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En el siglo XVII, Europa veía surgir el pensamiento liberal, el cual –como planteamiento político y filosófico opuesto a las monarquías absolutistas de la época– encendería la llama para una revolución social sin precedentes en el mundo: la Revolución Francesa de 1789. Así, emergería el denominado Estado liberal o República constitucional. El objetivo de esta nueva versión del Estado-nación era la eliminación de todo privilegio basado en el derecho hereditario; en otras palabras, instituir la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.
Pasaría menos de un siglo para que muchos pensadores percibieran que esta nueva forma de organización política era incapaz de deshacerse de todas las desigualdades heredadas del sistema anterior. El capitalismo no se erigía en igualdad de condiciones, sino sobre la base del capital acumulado por unas minorías a partir de sus privilegios bajo el Estado anti-igualitario anterior. Aunque se había alcanzado una igualdad formal, las desigualdades materiales y de oportunidades anteriores a la República continuaban reproduciéndose y, en este marco, nacería el pensamiento marxista como antítesis del Estado liberal.
Más adelante, el temor a una revolución comunista obligaría al Estado liberal a hacer concesiones que encaren los problemas de la clase obrera. Entretanto, la experiencia comunista rusa terminó de convencer al movimiento obrero europeo de rechazar el proyecto marxista revolucionario en favor de un proyecto socialdemócrata pacífico y respetuoso del Estado de derecho. Al tiempo que mantenía los fundamentos del Estado liberal, el Estado social de derecho abordaría también las desigualdades perpetuadas por este, dando lugar a una mayor estabilidad y cohesión social. Desde esta perspectiva histórica, Pierre Rosanvallon describe al Estado social de derecho no como sustituto, sino como fase más avanzada del Estado liberal.
En América Latina, el salto al republicanismo se dio, por su parte, a partir del Estado colonial. ¿Y qué ocurrió? Pues que muchas de las desigualdades del sistema anterior también fueron heredadas por la República, por ejemplo, la distribución de la tierra. A pesar de los grandes avances que se dieron en el marco de la República, como el sufragio universal o la reforma agraria, la desigualdad material y de oportunidades de las poblaciones anteriormente excluidas, principalmente etnias y pueblos indígenas, continuaban reproduciéndose en el Estado liberal como herencia del Estado colonial. En respuesta a esta realidad social, nacería en América Latina el plurinacionalismo, cuyo único exponente actualmente –formalmente hablando– es el Estado Plurinacional de Bolivia.
El proyecto plurinacional puede entenderse, en su filosofía democrática, como análogo al proyecto socialdemócrata, aunque adaptado a la pluralidad de etnias, culturas y poblaciones indígenas que conviven bajo un mismo marco constitucional en los Estados latinoamericanos. Sin embargo, contrario a la experiencia europea pos Estado protector, el único plurinacionalismo llevado a la práctica ha debilitado, más bien, los logros institucionales de la revolución liberal. En Bolivia, el Estado de derecho y la división de poderes viven bajo la constante amenaza de un poder ejecutivo demasiado fuerte, los «checks and balances» son prácticamente imperceptibles, y la democracia se está convirtiendo apenas en una forma de obtención de poder que excluye a las minorías políticas. Evidentemente, se ha avanzado respecto a la representatividad social y política de las diferentes etnias que habitan el territorio boliviano; no obstante, este progreso tiene como precio, al menos por ahora, la instalación de una tiranía de la mayoría, como observaría Alexis de Tocqueville.
Asimismo, los avances en términos materiales y de oportunidades continúan siendo bastante modestos. En la práctica, las políticas sociales en Bolivia no siguen ninguna de las lógicas de los Estados de bienestar descritos en la tipología de Gøsta Esping-Andersen: de reducción de la pobreza, en el caso liberal; de seguridad social, en el conservador; o de derechos sociales universales, en el socialdemócrata. Las políticas sociales «plurinacionales» siguen casi exclusivamente una lógica clientelista, lo que podría explicar sus tímidos logros socioeconómicos y muestra una relación estrecha con sus tendencias tiránico-mayoritarias.
