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En mi artículo anterior, mencioné la importancia de saber y entender qué es lo que la sociedad convalida, porque sus resultados pueden ser atroces.
La semilla de la corrupción es la mentira y el engaño. Mentir es «decir o manifestar lo contrario de lo que algo es, de lo que se sabe, se cree o se piensa». Por su parte, engañar es «dar a la mentira apariencia de verdad» e «inducir a alguien a tener por cierto lo que no lo es, valiéndose de palabras o de obras aparentes y fingidas».
Existen solo dos formas de enriquecerse: sirviendo al prójimo o expoliándolo (con la ayuda de la mentira y el engaño).
Es así que corrupto es aquel que se enriquece con la mentira y el engaño, pues aparenta algo que no es, por ejemplo, figurar “programas de inversión” para mejoramiento de gestión pública, pero en realidad casi la totalidad de dicho programa son destinados a sueldos (sin embargo, se camuflan como inversión) o también aquellas adjudicaciones de obras o adjudicación de órdenes de compra mediante cohecho.
Al respecto, la práctica común en estos hechos delictivos consiste en aparentar que tal empresa fue elegida por haber sido la más idónea y pulcra de todas; sin embargo, no es cierto, ya que se utiliza como pantalla la supuesta buena fama o imagen de dicha empresa (para dar cierta envoltura de credibilidad y de presunta decencia), pero en realidad se consigue la efectiva adjudicación, mediante el previo soborno (pago de porcentajes por adjudicación), que, sin ésta, no hubiese sido posible dicha asignación; o, con el fin de agilizar y de recibir el cheque por el servicio otorgado, el prestador del servicio resulta que está predispuesto a pagar un porcentaje a cambio de la entrega rápida de dicho instrumento de pago.
Tanto aquel que recibe como aquel que entrega están revolcándose en la corrupción, peor aun cuando se está frente a servicios brindados a un Estado. Los pagos salen de los fondos públicos pero los intermediarios, a punta de mentiras y engaños (quienes reciben los mencionados porcentajes) son quienes se enriquecen a costa de dicho peculio.
En otras palabras, por un lado, los prebendarios adjudicatarios se enriquecen con el dinero público y los otros (aquellos funcionarios públicos corruptos también denominados de forma cómplice como “buenos contactos”) se enriquecen tanto del dinero público (vía sobreprecios) como del dinero del sector privado (vía soborno). Y para el colmo de males, pueden darse casos, donde ni siquiera se efectivizó el servicio, siendo obras millonarias fantasmas.
Estas son algunas formas usadas por los prebendarios, los cuales a su vez con sus empresas pueden ser instrumentalizadas para lavar dinero de los funcionarios corruptos o de los delincuentes informales (contrabandistas, narcotráfico, evasores, trata y tráfico de personas, etc.), no obstante, viven en su burbuja (llenos de ventajas deshonestas y prerrogativas), se muestran como gente exitosa y próspera, genios de las ganancias o los iluminados en los negocios, creyendo que por su caudal económico son mejores personas, simulando una falsa decencia respetable.
En el ámbito empresarial, la libertad de empresa (prevista en el art. 308-II de la Constitución boliviana) constituye una garantía para el genuino empresario porque es un sistema que los protege contra ellos mismos (es decir, contra los empresarios que se adhieren a las prebendas) y en consecuencia debe ir acompañada de una real defensa a la competencia, lucha contra la corrupción, la informalidad y la competencia desleal, sustentando el control social destinado a consolidar mercados libres que eliminen privilegios y barreras.
Estas y muchas otras modalidades más de corrupción, provocan cuantiosos daños económico a los Estados que son pésimamente administrados, que luego los llevan a un sobre endeudamiento, para que finalmente sean sus pueblos, quienes deban reembolsar todas aquellas fechorías y todas las faraónicas deudas heredadas del hundimiento estatal, reinando la impunidad, la no recuperación del dinero sonsacado, el no resarcimiento del daño ni la devolución de lo ilícitamente apropiado.
Adviértase que la palabra “maleante” según la Real Academia Española significa: “el que malea o el que daña”. Las personas, que no cumplen con su palabra, son mentirosas, cínicas y sinvergüenzas que causan daño a las demás personas son maleantes, ese es su exacto denominativo.
Si una sociedad convalida tales actos y todavía de forma generalizada y desvergonzada las promueve, al extremo que a nadie le provoca indignación traducida en rechazo y/o repudio público efectivo contra la conducta del maleante, todo ello, conllevará a la decadencia social con gobiernos autoritarios, vulneradores de los derechos y las garantías de los administrados, quienes sufrirán un ciclón de violencia, de falta total de seguridad tanto física como jurídica, servicios públicos de mala calidad, abuso de poder y personas cada vez con menos libertades y con mayor afectación a su patrimonio (ataque a la propiedad privada).
Con todo ello, es menester analizar, si dentro del sector privado y de la sociedad civil, quienes aducen representar algo, ciertamente representan a todos los que dicen representar o solo están velando egoístamente sus propios intereses personales, familiares, de grupo o de casta. En términos de política bien entendida, no se debe confundir acuerdo político conjunto (con expertos de calidad) que acuerdo corporativo.
La única manera de creer que los grupos corporativos efectivamente representan a todos los que dicen representar, es tomando más atención a lo que hacen que a lo que dicen, esto es, que éstos sean capaces de demostrar mínimamente conducta ética, integridad, cumplimiento de los principios y valores supremos de la Constitución, acatando la debida alternancia de sus cargos supuestamente representativos sin pretextos para empernarse en dichos puestos (para sacar provecho), marcando la diferencia (no siendo caraduras como los politiqueros) ni dejándose contaminar con las prebendas, actuando con compromiso y lealtad en la defensa de las libertades y los intereses generales. Si esto no se cumple, estaremos tan solo con etiquetas o rótulos de supuesta representatividad.
No estamos hablando de que sean puritanos sino acreditando su condición de gente auténtica, gente de bien, dado el peligro inmenso que involucra el prebendarismo.
De allí, la relevancia, que cada persona de la sociedad en su conjunto, evite convertirse en títere de los impulsos descontrolados, de las circunstancias o fuerzas externas ni dejarse manipular por maleantes (por muy famosos que sean éstos por la publicidad orquestada que llevan consigo); tampoco seamos tibios o hipócritas, revalidando dichas conductas disvaliosas que es un retroceso hacia las cavernas, debiendo causarnos indignación todo ello; y, por consecuencia, ponernos en acción en integridad mediante el ejemplo, despreciando lo inmoral y respondiendo con estrategia (en lugar de emociones) a través del control social, exigiendo transparencia y responsabilidad verídica a todas las autoridades y funcionarios de la administración pública, donde se recupere y se devuelva todo lo expoliado sin que exista impunidad ni encubrimiento alguno.