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Bolivia es finalmente miembro pleno del Mercado Común del Sur (MERCOSUR) en medio del escepticismo de los entendidos en comercio exterior. Y no es para menos. Ingresamos a una zona de libre comercio como enanos en un partido de la NBA. Para muestra un botón: nuestros indicadores macroeconómicos (PIB anual y per cápita, IDH, Deuda y Déficit como % del PIB) compiten con Venezuela por situarse a la cola de los seis países. En suma, los términos de intercambio comercial no nos son favorable casi en nada.
Con el fin del ciclo del gas (¡gracias Evo, gracias Lucho!) perdimos una gran oportunidad de protagonismo como “hub gasífero” del Cono Sur y sólo nos queda el intercambio desigual, por volumen, precios y productividad de la agroindustria y de la minería, a parte, claro está, de la sagrada industria agroquímica de los llanos chapareños.
Adicionalmente, un gobierno tan ideologizado como el nuestro no debe sentirse muy cómodo en compañía de tres países que ven diferente al mundo, otro más pragmático que izquierdista y otro desquiciado.
Algunos analistas preguntan retóricamente: ¿qué sacamos del MERCOSUR -más allá de incluirnos en otros tratados de libre comercio de dudosa utilidad- que no recibíamos de la anacrónica Comunidad Andina de las Naciones (CAN)?
Gracias a errores, descuidos y omisiones, ingresamos al MERCOSUR debilitados por haber sido excluidos del corredor bioceánico por la inseguridad y el mal estado (¡gracias, hermanos bloqueadores!) de nuestras carreteras; debilitados también por la autoexclusión del cable informático bioceánico que nos fue ofrecido en bandeja de plata en 2019 por Chile y Brasil (y eso que no se puede bloquear los data); debilitados últimamente también por nuestros retrasos culpables en el negocio internacional del litio al cual ni siquiera hemos ingresado.
Pero, como dice San Pablo, ¡en la debilidad está nuestra fuerza! Sí, precisamente el litio, el programa esperanzador, maltratado a más no poder y a punto de fracasar, puede ser la punta de lanza de nuestra eficaz razón de ser en el MERCOSUR.
En efecto, en algún momento la industria automotriz brasileña despertará a la electromovilidad, empezando por producir cátodos, baterías y coches eléctricos baratos destinados especialmente al aún virgen mercado regional. Es una oportunidad única para el litio boliviano, considerando que los otros lados del “triángulo”, uno – Argentina- es un negocio de privados con mercado orientado a ultramar, aunque con tímidas ínfulas de industrialización, y el otro -Chile- ni siquiera es parte del MERCOSUR.
¿Qué se necesita para explorar y encaminar esa posible cooperación de los países del MERCOSUR en torno al litio boliviano y a la futura industria electromotriz brasileña? Que la Cancillería negocie una alianza estratégica con el gobierno y empresas del Brasil, para proporcionar el carbonato de litio calidad batería, que se espera producir pronto, al mercado de ese país; incorporar en esa alianza a empresas bolivianas e internacionales de gran experiencia y envergadura en la cadena del litio para garantizar el correcto desarrollo del programa; rehabilitar las vías férreas necesarias para transportar eficientemente las miles de toneladas de carbonato de litio que extraeremos de los salares; gambetear -como sólo el MAS sabe hacerlo con la ley- la ideología que la CPE ha implantado presuntuosamente, contaminando la minería con restricciones sectarias en la forma de contratos y participación del capital privado de riesgo. Y, no último, usar más visión estratégica, y menos “borsalinos” y folclore andaluz, en las relaciones internacionales.
La oportunidad de construir la cadena del litio en Sudamérica existe, pero el tiempo se acaba.