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Lunes 10 de noviembre de 1986. Final de la tarde. Recuerdo haber recibido una llamada dando cuenta de que habían matado al diputado Edmundo Salazar. De un salto pasé del Parque Industrial, donde funcionaba el diario El Mundo, al barrio Magisterio, en el que vivía Edmundo con su esposa María Elena Oroza y sus tres niños, el más chiquitito de apenas un par de meses. Tengo vagos recuerdos de ese día: el frontis de una casa muy modesta, gran tumulto en la calle y la inspección de un billar que funcionaba a pocos metros de la casa.
Recuerdo haber compartido con otros compañeros de oficio, en particular con mi cumpa de oficio Elenir Centenaro, un estado de conmoción profunda. No era para menos. Hacía solo dos meses y cinco días habíamos tenido que enfrentar, cubrir y describir el horrendo y triple asesinato cometido el viernes 5 de septiembre en el Parque Nacional Huanchaca. Ese día, narcotraficantes que operaban en el Parque acribillaron al profesor Noel Kempff Mercado, al piloto Juan Cochaminidis y al guía Frlankilin Parada.
Kempff, Cochamanidis y Parada habían logrado llegar hasta la meseta del Parque, junto al científico español Vicente Castelló, como parte de una misión científica lograda a gestión del profesor y con el apoyo de la Estación Biológica de Doñana, de España. Mal sabían qué peligros les acechaban en un lugar que para ellos era un tesoro a descubrir. Castelló fue el único que logró salvarse, milagrosamente. El triple crimen y lo que éste fue desvelando, obligó al Congreso Nacional a conformar una comisión especial mixta de investigación.
Después de casi dos meses de trabajo, esa comisión terminó presentado un informe final por mayoría, al que contestaron algunos diputados, entre ellos Salazar y Róger Cortez, Era evidente que el informe oficial de esa comisión obviaba datos y detalles muy importantes no solo para identificar a los autores materiales e intelectuales del triple crimen, sino también para identificar y sancionar a políticos, empresarios e incluso miembros de los organismos represores del Estado, cómplices y encubridores de los narcotraficantes que operaban en Huanchaca.
Un “olvido” rechazado por quienes decidieron elaborar un informe de minoría, el mismo que fue entregado de manera formal y en acto público por Edmundo al entonces rector de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno, Jerjes Justiniano Talavera. Esto sucedió el viernes 7 de noviembre, en el edifico central de la Uagrm, calle Libertad esquina Junín. Eran días, semanas, meses de mucha tensión, con revelaciones de vínculos de políticos, policías, militares y empresarios con el narcotráfico. Y de repente estalla esta bomba en nuestras manos y en nuestros corazones: ¡mataron a Edmundo!
Cómo no ¡híbamos a caer en estado de conmoción. Pero lo que vino después fue más grave y triste: una secuencia de artimañas, sabotajes, amenazas veladas y más de una muerte sospechosa, entre ellas la de viuda de Edmundo, María Elena, muchos años más tarde, en medio de una batalla incansable que se había propuesto librar para que esclarezcan todas las muertes, en especial la de Edmundo. Incómoda batalla para muchos, sin duda. Batalla que quedó trunca con la muerte de María Elena y que no tuvo el consuelo siquiera de un justo y sincero homenaje en memoria de Salazar, un hombre que se las jugó todas para que Huanchaca no quede en la impunidad.
Una injusticia que sigue arrastrándose hasta ahora, a pesar de los reclamos que afloran en cada aniversario de su trágica muerte, pero que luego vuelven a quedar en el olvido, como en el olvido están el busto y la placa recordatoria puestos en una rotonda de la ciudad y en el frontis de un edificio público, respectivamente. Y como siguen relegándolo, siempre al olvido, los nuevos actos recordatorios que han sucedido en estos 37 años transcurridos desde ese fatídico lunes 10 de noviembre de 2023. Entre otros, el más reciente, difundido como “Paseo de Notables”, un proyecto de la Alcaldía de Santa Cruz de la Sierra para rendir homenaje póstumo y recuperar la memoria de personajes ilustres.
María José Salazar, que en 1986 tenía apenas dos años y no entendía bién lo que acababa de suceder con su papá, ahora sí entiende lo ocurrido entonces y lo que sigue pasando hasta hoy con la historia y la memoria de Edmundo. Al igual que su mamá, María Elena, María José no se resigna a que semejante crimen siga impune y menos aun, al olvido de la vida y obra de Edmundo. No porque se trate solo de un padre, su papá, sino porque es muy consciente del legado que él dejó, marcado por las convicciones firmes y una honestidad cada vez más escasa hoy, justo cuando es más necesaria y urgente rescatar y valorar.
Hay que reivindicar la memoria de Edmundo Salazar, sin duda alguna. Parece un dato menor, y tal vez a algunos les parecerá mezquino, esta reivindicación que hace María José y a la que yo me adhiero, porque sé muy bien quién fue Edmundo y cuánto vale su legado. Es buen pretexto, además, para lograr una mejor explicación de quienes ejecutaron el tal proyecto del Paseo de Notables en el Cementerio General de Santa Cruz de la Sierra.
Dicen que fue “mediante un proceso de investigación, relevamiento de datos, trabajo de campo, inspecciones y el estudio de diferentes fuentes documentales, funcionarios de la Secretaría Municipal de Cultura y Turismo, la Unidad Operativa Desconcentrada de Cementerios Municipales y la Dirección de Tecnología y Sistemas (…)”. Sería muy acertado saber cuál fue y cómo ese proceso, quiénes relevaron los datos e hicieron el trabajo de campo, para identificar las fallas y a sus responsables en un trabajo que es muy sensible, porque toca lo más íntimo y profundo de los vivos: la memoria de sus muertos.
A esperar esos detalles. Mientras tanto, a no olvidar que la muerte de Salazar y la de otros tantos que ofrendaron sus vidas por un ideal compartido no pueden quedar como inútiles. Si persistimos en el olvido, no podremos librarnos jamás de los peligros y plagas que nos acechan cada vez de manera más recurrente y con mayor fuerza. Entre tantos otros, el del narcotráfico y sus tentáculos que alcanzan a las esferas del poder.