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Repensando II las siete crisis con Oporto

José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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Como ya mencioné el interesante trabajo “Repensar la cuestión nacional: Siete tesis para la discusión” de Henry Oporto en mi anterior columna, le asignaré a ésta la consecutividad de segundo apostillado.

Las siete tesis —que debemos entender como retos para el imprescindible debate— son: a) la gobernabilidad —o, mejor: la ausencia real de ella—; b) el país fracturado que tenemos; c) la Inclusión Social; d) la Identidad Nacional en la democracia; e) el enorme y creciente desarrollo desigual entre Santa Cruz y las otras regiones; f) la construcción de la Nación Boliviana, y g) La necesidad de nuevo Contrato Social entre el Estado, los ciudadanos y las regiones. Con las disculpas que desde ya pido a Oporto, analizaré en esta edición sólo las dos primeras de ellas y dejaré el resto para siguientes entregas.

Bolivia desde su origen colonial ha padecido —como se refleja para su identidad nacional— falencias y disonancias para su gobernabilidad: eso se explica que siendo un proveedor neto de riqueza colonial —la plata de Potosí principalmente— nunca fuera centro político-administrativo —con excepción de la Real Audiencia de Charcas, un tribunal al que, como todo por acá, se le sumó y quitó territorios—; tuvo geografías que no gestionó ni gobernó realmente —las Misiones jesuíticas y luego franciscanas—; se la “pasearon” entre los virreyes de Lima y de Buenos Aires, situación que los períodos republicanos —de la plata, del estaño y del gas— tampoco integraron realmente el país; quizás lo más cerca que de ello se estuvo fue la Guerra del Chaco y su inmediato posterior pero la crisis y las siguientes etapas tampoco la cuajaron.

Pero que desde mediados del siglo xvi —colonia, República y Estado “plurinacional”— no se haya logrado una plena gobernabilidad nacional —porque la adecuada gobernanza de un país requiere de integración— no invalida que hoy, con más fuerza, entendamos estos desafíos de gobernabilidad —como señala Oporto—vigentes desde las crisis de 2019 —crisis institucional, política y social, amén de económica desde 2015— como un problema fundamental para la vida nacional pero también son parte de un ciclo que, con altos y bajos, se extiende desde 1998 hasta nuestros días, con breves “respiros” entre mediados de 2005 —transición de Rodríguez Veltzé— hasta 2006-2007 con los conflictos de la Constituyente y el revocatorio y que reencuentro “aireando algo” alrededor de 2011 para explosionar de nuevo en 2016 con el referéndum violado y que no acaba aún.

Para aproximarse a su explicación, Oporto entonces nos recuerda la que denomina «una faceta recurrente en la historia boliviana [:] un problema crónico de inestabilidad» y que en realidad viene desde la primera llegada de europeos: preambulado en la pelea por heredad entre hermanos incas, seguido pronto de las peleas de los Pizarros con Almagro y entre sí; saltando en el tiempo —no los únicos—, los enfrentamientos de vascongados y vicuñas, las rebeliones indígenas y, ya en período republicano, el centro de gobierno a lomo de mula de los mandantes de cada período, los repetidos sablazos militares, la Guerra Federal, la del Acre y la del Chaco… y sigue la rima, incluyendo la Revolución Nacional.

Los resultados del 21F de 2016 iniciaron un período alternado de victorias coyunturales y fracasos finales que llegan a hoy, potenciando el proceso de profunda y creciente inestabilidad política: la victoria del 21F en 2016 la obliteró con creces la írrita Sentencia Constitucional Plurinacional 0084/2017 —tan ayuca del Poder que engendró a esos magistrados—; el resultado democrático de los 21 días de 2019 —al margen del interregno transicional— finiquitó, y con mucho, el 18O de 2020, y coincido con Oporto que la consecuencia es «la ruptura de un marco común de convivencia [que diré fracturado desde la misma Constituyente], la ausencia de mecanismos institucionales para la resolución de conflictos; la inexistencia de espacios de diálogo y soluciones negociadas», entre otros, que conllevan «la prevalencia de la fuerza, la presión, la intimidación. En un clima de crispación política y social, cualquier conflicto menor puede trastocarse en un choque de trenes», que Oporto ejemplifica esto con lo sucedido en 2022 a propósito de establecer la fecha del próximo Censo, a lo que yo agregaré la inexistencia de estrategias de ambos lados que conllevaron soluciones y respuestas improvisadas y el mutuo desgaste, más allá de los discursos.

¿Aún hace falta hablar de identidad nacional? Volveremos a ello.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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