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El miércoles 19 de junio de 2024, a los 81 años de edad, se despidió de esta existencia terrenal el amigo Fernando Salazar Paredes, a quien algunos llamábamos “Palo” por su estatura y su figura erguida. No tuve contacto con él desde antes de la pandemia, pero a través de su actividad en las redes virtuales estaba al tanto de su vida campestre, en Santa Cruz, de su amor por los caballos y por los libros. Vivía en armonía con la naturaleza y no olvidaba a los amigos.
Su preocupación por los demás era patente en su cuenta personal de Facebook. Luego del estallido de la pandemia publicó el 25 de mayo de 2020: “Con el corazón en la mano y con mi fe puesta en ti, Padre Celestial, hoy me arrodillo en oración ante nuestro señor Jesucristo pidiendo por la recuperación de los enfermos por el Covid 19 y protección para aquellos que aún no sufrimos el contagio. Les pido a todos que pongan este mensaje en su estado durante al menos un día. Piensa que alguien a quien amas o conozcas pudiera estar luchando una batalla por contagio de Coronavirus”. No sé si lo escribió, pero lo hizo suyo para compartirlo.
En otro post del 24 de abril de 2020 pegó una frase alusiva a ese terremoto mundial que nos tocó vivir: “El miedo no detiene a la muerte. Detiene la vida. Y la preocupación no elimina los problemas del mañana. Nos quita la paz de hoy”. Aunque hasta entonces no se había contagiado, tiempo después fue una de las víctimas y su proceso de recuperación no le permitió volver a ser quien fue.
Aficionado a las plataformas virtuales, las usaba con facilidad a diferencia de otros de su generación. Gracias a eso tenemos sus fotos (siempre sonriente), sus comentarios sobre diversos temas, sus menciones a los amigos, y también alguna nota de humor. Por ejemplo, cuando descubrió el 15 de marzo de 2020 que su nombre en japonés era Masao: “hombre justo”, que ahora puedo usar en el título de este homenaje.
No fui un amigo cercano de Fernando, pero lo conocí y aprecié. Escribo sobre él (como lo hago cada vez con más frecuencia sobre otros amigos fallecidos), porque me temo que no lo harán los que mejor lo conocen. Siento cierta impotencia que se mezcla con una dosis de responsabilidad memoriosa para ir más allá de un emoji o de cuatro líneas de comentario compungido en Facebook, pues a eso nos hemos reducido lamentablemente en nuestras capacidades de expresión. Además, este es un país malagradecido con aquellos que le han dado mucho. Claro, no podemos esperar que el gobierno al que criticó lo recuerde con respeto (aunque debería hacerlo el Estado), pero al menos los amigos podrían escribir sobre él venciendo la modorra y poniendo en marcha su memoria y su cariño.
Fernando fue un profesional de altura (en ambos sentidos), diplomático, político, periodista, escritor… no me atrevo a decir en qué orden. Él se definió así: “abogado por formación, periodista por vocación, internacionalista por afición, diplomático por casualidad, político por preocupación y siempre he escrito por pasión”. Fue diplomático en tiempos en los que serlo no era como ahora, cuando ponen de embajador a un fanfarrón cualquiera o militante de “movimientos sociales” inventados para manipular a grupos sumisos. Su peso intelectual y su larga experiencia lo hicieron alternar el periodismo con la cátedra, la investigación y una carrera internacional en la que mostró probidad y conocimiento en cada cargo que ejerció para representar a Bolivia.
Desde 1971, cuando salió del país a raíz del golpe del coronel Banzer, fue Representante Residente de Naciones Unidas en Ecuador, Cuba, Perú y República Dominicana. Hizo en años subsiguientes numerosas consultorías y asesorías con agencias de la ONU y organismos regionales. Fue ministro de Integración Económica (1980), secretario privado de la Presidencia (1985), embajador ante la OEA (1982-1985) y la ONU (1983), entre otros cargos que ocupó.
Aunque abogado de profesión (sentía orgullo de haber estudiado en la Universidad Mayor de San Andrés, de donde egresó en 1968), ejerció el periodismo con pasión, en medios impresos y audiovisuales como Presencia, Hoy, Prensa y RadioMar, además de revistas universitarias en las que colaboró mientras era estudiante. En el periodismo encontró “las mayores satisfacciones de mi existencia”. Sobre su experiencia como gerente en Prensa (semanario independiente del Sindicato de Trabajadores de la Prensa de La Paz) durante el gobierno de Ovando, escribió un capítulo en el libro coordinado por Juan Carlos “Gato” Salazar: El periodismo en tiempos de dictadura (2021), en coautoría con Harold Olmos, ambos cercanos amigos. Años antes, en su libro Cuando escribir es un solaz… (2009) homenajeó a 45 periodistas, amigos y colegas suyos en diferentes etapas de su vida. Colocó fotos de cada uno de ellos. “Ser periodista en Bolivia y escribir con la verdad a cuestas es enfrentarse a los riesgos de las amenazas en algunos casos, las agresiones en otros y, finalmente, a la intolerancia de quienes creen que el manejo de la cosa pública les otorga una impunidad permanente”, escribió en su muro.
