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Escribo estos cortos recuerdos de mi llegada al Santiago de Allende y de mis impresiones al haber vivido el golpe de Pinochet hace 50 años, en un 11 de septiembre de 1973. Mi intención es regalarlos a mis hijos, Gabriela y Ricardo, a mi esposa Martha; espero que algún día los lean mis nietos Luciana y Sebastián. También hacen parte de la recuperación de la memoria y del agradecimiento a quienes nos ayudaron a vivir en Chile, también a los bolivianos que nos abrieron la puerta en México, en especial Ingrid Koester, su esposo Fernando Arauco y Cayetano Llobet, así como los mexicanos Eduardo Guzmán y Raúl Contreras. Y agradecimiento muy grande a México que se convirtió en nuestra segunda patria.
Al inicio de los años 70, como muchos jóvenes de la época mi hermano Julio y yo teníamos los sueños de que haya una revolución socialista que cree la igualdad, equidad y libertad, en esa época éramos estudiantes de la facultad de Economía de la UMSA, yo egresé de ella. No sabíamos en ese entonces que todas las revoluciones son autoritarias y lo primero que quitan son las libertades democráticas; ya lo aprendí. El 21 de agosto de 1971 junto a muchos jóvenes fuimos al estadio, a Laikacota, a defender la democracia contra el golpe militar que se iniciaba; al caer la noche nos retiramos, yo fui a mi casa, tenía apenas tres meses de haberme casado con Martha quien es aún mi esposa, mi hermano debía haber ido a la suya, vivía con mi madre, o a encontrarse con otros amigos del grupo de independientes de economía. El 22 tratamos de ubicarlo, no lo encontrábamos por ningún lado, nadie sabía nada de él. A las cuatro de la tarde lo encontró mi madre en la morgue del Hospital General, tenía la huella de un tiro en la sien; ella que era enfermera tenía amigas de su gremio, a los días le dijeron que a Julio lo llevaron herido al Hospital Militar, con heridas nada graves; es posible que en ese lugar le dieran el tiro de gracia, es decir que ahí lo asesinaron. Tuvimos que enterrarlo con mucho dolor el 23 de agosto. Eso marcó mi vida para siempre.
A los dos meses me apresaron en el Ministerio de Planeamiento donde trabajé unos pocos meses, ese fue el único trabajo que tuve en el Estado; mi culpa no era ser militante de algún partido, sino poseer ideas de izquierda, yo solamente organizaba grupos de estudio de marxismo y de la realidad nacional, de los cuales la gente formada ahí se iba al PC, al PC chino, al ELN, al POR o cualquier grupo, incluido el MNR. A mi esposa la sacaron de su trabajo del Ministerio de Hacienda en represalia por las ideas de su esposo. Estuve casi un año preso, Martha ya estaba embarazada, en abril de 1972, nació nuestra hija Gabriela, a mí no me dejaron salir de prisión para poder ver su nacimiento, sólo la pude conocer a los 15 días de nacida en una prisión de Achocalla, paradojas de la vida, ella vive ahora muy cerca de ese lugar. Hasta hoy me duele que eso hay sucedido de ese modo. Antes del Golpe yo tomé en La Paz un curso del ILPES, me fue muy bien como estudiante, mis profesores Aníbal Quijano de Perú, Antonio Barros de Castro de Brasil, me tomaron mucho cariño; en Santiago de Chile influyeron, junto al apoyo de algunos bolivianos como Fernando Cossío, para que me den una beca para que una maestría en Escolatina; esos papeles los trató de usar Martha para que me liberen, pero tuvieron un efecto contrario, pues, como venían del Chile allendista, me hundieron más en la prisión.
