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Sapo de otro pozo

Alberto Benegas Lynch (h) considera que la historia de una vida dedicada a la difusión de las ideas liberales evidencia cuán difícil ha sido romper la inercia del pensamiento dominante.

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Por Alberto Benegas Lynch (h)1

Sapo de otro pozo es el título de mi autobiografía de cierta extensión, no publicable e incompleta destinada a mi queridísima e indispensable María con quien llevamos 60 años de matrimonio, a mis tres hijos y a mis siete nietos, pero en esta ocasión me quiero circunscribir muy telegráficamente y al correr de la pluma a los vericuetos y recorrido solo de un aspecto medular sobre mis ideas liberales al efecto de poder apreciar y sopesar adecuadamente lo que hoy sucede en nuestro país con el actual gobierno.

Dedico esta columna a mi querido amigo el eximio jurista Alejandro Fargosi quien en un intercambio reciente se refirió a mi ingrata faena de batallar en todos los frentes posibles por el liberalismo en épocas en que esa posición resultaba rechazada en todos los círculos de nuestra sociedad a pesar de haber sido adoptado con éxito colosal en época lejana. Esta reflexión de Alejandro me inspiró para el presente texto.

Es muy difícil trasladar en palabras la muy densa atmósfera que se vivían en los tiempos en los que se intentó reflotar las ideas alberdianas abandonadas desde hace mucho tiempo. No solo era irrespirable el ambiente por incomprensiones manifiestas por todos lados sino que se sufrían agresiones verbales difíciles de digerir no solo en encuentros académicos sino en reuniones sociales y laborales. Esto debe ser tomado muy en cuenta al momento de abrir juicios sobre el actual gobierno.

Fui a siete colegios, cinco en Argentina y dos en Estados Unidos. Los primeros fueron el Ángel Gallardo, el Cardenal Newman, el Salvador, el St. George´s College y la Escuela Argentina Modelo. En el segundo caso The Priory School y Archbishop Carroll High School. Nunca estudié nada y por ende era un muy mal estudiante siempre atento a los deportes como el rugby y el tenis y muy entregado a las piruetas de la vida social. No sé como me recibí de bachiller.

Muy curiosamente todo se modificó cuando ingresé a la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Católica Argentina. Conjeturo que el cambio para ser apegado al estudio se debió a que a esta altura me percaté de la soledad de mi padre en su lucha por explicar y difundir la tradición de pensamiento liberal. Mi padre en 1942 comenzó con un seminario en la Universidad de Buenos Aires con Carlos Luzzetti que luego terminó su doctorado en economía en la Universidad de Oxford, William L. Chapman que luego fue decano de la Facultad de Ciencias Económicas de esa casa de estudios, Juan José Gollán (h) que más adelante cambió de carrera y fue decano de la Facultad de Filosofía y Letras también de la UBA. El seminario consistía en estudiar y discutir el libro recién publicado por el Fondo de Cultura Económica titulado Prosperidad y Depresión cuyo autor era Gottfried Haberler quien por entonces enseñaba en Harvard pero con anterioridad había participado en seminarios dirigidos por Ludwig von Mises en Viena a quien precisamente mi padre invitó en 1959 a dictar conferencias en Ciencias Económicas de la misma universidad donde tenía lugar el seminario original, oportunidad del mencionado decanato de Chapan.

Esas conferencias fueron publicadas en forma de libro por Unión Editorial de Madrid que más adelante me invitó a prologar y en 1968 tuve el privilegio de asistir a las últimas clases de Mises en la Universidad de New York. Mi padre fundó el Centro de Estudios Sobre la Libertad hacia fines de los ´50, entidad que invitó a muy diversos profesores de distintas partes del mundo a disertar y dictar cursos y tradujo y publicó numerosos libros al tiempo que editó la revista Ideas sobre la Libertad con trabajos que abrían y estimulaban debates sobre aspectos filosóficos, económicos, históricos y jurídicos en torno a la libertad, en contraste con las acepciones colectivistas en boga.

En todo caso, este clima hogareño despertó en mí el deseo de prepararme para poder argumentar respecto a las ventajas de una sociedad libre. Así fue que puedo decir que toda mi trayectoria en la carrera de grado de la que egresé en 1964 y en los dos doctorados que completé (doctor en economía en la UCA y doctor en ciencias de dirección en la UADE) me las pasé discutiendo con profesores y colegas puesto que las ideas predominantes eran las socialistas-keynesianas. En verdad la expresión “liberal” en esos tiempos equivalía a un insulto de grueso calibre.

Las invitaciones que recibí para incorporarme como asesor económico de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires por parte de Alberto Servente, de la Sociedad Rural Argentina por parte de Guillermo Alchouron, de la Cámara Argentina de Comercio y del Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CIPYP Continental) en ambos casos por parte de Armando Braun, me permitieron tomar contacto estrecho con el mundo empresario por lo cual puede fundar con un distinguido grupo de hombres de negocios ESEADE en 1978 que fue la primera institución de posgrado independiente de la universidad con la idea de introducir en la estructura curricular debates sobre tradiciones académicas desconocidas en nuestro medio. Esta aventura también me significó arremeter contra todas las concepciones vigentes, en verdad una faena muy desgastante y cuesta arriba en la que me desempeñé como rector durante 23 años.

