Escucha la noticia
El gran dilema de la política actual es que se mueve en un campo agotado. De alguna manera todos percibimos que las disputas entre las fracciones masistas hacen parte de una forma de lo político que pensamos se había superado con la democracia de 1982. Las disputas, las acusaciones, los dobles discursos, las trampas etc. hoy la ciudadanía las cataloga como una manera muy particular del pasado inmediato, y considera que la forma de hacer política no solo es más próxima a cada cual y mas simple en la medida y que tiene que ver con mis necesidades cotidianas, sino, además, que a superado una larga época en que giraba en torno a personalidades de toda calaña, unos buenos, otros malos, y algunos desastrosos.
Cuando la política se hacía posible a través de los caudillos, el conjunto de aspectos que hacían directamente a mis necesidades generalmente quedaba eclipsado por la verborrea o el carisma de este. La personalidad del líder era el catalizador fundamental de todo discurso ideológico y las formas políticas se sujetaban en gran medida a la característica de los lideres y sus maneras de pensar.
Esto fue vital para aquella época en que los grandes discursos ideológicos (en boca de grandes dirigentes) dominaba el subconsciente político de la sociedad, se trataba sin duda de grandes hombres, unas veces certeramente localizados en la realidad, otras penosamente equivocados y algunos de ellos, a punto de transgredir el orden de la normalidad y ser devorados por una metafísica criminal, sin embargo, a medida que las formas de representación de la democracia liberal fueron deteriorándose, la distancia de los ciudadanos con los grandes discursos nonagésimos se hizo mayor al punto que en las primeras décadas del siglo XXI, la política “tradicional” estaba tan lejos de las organizaciones políticas “tradicionales” que cualquiera comprendía que “su partido” ya no hablaba en nombre suyo. así fue como los partidos terminaron en estructuras cerradas, oligárquicas, personalizadas y cada vez mas distantes de sus supuestos representados. Michels definió esta situación con la famosa Ley de Hierro, según la cual toda organización política termina en un grupito de ambiciosos.
Este peculiar fenómeno ha logrado que la realidad política de las nuevas generaciones se mueva a dos niveles: el que fue válido hasta finales del siglo XX, y el que nació con el nuevo siglo, de manera que la política desarrolló un perfil diferente; nada de lo que podía ser un buen argumento en los años 90, parecía ser importante en los años 2000 y lo que los políticos rescataban de la realidad era igualmente diferente entre ambas épocas, es decir, la realidad había cambiado al punto de que los lenguajes de la vida cotidiana se hicieron políticos, y los lenguajes políticos perdieron progresivamente significación ciudadana y sonaban a demagogia.
Un poco de esto experimentamos hoy. Cuando padecemos las rencillas entre masistas, o cuando escuchamos a la oposición, sentimos que algo no esta funcionando bien, aunque sin duda, lo expresado sea una verdad a claras luces, y es que, lo que suena como apropiado es lo que se estructura como mensaje o como acción en la cotidianidad, en lo que surge en el llano del día a día, que no es, en ultima instancia, lo que nace en las entrañas de la política.