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Reserva Moral

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Por Mons. Robert H. Flock1

Se ha proclamado recién que el trópico de Cochabamba es la reserva moral de la humanidad. Lamentablemente, la falta de testimonio moral del que lo dice, combinado con el conocido destino de la coca del Chapare, quitan cualquier credibilidad de esa afirmación, inicialmente aplicada a los pueblos indígenas en general.

Digo “lamentablemente”, porque el concepto de “reserva moral” y la posibilidad de que pudiera existir, merecen consideración.

“Reserva” es un término que invoca un depósito para conservar algún bien, como por ejemplo la reserva de oro en el Fort Knox. Difícilmente se puede aplicar allí la palabra “moral”, porque “la avaricia es la raíz de todos los males” (1Tm 6,10) y la fiebre de oro está asociada con el colonialismo, la esclavitud de los pueblos indígenas, la destrucción del medio ambiente y el despilfarro del Fondo Indígena.

“Reserva” también se refiere a las reservas naturales como por ejemplo el TIPNIS, Madidi y el Área Natural de Manejo Integrado San Matías, ahora quemados y contaminados. Imaginamos algún paraíso tropical donde la humanidad está ausente o está en perfecta armonía con el medio ambiente, como Adán y Eva en el Jardín del Edén, antes de tropezar con la serpiente. Aunque el trópico cochabambino tenga áreas de selva originaria, las plantaciones de coca necesitan tanto herbicida, pesticida y fungicida para vencer a la jungla, que la coca allí producida pierde cualquier inocencia, como también quienes la cultivan.

La palabra “moral” tiene implicaciones más serías, ya que directamente se refiere al rechazo del mal y el compromiso para el bien. Aunque puede haber legítimas diferencias de opinión sobre el bien y el mal, la humanidad tiene muchísima experiencia en el tema. Irónicamente, las mayores atrocidades de la historia han sido justificadas en nombre del bien. Así fue el genocidio de los Nazis y su intento de conquistar el mundo, como también los genocidios actuales de Rusia contra Ucrania y de Israel contra Gaza. Sus protagonistas logran torcer el concepto de la moral hasta que desaparece por completo en la euforia sangrienta de la guerra, justificada con mentiras y motivadas por odios.

Es quizás más fácil comprender “lo moral” pensando en el mal opuesto, que es la violencia en todas sus formas. Cualquier persona o grupo que apela a la violencia agresiva para lograr sus objetivos, carece de reserva moral.

Hay que entender la “reserva moral” como la consciencia que obliga a renunciar a los medios inmorales para lograr algún objetivo. El primero de estos medios es la mentira, con que se engaña a si mismo e intenta engañar a los demás. La mentira es también violencia y violación. Va contra lo más sagrado del ser humano, su alma, donde para hablar con Dios se requiere una total honestidad y humildad. Toda otra violencia tiene por detrás alguna mentira, precisamente para fomentar el odio y las pasiones que pasan a la violencia despiadada. Típicamente esa mentira niega la humanidad del otro para justificar su destrucción. Quienes mantenían esclavos decían que eran animales y propiedad en vez de seres humanos. El holocausto abortivo conceptualiza al nuevo ser humano como un tumor. Y la mentira más común es calificar al otro como “enemigo” en vez de “hermano”. Los discursos de “derecha versus izquierda”, “liberal y socialista” son simples variantes, para justificar una respuesta inmoral para reparar una supuesta injusticia, avalados no en una reserva moral, sino enfangados en un pozo ciego de ideologías hediondas.

Con estas consideraciones, podemos preguntar si existe en la humanidad alguna reserva moral.

La historia de los imperios con las guerras, conquistas, esclavitud, colonialismo, e intrigas, descalifica a las potencias, sea como sea su forma de gobierno y economía.

Las grandes religiones y la misma Iglesia no están libres de escándalos y maldades diabólicas, como, por ejemplo, el terrorismo islámico o la pedofilia sacerdotal. Si bien estas aberraciones representan a una pequeña minoría de sus representantes, demuestran que ningún grupo humano es exento del mal. Como observa San Pablo: “Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Rm 3,23). Recuerda la justificación bíblica del mítico diluvio: “Cuando el Señor vio qué grande era la maldad del hombre en la tierra y cómo todos los designios que forjaba su mente tendían constantemente al mal, se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, y sintió pesar en su corazón.” (Gen 6,5-6).

Sin embargo, a pesar de esta evaluación tan negativa, al fin de cuentas, Dios prefirió rescatar, redimir y salvar a la humanidad en vez de destruirla. Y para ser honestos y objetivos, además de grandes maldades, se puede encontrar también los ejemplos de virtud heroica y de conquistas del bien. La Segunda Guerra Mundial fue el dolor de parto para dar a luz la Declaración Universal de Derechos Humanos, que, por cierto, es una reserva moral de la humanidad.

Todos los días hay personas que en forma personal y comunitaria se muestran solidarias promoviendo un proceso de cambio, no para imponer algún sistema político que roba a los demás de su dignidad humana y su libertad económica —como pretende el socialismo del Estado al igual que el capitalismo desenfrenado— sino para garantizar a los demás su dignidad y su libertad. En estas personas y en sus organizaciones hay mucha humanidad y por consiguiente acumulan una gran reserva moral.

Justo en estos días se está reconociendo la gran reserva moral personal de Jimmy Carter por el testimonio de una larga vida bien llevada, de un matrimonio fiel de 77 años, de un merecido Premio Nobel de la Paz, de un humilde constructor de viviendas con Hábitat para la Humanidad.

Jesucristo presentó un ejemplo de reserva moral con la parábola del fariseo y del publicano. “El fariseo, de pie, oraba en voz baja: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano». Hoy escuchamos este discurso en la boca de políticos que dice: “Gracias, Señor, que no somos como estos de la derecha”, y “Gracias, Señor, que no somos como estos migrantes criminales latinoamericanos”. Son los discursos de quienes están sumidos en una bancarrota moral. “En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!».” (Ver Lucas 18,9-12). La reserva moral estaba en la humilde y honesta conciencia de pecador.

Jesús habló de otra reserva moral que nace de la solidaridad con los pobres y del discipulado. Lo explicó a un joven que vino preocupado por la vida eterna. Le dijo primero algo que nos cuesta aceptar: “Sólo Dios es bueno”. Luego le recordó los mandamientos de la justicia que son como los guardianes de cualquier reserva moral: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre”. Finalmente le sugirió lo que no quiso hacer: “Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.” (Ver Mc 10,18-21). “Tesoro en el cielo” es lo que Jesús llama “reserva moral”, un depósito que vale más que el oro en Fort Knox, un ambiente de inocencia y bondad mayor que el Edén. Consiste en los Santos que ya están en el cielo y que nos van animando como los hinchas a su equipo favorito para que juguemos bien y ganemos con honor.

Que el Jubileo 2025 sea ocasión para aumentar todas nuestras reservas morales y que la reserva moral sea la clave para un próspero Año Nuevo en el Bicentenario de Bolivia.


1Obispo de la Diócesis de San Ignacio de Velasco

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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