Hasta diría que en otros cargos muy variados como cuando fui miembro de la Comisión de Cultura del Jockey Club me ví obligado a involucrarme en largas discusiones con algunos de los otros miembros. Para no decir nada de mis desempeños como profesor titular en cinco carreras de la UBA: Ciencias Económicas, Derecho, Ingeniería, Sociología y Filosofía y Letras. También en el doctorado en economía de la UCA y como director del Departamento de Economía en la UNLP. Para dar una idea del ambiente predominante cuando fui a dar mi primera clase en Filosofía y Letras un celador me dijo “tenga cuidado con lo que dice porque acaban de tirar al profesor de Lógica por la ventana”. En Derecho fui el primer no abogado que ganó un concurso por lo que uno de los profesores me confesó que se había opuesto a mi incorporación por ese motivo, hace poco esta idea absurda de nichos afortunadamente se derrumbó como consecuencia que mi ahijado de tesis doctoral en economía Juan V. Sola (también doctor en derecho y ahora profesor emérito de la UBA) introdujo en nuestro país la muy antigua tradición anglosajona de Law & Economics. En resumen, también en estos ámbitos resultaba sumamente espinoso seguir machacando con los fundamentos de la sociedad abierta (para recurrir a terminología popperiana) no solo con alumnos sino con otros profesores que muchas veces pretendían interferir de muy diversas maneras y agitaciones sindicales de diversa escala.

De más está decir que en aquellas épocas turbulentas y solitarias –especialmente de los años 70– hubo intelectuales de gran valía que acompañaron y tomaron con firmeza la posta liberal que ayudó enormemente a que se abra camino el ideario alberdiano, quienes también pagaron altos costos por su prédica.

Ayudó mucho a mi formación haber tenido la inmensa suerte de conocer personalmente a grandes maestros del liberalismo, algunos de los cuales tuvieron la generosidad de prologar libros de mi autoría. Y en las tres Academias Nacionales a que pertenezco observo que se han aplacado discusiones que se repetían con otros integrantes que me tomaban como un empecinado en la contracorriente con presentaciones que estimaban fantasiosas.

Ahora cuando a uno lo invitan a universidades extranjeras a dictar cursos o mis clases regulares en UCEMA parecen situaciones normales pero hubo que recorrer y absorber una buena dosis de ingratitudes por la incomprensión y rechazo abierto al liberalismo que he definido en uno de mis primeros libros como “el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros” lo cual ha sido citado en múltiples oportunidades por el actual Presidente.

Esta píldora que describo en esta nota periodística es al solo efecto de que tengamos presente el incendio colosal del que provenimos y comprender las inmensas dificultades que atraviesa el actual gobierno con restricciones políticas y palos en la rueda mayúsculos. No puede entonces procederse como si viniéramos navegando en el mejor de los mundos. Los esfuerzos por desregular, la exhibición de curros purulentos en el área estatal, la mayor seguridad en las calles, la reducción del gasto público en términos reales, la contracción del proceso inflacionario y la consecuente disminución de la pobreza son datos muy estimulantes. Desde luego que hay mucho por hacer, corregir y discutir lo cual ha sido enfatizado una y otra vez por las actuales autoridades que hasta el momento bastante han hecho con una mínima representación parlamentaria.

Por supuesto que nada puede darse por sentado, la lucha es cotidiana. El problema argentino consistió en haber descansado en los laureles de un país de envidiable prosperidad desde la Constitución alberdiana de 1853/60 hasta que arribaron los estatismos en algunos casos fruto del voto popular y otros vía dictaduras militares, éstos últimos mucho más graves que los primeros pero siempre consecuencia del antes aludido dejarse estar y equivocadamente pensar que la libertad está garantizada, por ello el célebre dictum de Thomas Jefferson: “El precio de la libertad es su eterna vigilancia”. Conjeturo (y espero) que en nuestro medio se haya madurado lo suficiente para estar muy alertas a los avances injustificados del aparato estatal que asfixian vidas y haciendas de terceros.

Cierro con dos reflexiones, la primera alude a la muy precisa lección reflejada en Isaias (1:9) donde se subraya que toda buena idea siempre comienza con “un residuo minúsculo”. En esta línea argumental, como he consignado antes en un correlato deportivo, en el fútbol son importantes los jugadores y sus goles pero no habría jugadores, ni equipos, ni partidos, ni estadios si no fuera por la hinchada. Como han señalado una y otra vez nuestros grandes maestros, el trabajo intelectual es absolutamente indispensable para que tenga éxito la política. Agradezco vivamente los tan valiosos esfuerzos académicos realizados en una larga cadena de aportes de quienes nos antecedieron en este debate en el que nunca hay palabras finales tal como, entre otros, explica en detalle el historiador Ernst H. Gombrich que en ese sentido reza el lema de la Royal Society de Londres: nullius in verba.


1es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina. Puede seguir su cuenta de Twitter en @ABENEGASLYNCH_h.

*Artículo publicado en elcato.org el 04 de agosto de 2025

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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