Estuve menos de un año preso, en el DIC de la Calle Ayacucho, en Viacha, Achocalla y, por último, en Coati; de este lugar me trajeron directo al Ministerio de Gobierno, me llevaron a la oficina del ministro Adett Zamora, éste me dio una filípica llena de adjetivos, me dijo que debía salir al día siguiente del país. Mi familia con grandes dificultades me sacó un pasaje a Buenos Aires, conseguimos direcciones en ese lugar para que me ayuden al llegar. En la noche debía partir el vuelo, nosotros estábamos en la sala de espera con mi familia, no anunciaron el vuelo. Averiguamos en mostradores, nos dijeron que como era charter con unas promociones de colegios salió sin anuncio. Perdí mi viaje y nos agarró el miedo. En la noche fui a dormir a el Alto a la casa de Betty mi hermana por padre. Al día siguiente me consiguieron un vuelo a Buenos Aires, vía Santiago de Chile. Tomé el vuelo, no llevaba maleta que fue embarcada día antes a Buenos Aires, no tenía direcciones, sólo la de Ascencio Cruz compañero de las minas que estudiaba con nosotros en la Facultad de Economía, quien había salido exiliado meses antes a Santiago. El vuelo hizo la escala en Santiago, no era ese mi destino final, pero me bajé porque dije que ahí podía hacer mi maestría, ya sabía que ahí estaban los principales teóricos de América Latina, ya se oía de la teoría de la dependencia, de Thetonio Dos Santos, Vania Bambirra, Ruy Muro Marini. Esto fue lo más fuerte de mi decisión de no seguir a Buenos Aires, pues me interesaba mucho seguir estudiando, ese era mi reto en ese tiempo para salir de las penurias económicas que me acompañaron en la niñez y juventud. además y complementario, pensé que podía ser interesante vivir en el Chile allendista y las épocas de transformación que iniciaba la Unidad Popular UP, esto último no fue lo fundamental para mí. Regalos de la vida, pasados los años, esos grandes teóricos fueron mis colegas y amigos, pues todos éramos profesores de la UNAM.
Al llegar a Santiago lugar fui a la dirección de Ascencio Cruz en la calle Santo Domingo, me abrió la puerta Guillermo Lora, quien era amigo de mi padre de las épocas de dirigentes de la FSTMB, además él fue mi profesor en la UMSA en el quinto año de economía. Le conté lo que me pasó, pregunté por Ascencio, me dijo que estaba de viaje. Me hizo pasar, ahí vivían los trotskistas, me alojaron tres semanas, trataban de que me una al POR, cosa que nunca hice, tampoco he militado en ningún partido, creo que nunca lo haré, aunque sé muy bien que no se debe decir nunca; pero trabé buena amistad con Filemón Escobar, con Alfonso Velarde y su esposa. También supe que ahí vivió Jorge Lazarte amigo mío, quien según Lora estaba de viaje en el sur, aunque supe después que estaba muy al norte, en tierras más cálidas.
Busqué a mis profesores del ILPES, a amigos de Cepal, del Instituto de Economía de la Universidad de Chile, de la cual dependía el posgrado de Escolatina. Me dieron la beca propuesta meses antes, el monto era de 300 dólares en pesos chilenos, a los pocos meses por efecto de la inflación ella se transformó en 10 dólares. Inicié los estudios de maestría y paralelamente me buscaron trabajo en la ENA, en la Escuela Nacional de Administración dirigida por Patricio Orellana, ahí formaban funcionarios públicos. Trabajé con bolivianos, Franz Barrios, Augusto Siles y John Vargas, hacíamos audiovisuales siempre de literatura marxista, como la Comuna de París, dábamos clases a obreros en los cordones industriales en Santiago, a mí me tocó dar también clases a los obreros portuarios de Valparaíso. Con algunos chilenos de la ENA como Clara Norambuena y su esposo argentino Edgardo Braggio mantenemos contacto, es más, mi hija Gabriela vivió en casa de ellos por unos meses en Londres, hace años cuando estudiaba inglés. El director del Instituto de Economía David Alaluf me nombró su ayudante de cátedra de economía agraria en la Universidad de Chile, yo no conocía esos temas, pero tuve que estudiar. También fui ayudante de cátedra de economía política en la Universidad Católica de Santiago.
En Santiago alquilé dos habitaciones con baño en Adriana Cousiño, muy cerca de la Estación Central y de Quinta Normal, barrio popular y humilde, lleno de botillerías y de negocios de las “chiquillas” que vendían amores a los necesitados, mis ingresos no daban para algo más cómodo. más. Ahí llegó mi esposa y mi hija muy, casi un año de edad, entonces comencé el aprendizaje de ser padre, oficio que sigo desempeñando. Era un chile muy distinto a Bolivia, cuando nos presentaban a un chileno, éste decía su nombre y partido en el cual militaba, los bolivianos ni por asomo decían su militancia, pues estaban acostumbrados a la represión por razones políticas.
El estudio en Escolatina era apasionante, me llenaba el alma, algunas veces comía en el comedor, nos daban alcachofas muy apetecidas por los chilenos, a mí no me gustaban, las cambiaba por un pan. En Chile nos acostumbramos a comer sin sabor, sin aliño, quizás herencia de los ingleses. Pero, el pebre, los locos mayo, el lomo palta mayo, sacaban la cara por la gastronomía chilena. En una época había mucho frío y llovizna exagerada. Como la vida cotidiana era complicada, pues, no había pan, leche, azúcar, carne, ni otros comestibles, ni papel higiénico, donde había cola, había que hacerla para conseguir algo de comer. Muchos amigos bolivianos hacían cola por nosotros para conseguir leche, pan y pañales para mi hija Gabriela. Como no había leche especial para niños, el Dr. Javier Torres Goitia nos enseñó a mezclar una leche en polvo que parecía de poroto, con aceite. Curioso en Chile, país marítimo, en los mercados había a pescado, en especial merluza, pero los sectores populares no la compraban. Hubo una época en que importaban chancho chino, tampoco la gente confiaba mucho en esa carne. En esa época entendí que el camino al socialismo implicaba carestía, inflación y desabastecimiento de productos, en especial de alimentos. Aunque la vida era dura, no había más felicidad que estar con mi hija Gabriela y mi esposa, los paseos por la Alameda eran hermosos. Es que el mejor antídoto contra lo duro de la vida o las penurias es el tesoro de tener juventud. Mi cuñada Ana vino a visitarnos, fue una alegría, los periódicos eran un tesoro, así como el ají molido boliviano.
Con algunos bolivianos ayudábamos a algunos amigos populares cuyas esposas eran empleadas domésticas, a trasladar sus casas de cartón de un lugar a otro en las villas miseria. Nos daban de comer carne, buenos quesos, algunos embutidos, pues las señoras, empleadas de “momios” ricos, les nacionalizaban esos comestibles a sus patrones. Alguna vez con algunos exiliados bolivianos y latinoamericanos hicimos de extras en una película dirigida por Costa Gavras y cuyo actor era Ives Montand, de premio nos llevaron a comer a un buen restaurante. ¡Santo Dios!, qué cosa deliciosa. Muchas veces con los bolivianos íbamos a comer al edificio de la UNCTAD, ahí años atrás se hizo esa conferencia internacional. El edificio quedó de comedor popular, eran las veces que mejor comíamos. Pero en casa nos dábamos atracones de sandía con los amigos, Ricardo Montaño, ayudado por Fico Gonzales, aprendió a hacer congrio con hierbas, gran pescado. Aprendimos tomar buen vino, el Tarapacá ex Zavala, qué mejor que tomarlo en la Plaza de Armas con empanadas chilenas con algo de comida comprada en el Chez Henry. También en Chile aprendí que el mejor blanco es el tinto.
Se vivía un Chile asediado por la derecha -concepto que ya no sirve para nada en el presente- por los momios y los empresarios, las manifestaciones eran frecuentes íbamos a muchas de ellas, oíamos los estribillos: No hay carne huevón (ueon), que chucha es lo que pasa huevón (ueon); el pueblo unido, jamás será vencido…que resultó ser una mentirilla También estaban de moda las canciones de protesta, se escuchaba mucho a los Quilla Payún. Meses antes del golpe pudimos oír a Víctor Jara en la Universidad Central cerca de la Quinta Normal. El fútbol estaba en un momento alto, el Colo Colo jugaba muy bien, la selección nacional tenía al Pato Cazelly como su héroe. Yo como soy futbolero, hice instalar con un primo ex militar, Gonzalo Roca, ayudante de Mario Rueda Peña, una antena que recorría todo el comedor para escuchar en mi radio dizque las noticias de Bolivia, para saber cuándo caería Banzer, pero en realidad oía los partidos del Tigre, de mi querido Strongest, pues no había cuando caiga Banzer. La política y el enfrentamiento social era muy tenso, lleno de cacerolazos de los momios; los bolivianos olíamos por experiencia propia que se venía un golpe de estado, los chilenos nos decían que eso nunca jamás pasaría porque Chile era un país de tradición democrática. Con base en esa intuición, un mes antes del golpe decidimos que Martha y mi hija vuelvan a Bolivia, porque todo se nos podía complicar. Viajaron dejándome un nudo en la garganta.