Partiendo de las consideraciones mencionadas, es fácil encontrar, en las reflexiones habituales sobre el Estado plurinacional boliviano, argumentaciones acríticas en su favor y en su contra; o el plurinacionalismo es inmejorable, o no existe ningún tipo de aporte a reconocerle. De hecho, en base a esta última visión, algunos pensadores proponen regresar al republicanismo. Más allá de reflexiones morales e ideológicas, veamos si esta aspiración es, por un lado, realizable a nivel sociopolítico y, por el otro, deseable a nivel normativo.
En el estudio de las instituciones, existe un factor denominado «dependencia del camino», el cual apunta a la relevancia de las trayectorias históricas y evolutivas de las instituciones para entender los resultados que obtienen en el presente, lo que también se conoce como nivel de rigidez institucional. Visto desde esta perspectiva, retroceder por completo a una constelación institucional anterior se convierte en una tarea particularmente complicada. De hecho, la historia muestra que, una vez sobrepasada la institucionalidad liberal-republicana, ninguna sociedad ha revertido este proceso para volver al Estado liberal, a causa tanto de la rigidez institucional interna, como del carácter simbólico y emotivo que adquieren ciertos avances en la cultura política de una sociedad, a pesar de todas las demás deficiencias que pueda presentar el modelo a nivel general. En los hechos, entonces, tanto institucional como social y políticamente, volver al republicanismo anterior al Estado plurinacional se muestra como una opción poco plausible.
Por otra parte, un factor decisivo para evaluar la calidad de un sistema político es su estabilidad. En sus 184 años de historia, la República de Bolivia se caracterizó por su inestabilidad interna –marcada por una revolución, una guerra civil y una infinidad de levantamientos. En sus 14 años, el Estado plurinacional parece no haber resuelto las fricciones sociales subyacentes; es más, parece alimentarlas. Si bien la diferencia de extensión temporal no permite una comparabilidad óptima entre ambos modelos, la inestabilidad social y política salta a la vista como un claro común denominador. En ese contexto, proponer salir de un modelo de inestabilidad para regresar a otro modelo de inestabilidad constituye una contradicción que, a nivel normativo, difícilmente se deja sustentar.
Asimismo, se debe reconocer que, aunque el Estado de derecho y la división de poderes fueron mejor cultivados en los últimos años de republicanismo que en los primeros de plurinacionalismo, la inclusión social, la representatividad política y el reconocimiento de las formas de organización de las distintas etnias son un logro del Estado plurinacional. Ahora bien, lo que antes era la invisibilización de los pueblos indígenas, hoy peligra en convertirse en la invisibilización del mestizaje y de las etnias minoritarias. Lógicamente, no se trata de un análisis exhaustivo de los pros y contras de ambos modelos, sino más bien de reconocer que, al igual que viene siendo el caso en el Estado plurinacional, volver al Estado liberal no implica avances en todos los aspectos, sino también retrocesos.
En este marco, normativamente hay aspectos tanto deseables como indeseables en ambos modelos de Estado. Precisamente esto percibieron las sociedades europeas más avanzadas en la construcción de sus Estados, y cada una terminó adaptando a su contexto una versión específica de Estado social. Eso sí, retroceder al Estado protector o a la eliminación de los avances de la revolución liberal nunca más volvió a ser una opción. Por tanto, haciendo una analogía con el proceso europeo, vale la pena preguntarse: ¿Es viable un plurinacionalismo liberal, es decir, un Estado que festeje y respete su pluralidad étnica y cultural sobre las bases de valores republicanos, como la separación de poderes y el imperio de la ley?
Hoy nos toca mirar hacia el futuro. El Estado plurinacional, con todos sus altibajos, es nuestra realidad. Progresar no es regresar a un sistema con sus propias falencias, así como no lo es ignorar las deficiencias del sistema actual por ser novedoso. Progresar inteligentemente implica mantener lo avanzado y recuperar lo perdido. En ese sentido, quizá la idea del plurinacionalismo liberal nos sirva como un pequeño impulso para empezar a repensar Bolivia hacia un futuro mejor.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo