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¿Por qué los políticos no se unen?

Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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A días de la definición de los binomios para las elecciones presidenciales, el tablero político se ve más atomizado que cohesionado. Las posibilidades de articulación en torno a liderazgos fuertes se ven bloqueadas por decisiones que, desde fuera, parecen contradictorias. Si los actores saben que ir divididos reduce sus posibilidades de triunfo, ¿por qué insisten en lanzarse por separado?

La respuesta no es solo emocional: es estratégica. Y puede entenderse mejor con la teoría de juegos, una herramienta que analiza cómo las personas racionales toman decisiones interdependientes, especialmente cuando los beneficios colectivos no coinciden con los incentivos individuales.

El ejemplo clásico de este problema es el “dilema del prisionero”, que se ha convertido en una de las metáforas más poderosas de las ciencias sociales. Dos personas son arrestadas por un crimen y se les interroga por separado. Si ambos guardan silencio (cooperan), reciben una pena leve. Si uno delata al otro y el otro se mantiene callado, el primero queda libre y el segundo recibe una condena severa. Si ambos se delatan, son castigados con penas intermedias.

Aunque la mejor opción conjunta es guardar silencio, el temor a ser traicionado empuja a cada uno a delatar, produciendo un resultado peor para ambos.

En política, ocurre algo similar con las alianzas electorales. Los candidatos saben que una coalición puede tener más posibilidades de vencer a un adversario fuerte o evitar la dispersión del voto. Pero también saben que, en una alianza, deberán ceder poder, visibilidad o posición, y que la distribución interna de esos beneficios no siempre es predecible ni equitativa.

Desde esta perspectiva, el cálculo racional de un liderazgo político no siempre es “ganar las elecciones”, sino preservar su influencia relativa, aun perdiendo el proceso electoral. Muchos candidatos prefieren mantener sus votos como capital político propio antes que diluirse en una coalición donde podrían desaparecer, quedar relegados o volverse prescindibles.

Esta lógica ha sido formalizada por académicos como William Riker, quien en su clásico “La teoría de las coaliciones políticas” propuso que los acuerdos tienden a ser “mínimamente ganadores” para evitar muchos participantes.
Pero en sistemas fragmentados y de baja confianza, esas coaliciones mínimas no se concretan. Bruce Bueno de Mesquita y su equipo, en “La lógica de la sobrevivencia política”, profundizan este punto: los líderes políticos actúan para maximizar sus chances de mantenerse relevantes, incluso sacrificando resultados colectivos.

En el caso boliviano, esta racionalidad se hace evidente. Los precandidatos opositores saben que, por separado, ninguno superaría el 20%, pero también desconfían de que una alianza garantice un reparto justo del poder. En el MAS, las fracciones enfrentadas comparten una base, pero disputan quién encarna la “verdadera” legitimidad del proyecto.

En ambos casos, la posibilidad de una traición—ser desplazado, minimizado o instrumentalizado—hace que la opción individual parezca más segura.

Un estudio reciente de mi excolega en el banco central, Jonnathan Cáceres, aplica la teoría de juegos a este proceso electoral; y, entre otras cosas, muestra que las alianzas lógicas desde fuera no se concretan porque los actores perciben que tienen más que perder que ganar. La distribución de poder en una coalición es incierta, y la desconfianza mutua refuerza la decisión de ir solos.

La teoría de juegos no lo explica todo, pero sí ilumina un punto crucial: la decisión de ir solo no es irracional. Desafortunadamente es sensata desde la lógica de sobrevivencia política individual. Lo trágico es que, como en el dilema del prisionero, todos podrían estar mejor si supieran cooperar, pero el miedo a perder lleva a todos a perder más.

La historia política boliviana ya ha mostrado los costos de la fragmentación. Repetir el juego con las mismas reglas, y con los mismos temores, podría llevarnos nuevamente al mismo desenlace.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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