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El pasado viernes 12 de agosto, la Organización de Estados Americanos (OEA) condenó con 27 votos a favor la persecución del Gobierno mesiánico y enloquecido de Daniel Ortega y de la autoproclamada bruja Rosario Murillo contra la sociedad civil, especialmente contra los representantes de la Iglesia católica. Hace rato que Murillo anhela ser una papisa.
La pequeña isla caribeña San Vicente y Granadinas votó en contra de la resolución. La delegación colombiana no asistió (quizá porque el presidente Gustavo Petro respalda a Ortega). Tampoco estuvo en la sala del Consejo Permanente la representación de Nicaragua.
Cuatro países se abstuvieron. Los cuatro son Estados acusados permanentemente de sus relaciones con el tráfico de drogas y el involucramiento de altas autoridades policiales, judiciales y políticas con la multinacional de la cocaína: el Estado Plurinacional de Bolivia, El Salvador, Honduras y México.
La Iglesia católica, a través de obispos, párrocos, religiosos y religiosas, ha denunciado en esos territorios sin ley el accionar perverso de las pandillas, de los traficantes de personas -sobre todo niñas y muchachas pobres-, y del reinado violento e impune de los narcotraficantes.
El número de casos ocupa muchos volúmenes. La prensa los registra y por ello muchos periodistas son asesinados en México, encarcelados en El Salvador, perseguidos en Honduras. En este lustro, estos Estados penetrados por las mafias han acallado más radios y periódicos que durante las dictaduras militares.
En Bolivia, un asunto inolvidable es el agravio y humillación al obispo Tito Solari de Cochabamba. Solari era desde su llegada a Bolivia un defensor de los Derechos Humanos, incluyendo los derechos de los cocaleros de Chapare cuando eran reprimidos arbitrariamente.
También trabajó en las cárceles, junto a otros religiosos, para ayudar a los presos más pobres. Varios de esos presos eran el eslabón más débil del narcotráfico; sus derechos al prediario eran vulnerados por los clanes que se han apoderado de las prisiones y la Pastoral Penitenciaria abogaba por ellos.
En esa línea de respeto a la dignidad de la persona, Monseñor Solari se atrevió a denunciar el entramado de los productores de cocaína en el trópico cochabambino. Mostró al país que no solamente era el principal producto de exportación de la provincia, sino que embrutecía a los jóvenes campesinos que poco a poco se volvían adictos.
Fueron palabras de alerta y de reflexión. Sin embargo, todo el poder del circuito coca-cocaína se hizo sentir.
Desde sus principales líderes cocaleros hasta medios de comunicación de la región humillaron y amenazaron al sacerdote.
Por esos antecedentes, no sorprende que la Cancillería del (no) Estado Plurinacional se niegue a condenar las últimas acciones de Ortega contra los sacerdotes. Los videos muestran cómo usan drogadictos para incendiar templos, profanar el Cáliz, romper la Biblia, cercar las misas con turbas.
Sorprende la actitud del representante plurinacional ante la OEA, Héctor Arce Zaconeta, a quien se suponía católico y que en más de un momento difícil que le tocó enfrentar fue amigo de la Iglesia.
El (no) Estado Plurinacional se abstuvo de decir su palabra en asuntos gravísimos para el futuro de la humanidad, como la guerra en Siria o la invasión rusa a Ucrania. Las explicaciones que intenta el canciller Rogelio Mayta en reuniones internacionales son francamente vergonzosas; arrancan silbidos.
Lo más triste es el silencio del papa Francisco. A pesar del pronunciamiento del Consejo Episcopal Latinoamericano, el papa habló de los peregrinos en su homilía, no de los sacerdotes nicaragüenses apresados.
“No te asustes y desmayes, que contigo está el Señor, tu Dios, donde quiera que vayas”, citó la Celam sufriendo junto al obispo de Matagalpa asediado por los policías antimotines frente a su parroquia.
Francisco tampoco condenó, cuando así se lo pidieron especialmente, la persecución religiosa en Cuba justificando su postura por una “relación humana” con Raúl Castro. ¿Será también amigo personal de Ortega y Murillo, la pareja que permitió la violación de la hijastra?
Mientras, la noticia pasa desapercibida en los medios de comunicación. Ya nada parece asombrar a la opinión pública. ¡Qué falta hace Presencia!