En 1980, cuando tuvo lugar el sangriento golpe militar de Luis García Meza, se temía por su vida. Varias personalidades académicas de América Latina expresaron su preocupación, dirigiendo cartas y telegramas al dictador y a la Unión de Universidades de América Latina.
En su artículo “Cuarentena para cuatro… hace cuarenta años” (20 de abril de 2020), narra su experiencia de preso político de Luis Arce Gómez, el despiadado ministro del Interior: “Cuarentena es sinónimo de aislamiento, incomunicación, confinamiento, encierro, clausura. Esta cuarentena que vivimos ahora y la reciente muerte de Arce Gómez despertaron en mi memoria remembranzas sobre el encierro que experimentamos hacen cuarenta años cuatro personas en manos de cuatro diferentes carceleros. No había pandemia alguna, pero sí una desmedida ansia de poder, dinero y un total desprecio por la vida humana tanto de él, como de su jefe y cómplice, Luis García Meza y otros que los acompañaron en ese sombrío momento de nuestra historia. Junto con Óscar Peña Franco fui llevado a punta de fusil al Estado Mayor en una ambulancia. Allí nos separaron. Fui conducido a una habitación donde se encontraba Juan Lechín Oquendo. En la madrugada el Cnl. Rafael Loayza, nuestro primer carcelero, ingresó y nos enmanilló juntos, pero haciendo pasar las esposas por la cabecera de un catre que había en el recinto. Mas tarde apareció Luis Arce Gómez, el segundo carcelero, acompañado por nuestro tercer carcelero, el Cnl. Carlos Mena, y se dirigió a Juan preguntándole si estaba bien”.
Escribía regularmente la columna “Precisiones” en Página Siete, y mantenía un perfil alterno de Facebook con ese nombre (desde el 29 de septiembre de 2015 y hasta el 8 de marzo de 2021), sobre política internacional, sobre todo las relaciones con Chile en el periodo de la frustrada demanda boliviana. Como lo hizo también en sus libros sobre el tema marítimo, su propuesta pedía dejar a un lado la demagogia y los mitos tan manoseados tanto por militares como por gobiernos populistas, y encarar la relación con Chile de una manera gradual y respetuosa. Fue crítico de las payasadas triunfalistas y de las torpezas de Evo Morales que acompañaron el proceso en La Haya y concluyeron con Bolivia mordiendo el polvo de la derrota.
Cuando en 2015 estaba presto a presentar en La Paz su libro El mar dentro de nosotros con (dedicado a Edgar Camacho Omiste, Juan León Cornejo y la UMSA) sucedió algo que sin duda lo irritó. El 13 de octubre publicó la foto de la invitación para la presentación de la obra en el hall de la Vicepresidencia de la República, pero dos días más tarde, volvió a publicar otra invitación de la Asociación de Periodistas de La Paz, donde se haría la presentación el mismo 20 de octubre: “Por razones que no alcanzo a comprender, me he visto forzado a cambiar el lugar de la presentación de mi libro El mar dentro de nosotros que debía realizarse el próximo martes 20 a horas 19:00 en el Hall de la Vicepresidencia del Estado”, escribió sin más detalles, pero podemos suponer lo que había sucedido. El suplemento Animal Político del diario oficialista La Razón le dedicó ese 25 de octubre de 2015 un reportaje con una gran foto en la portada.
El prólogo del libro lo escribió mi primo Jorge Gumucio Granier desde su exilio en Pittsburg. No era difícil atar cabos entre el contenido de la obra, crítico de las acciones del gobierno, y el acto de censura que obligó a cambiar el lugar de la presentación. A tiempo de hacer un apretado repaso de anteriores negociaciones con Chile en las que Fernando fue partícipe, Jorge Gumucio escribe: “Por disposición del canciller Mario Velarde Dorado, acompañé en 1982, en los pasillos de la OEA, a las conversaciones entre Fernando y el canciller chileno Rojas Galdámez, y fui testigo de cómo la delegación boliviana logró reponer los principales términos de la resolución del tema marítimo cuando el país se reincorporaba al sistema democrático del hemisferio. Es más, me tocó apreciar la contribución de Fernando al éxito boliviano en la Asamblea de la OEA de 1983, cuando él, con solvencia profesional, junto al canciller José Ortiz Mercado, pudo lograr el reconocimiento y el apoyo chileno a la resolución marítima de ese año. Su capacidad de persuasión logró que la representante chilena, Mónica Madariaga Gutiérrez, convenciera a su gobierno de acompañar esa resolución, que se ha convertido en la única con la que Chile estuvo de acuerdo”.
