Se hunde la franquicia chavista en España
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El partido neocomunista Podemos, surgido al calor de los millones recibidos de los regímenes de Venezuela e Irán, acaba de quedar prácticamente evaporado del mapa político español, a juzgar por su pobre desempeño en las elecciones autonómicas y municipales realizadas el domingo pasado. Las distintas formaciones regionales y locales bajo las que concurrió este partido apenas sumaron un 2% nacional, lo que al menos abre un horizonte donde el chavismo ibérico quedaría fuera de los escenarios de coalición por un buen tiempo más, o quizás definitivamente.
Tampoco le fue nada bien al gobernante PSOE, con su peor votación en las comunidades y municipios en mucho tiempo. Los resultados oficiales distaron de lo que anunciaban las encuestas pagadas con fondos públicos, que daban primero al socialismo, y mostraron la chance creciente de que el PP regrese al gobierno y desaloje a esa suerte de “nuevo frente popular” construido entre el sanchismo, los podemitas y los bilduetarras.
Lo cierto es que el “caudillo Sánchez”, al decir de Rosa Díez, arrastró al PSOE a la catástrofe, borrando cualquier rastro del centrismo semiliberal de Felipe González. Ahora, elecciones adelantadas mediante, Pedro Sánchez parece insistir con su candidatura, probablemente apostando a absorber los restos de la extrema izquierda y a “reinar sobre las cenizas”, como líder opositor.
Esta deriva debería hacer reflexionar a quienes, por estos lares, buscaban el acercamiento con el todavía presidente español, bajo la discutible tesis de que Sánchez podía hacer de factor moderador sobre los regímenes populistas latinoamericanos. Ya no es, repetimos, el mismo partido de Felipe.
El eventual retorno del PP al poder puede darse en tres escenarios: con mayoría propia, en coalición con Vox o con un acuerdo de investidura que conduzca a un gobierno en minoría. Esto último puede hacerse con Vox, recibiendo sus votos en el Parlamento pero sin pedirle ministros, o con un improbable PSOE que se libre de Sánchez (como ha venido tanteando el reelecto presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, uno de los últimos cuadros lúcidos en ese partido).
Sin duda, el regreso del PP al gobierno sería un golpe político para los autócratas latinoamericanos, que tenían buena sintonía con los socios de Sánchez, y puede llevar a posturas más firmes de la Unión Europea, en cuanto a condicionar acuerdos comerciales y de cooperación al respeto de estándares mínimos en derechos humanos y en transparencia electoral.
De verificarse la salida del socialismo del gobierno de España, Portugal sería el único país de Europa gobernado por socialdemócratas, confirmando la debacle histórica de una corriente que no creó el Estado de Bienestar (lo hicieron conservadores como Bismarck), no lo gestionó bien (los demócrata-cristianos alemanes fueron sus mejores administradores) ni lo reformó exitosamente (como sí lo hicieron los liberales escandinavos).