OpiniónEconomía

Para que Bolivia no se convierta en Venezuela

Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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La dinámica política está en su apogeo y no se vislumbra un ganador claro de las siguientes elecciones. Más allá de quién sea elegido, creo que muchos estamos atentos a qué políticas implementará para mejorar la situación económica, tan deteriorada durante esta década.

Uno de los riesgos importantes es que el candidato elegido, sin importar de qué partido es, no tenga una estrategia específica para hacer frente a la crisis, con lo cual la situación económica se deteriore aún más. En esos casos, el gobierno electo puede volverse autocrático como Venezuela.
A diferencia de los golpes de Estado del siglo XX, las democracias del siglo XXI tienden a morir lentamente. La concentración del poder, la exclusión del disenso y la manipulación de las reglas del juego han llevado a retrocesos democráticos incluso en países con elecciones regulares. Bolivia no es inmune a esta tendencia.

Como advierte Timothy Snyder, autor de “Sobre la tiranía”, la defensa de la libertad empieza en lo cotidiano: no aceptar el lenguaje del odio, exigir transparencia, y rechazar cualquier forma de imposición disfrazada de “voluntad popular”. En los últimos años, hemos visto cómo desde distintos sectores se ha recurrido a discursos que dividen al país entre “el pueblo verdadero” y “los enemigos”, lo que socava el pluralismo indispensable para una democracia.

La prestigiosa institución Brookings alerta en su Democracy Playbook 2025 que se debe evitar la “trampa de la dominancia”, esa creencia de que un solo actor debe controlarlo todo. Esta lógica, común tanto en gobiernos de izquierda como de derecha en América Latina, es incompatible con una democracia pluralista. Bolivia, como país diverso, no puede seguir gobernándose bajo una lógica de amigo-enemigo.

Incluso el reconocido estratega de mercados Philip Kotler en su libro “Democracias en descenso” sostiene que las democracias pueden deteriorarse, aunque mantengan elecciones. Cuando las instituciones se colonizan por intereses partidarios, cuando se acallan las voces críticas, lo que queda es una fachada democrática. Esta advertencia resuena en Bolivia: la justicia sometida, el sistema electoral cuestionado y el uso del aparato estatal con fines partidistas debilitan la legitimidad del régimen democrático.

Desde un enfoque estructural, los economistas y premios Nobel de economía Daron Acemoglu y James Robinson plantean que la democracia solo se consolida cuando las élites no temen perderlo todo si se democratiza el sistema, en su magistral obra “Los orígenes económicos de la dictadura y la democracia”. En Bolivia, tanto el poder concentrado en nombre de “las mayorías” como las élites que se atrincheran en posiciones corporativas sin voluntad integradora bloquean la construcción de un proyecto común. Necesitamos pactos inclusivos, un Estado imparcial y un sistema que no sea botín de facciones.

¿Qué implica esto para el futuro inmediato? Que Bolivia necesita una democracia mejor, no menos democracia. Una que promueva el diálogo, no el monólogo. Que abra espacio a nuevos liderazgos colectivos, no que repita el ciclo de caudillos mesiánicos. Que fortalezca la libertad de prensa y el debate público, en vez de acallarlos con propaganda.

La próxima cita electoral no debe ser solo una disputa de cargos, sino una oportunidad para redefinir el contrato democrático. Persistir en la ruta del autoritarismo disfrazado de legitimidad popular es un camino sin salida. Apostar por una democracia inclusiva, institucional y deliberativa es la única vía sostenible.

La democracia boliviana no se salvará sola. Se necesita una ciudadanía activa, instituciones fuertes y liderazgos dispuestos a construir consensos. El reto es estar a la altura del momento, y proyectarlo hacia un futuro donde nadie sea dueño del poder, y todos tengan voz.

En lo personal me gustaría una en la que socialistas, socialdemócratas y libertarios puedan conversar, argumentar, redargüir en un entorno de libre expresión y no de franca exclusión y odio.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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