Es seguro que frases como las que siguen irritaron a los prepotentes autócratas bolivianos, Evo Morales y García Linera (en campaña electoral continua: “Juntos vamos bien para vivir bien”…), embarcados en un juicio a Chile sin más sentido que su repercusión en la política interna: “Salazar Paredes señala que no hay desarrollo sin paz y no hay paz, sin justicia. La superación del injusto enclaustramiento geográfico de Bolivia será un acto de justicia internacional que contribuirá a la paz. Con precisión, identifica claramente que el problema marítimo es bilateral, su solución es trilateral y lo multilateral es solamente coadyuvante”, escribió Jorge. Y esta otra frase, un gancho al hígado demagógico del MAS: “Salazar Paredes reafirma que los grandes éxitos en materia internacional no son producto del protagonismo desmedido, sino de la sagacidad, habilidad, idoneidad y hasta la discreción de los estadistas que saben desenvolverse en un ámbito donde los altos intereses de un Estado son más transcendentales que los discursos o las frases de impacto”.
Es sabido que la política marítima del MAS carecía de “rigurosidad científica y calidad académica” que reclamaba entonces Fernando Salazar, aunque Carlos D. Mesa trató de darle ese contenido durante su conflictuado paso por La Haya. Fernando celebró, el 30 de septiembre de 2015, la reputada entrevista del expresidente Mesa en la televisión chilena, que dejó en alto la dignidad boliviana: “Gracias Carlos. Tu intervención causó una inmodestia positiva por parte de todos, pues a todos nos hizo sentir bien. Y, seguramente, muchos chilenos han debido ponerse a pensar -como no lo hacían antes- sobre la necesidad y oportunidad de reparar esta injusticia para que su vida también valga la pena ser vivida”.
“Fue una década perdida”, “un periodo de estancamiento y a menudo de retroceso”, dijo Fernando en una entrevista (en 2016) al referirse a las negociaciones del gobierno de Evo Morales con Chile. La “falta de idoneidad” y de oficio tenían mucha responsabilidad porque “la diplomacia es el arte de la persuasión, no es el arte de la amenaza”. Más adelante, sus opiniones a lo largo del proceso de La Haya (algunas forman parte de su libro El mar dentro de nosotros) van en la misma línea. Para él, la demanda marítima era como “un partido amistoso, que no aporta puntos, ni es clasificatorio”, y no lo que nos hizo creer el líder cocalero.
Lamentablemente, casi todos los enlaces que compartió en “Precisiones” (su muro en Facebook), ya son enlaces muertos, tanto los de Página Siete, como los de La Razón, El Deber y otros medios, lo cual prueba que “papelito habla”: lo peor que uno puede hacer es confiar en esa “nube” de internet que no aguanta nada y que al cabo de un tiempo se disipa. Las ediciones impresas sobrevivirán a esa nube que no es otra cosa que un servidor en Virginia o en Seattle. Las columnas que publicó en Página Siete son inaccesibles debido a la mezquindad del dueño que decidió no solamente cerrar el mejor diario independiente de Bolivia, sino además ponerle candado a los archivos de internet. En un país donde reina la posverdad las cosas (y las personas) desaparecen como por arte de magia. Por suerte algunos de esos textos fueron reproducidos en el portal de Inmediaciones, y están todavía en línea.
Las últimas veces que conversamos, un par de meses antes de la pandemia, fue a raíz del apoyo desinteresado que brindaba desde su casa en Santa Cruz a la canciller Karen Longaric, para armar un equipo diplomático que pudiera representar dignamente a Bolivia después del fraude electoral que provocó el abandono del poder de Evo Morales y de todo su equipo.
A principios de mayo de 2021 publicó un artículo titulado: “¿Qué me tocará escribir todavía…?”, donde mira retrospectivamente su trayectoria: “En lo que podría considerarse el otoño de mi vida, repasando nostálgicamente todas las primaveras vividas, los inviernos de adversidades experimentadas y los veranos con realizaciones satisfechas, no puedo contentarme frívolamente con el simple relato de pasajes buenos o malos. Es preciso hacer un alto en el camino, mirar hacia atrás, también para adelante, y afinar el rumbo. Es preciso dejar el ejemplo de una vida plena para poder traspasar la posta…” Ese fue su artículo final: “He escogido este momento para concluir una etapa”. Bueno… casi el último. No pudo resistir la tentación de publicar “Si un Mandela fuera Presidente de Bolivia…” el 29 de junio de 2022, en el portal Inmediaciones.
El último post en su cuenta personal de Facebook, el 9 de abril de 2023, reproduce la canción del MNR, “Siempre”, no porque él siguiera siendo militante (fue diputado del MNRI entre 1985-1989) sino como reconocimiento a una generación que condujo profundas transformaciones sociales.