcotraficantes, etc. No lograremos abrir grietas en los adversarios y el resultado será contrario a lo esperado. Solo conseguiremos que permanezcan unidos en un solo bloque, aquellos que no comparten las acciones agresivas y excluyentes del gobierno autoritario.
El masismo para hacerse con el poder y crecer en el ejercicio del mismo, construyó una identidad política cultural, el llamado bloque nacional-popular. Elaboraron una serie de palabras para señalar y denostar a la oposición política y cívica. Los adjetivan como golpistas, separatistas, fascistas, derecha, oligarcas, neoliberales, cambas, extranjeros, K’aras, etc. De esta manera impusieron una narrativa y un discurso de odio —con rasgos de venganza—para identificar al enemigo. Erigen un nosotros (pobres, pueblo, originarios) y ellos (los otros, ricos, foráneos).
El discurso populista, de derecha o izquierda, es utilitario y oportunista; por ello se amplifica e impone. Los populismos tienen la habilidad de montarse en las olas de descontento ciudadano, originadas por las crisis económicas, sociales o políticas. Para combatir al enemigo —porque les incomoda la oposición—, fanatizan a un conjunto de adherentes y los utilizan como grupos de choque; les duele perder la calle y la capacidad de movilizar, piensan que el espacio público es su patrimonio exclusivo. Llamarlos izquierdistas, es un piropo que no merecen.
Si verdaderamente se quiere lograr la unidad política de la oposición democrática, hay que actuar con coherencia, desprendimiento e inteligencia. El camino será arduo, para que cristalice hay que emprenderlo desde hoy, no podemos incurrir en la procrastinación y diferir los plazos para volver a improvisar. Sería un desacierto reiterar el esquema de prestarse una sigla, improvisar una propuesta y repetir candidaturas desgastadas que no tienen la capacidad de ilusionar y convencer a la gente. Hay que conformar una sólida alternativa política, desechando la lógica reduccionista del frentismo, donde cada organización impone candidatos sin credibilidad ni aceptación. Continuar abusando del voto útil, podría ser contraproducente y conducir al desaliento electoral.
Pensar que derrotaremos al masismo porque está circunstancialmente dividido, es un craso error. Tampoco creamos que por una debacle económica el régimen se derrumbaría. Tienen como aliados incondicionales a un progresismo mundial muy bien estructurado, siempre activo en los lobbies de fundaciones, universidades y prensa, con apoyo económico y “asesoramiento militar”, dispuesto a socorrerlos en los tiempos de apremio. Venezuela, Nicaragua, Bolivia y recientemente Perú, son elocuentes ejemplos.
Si en algo tiene experiencia la Internacional Progresista, es en la normalización de los conflictos. Lo convierten en un modo de vida, emplean un libreto similar en varios países, aplicando una serie de estrategias violentas para reprimir o para desestabilizar.
La relación mundial es importante para denunciar las sistemáticas violaciones de los Derechos Humanos y el ejercicio de la violencia por parte del régimen de Arce. Los acercamientos tienen que ser transversales para llegar a las instituciones de relaciones exteriores de las diferentes corrientes políticas y a gran parte de los foros internacionales. Nunca debemos minimizar, descartar, ni desanimarnos en esta labor.