El 11 de septiembre de 1973 fui como de costumbre a mis clases de Escolatina, pero al llegar nos dijeron que había golpe; con los bolivianos de la ENA nos fuimos al Cordón Vicuña Mackenna, ahí debíamos apoyar a los obreros a resistir si pasaba algo, no encontramos a nadie, quizás se fueron antes a otro lugar. Así que cada quien tomó su camino, yo bajé desde la Plaza Italia toda la Alameda, me encontré con la Moneda en pleno incendió, se oían aviones y tiroteos, ya todo estaba consumado. Al ver todo eso sólo podía llorar, sentir rabia e impotencia. Ya se hablaba de la muerte de Allende, gran político, estadista, valiente, dio su vida defendiendo sus ideas, no como otros cobardes que al primer cohetillo huyen del país dejando librados a su suerte a sus seguidores. En la noche ya sabíamos que comenzaron los apresamientos. Los dueños de casa denunciaban a sus inquilinos extranjeros; otros los protegían. Los bolivianos teníamos un doble pecado, nos trataban de rojos y el pecado mayor era el ser boliviano. Tardé días en botar al Mapocho los 53 tomos de las obras completas de Lenin, creo que nunca los habría leído, también boté todo lo ligado a El Capital, economía marxista, desarrollo latinoamericano. Había que aprender a hablar como chileno, “cachai la onda ganso”, para no sembrar dudas; ya sabíamos que había bolivianos presos en el Estadio Nacional, ese era el caso de Chichi Ríos Dalenz a quien asesinaron ahí. A pesar del miedo no dejaban de haber anécdotas, un día en el centro de Santiago me encontré con René Zavaleta, le dije hola, él me respondió ¿cómo me reconociste? le dije que no tenía nada cambiado, pero él me respondió, me peiné con la raya al otro lado; como siempre, René muy loco.
Comencé a ayudar en Cepal a ubicar a los bolivianos exiliados para llevarlos a los refugios de Naciones Unidas para que no los apresen; tenía el contacto de Fernando Cossío, Guillermo Rosenbluth y Eduardo Machicado. Yo los llevaba al refugio de Padre Hurtado. A cambio, para protegerme me incluyeron en una lista de asilados en la Embajada de Suecia. día recibí una llamada de Cepal, me dijeron que vaya al día siguiente en la mañana a sus oficinas, que en la noche volaría a Estocolmo. Llamé a Bolivia y avisé a mi esposa, quien debía ver en el mapa dónde estaba Suecia. Fui a Cepal, me esperaban dos funcionarios desconocidos, me preguntaron ¿eres el boliviano? Les dije que sí, me subieron en un auto, me llevaron a un lugar, me gritaron, salta el muro que vienen los pacos. Lo hice, entré, el lugar tenía un escudo mexicano, al funcionario que me recibió le dije lo de la embajada sueca y que en la noche debía viajar a Estocolmo. Se enojó, me dijo que debía salir para no perjudicarlos, le dije que no lo haría nunca. Era la residencia del embajador, no la embajada. Ahí ayudé a los chilenos a mejorar la convivencia, pues estaban muy nerviosos, un poco hacinados, pero para mí eso era hotel de cinco estrellas frente a las prisiones que pisé. Ayudé a ordenar lo cotidiano, conseguí un cuarto para que los desesperados puedan saldar las cuentas pendientes del amor con sus parejas, pero haciéndolo con orden, todo eso me ayudó a ganar el cariño de los chilenos. Después, de un mes, el 20 de noviembre de 1973, partí a México, llegué a ese país en el día de la revolución mexicana; durante todo ese tiempo ni mi esposa ni mi familia sabían dónde estaba y temieron lo peor. Santo Dios, cómo hice sufrir a mi esposa, prisión, exilio, carencias, ella es la clave para que sigamos juntos estos 52 años de matrimonio, sólo su fuerza, su entereza y su amor pudo lograrlo, gracias Martha, por eso mi lema es ¡patria o Martha! En México nos unimos a todos los exiliados de América Latina, íbamos a las manifestaciones, a sus reuniones, oíamos a Amparo Ochoa y los Folkloristas. Mi hija Gabriela se crío en el aprendizaje de la solidaridad, recibiendo la ropa usada que le heredaban los hijos de otros exiliados, por eso hasta ahora tiene un alma llena de solidaridad. Mi hijo Ricardo nacido después de 7 años de Gabriela, vivió otro piso económico, pues ya teníamos empleo estable. Pero algo de la solidaridad oía, pero con sus claves propias, por eso esta anécdota: En México los mexicanos sacan una lata con un hoyito para colocar monedas para apoyar a los huelguistas: dicen carcacha, carcacha, cada quien su coperacha. Mi hijo nos dijo un día, quiero cooperar, háganme una latita como ésas, le dijimos para qué quieres cooperar, respondió, para ganarme unas monedas. ¡Ay Ricardo, tan diferente a Gabriela.
A los meses de vivir en México invité a cenar a mi casa a Pablo Ramos, el ex rector de la UMSA. Nos contamos cómo salimos de Santiago él me dijo que salió a la República Dominicana, pues un coju… en Santiago se fue en su lugar a la embajada de México llevado por los funcionarios de Cepal. Ese coju…fui yo. En México nació nuestro segundo hijo, Ricardo, quien vive ahí, en nuestra segunda patria. Llegué de accidente a Santiago y de equivocación a México, fueron dos suertes de la vida.