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La discusión necesaria de la coyuntura, peor aún en épocas turbulentas como las actuales, puede hacernos perder de vista el objetivo último de desarrollo económico y social inserto en las diversas agendas mundial, nacional y departamental.
A inicios de siglo encontré en un documento sobre América Latina y los fenómenos naturales una definición de desarrollo que me encantó: el proceso mediante el cual un país aumenta sus potencialidades y reduce sus vulnerabilidades.
Por ejemplo, la situación actual en el sector externo pudo haberse evitado si a tiempos se habría tomado nota de las alertas sobre vulnerabilidades y las medidas pertinentes para mitigarlas.
Necesitamos mirar más allá de lo obvio para percibir las vulnerabilidades que se nos vienen. Quiero reparar en dos en esta oportunidad.
Es evidente que la producción de hidrocarburos está disminuyendo por la falta de exploración en su momento como causa próxima y de un marco legal y regulatorio inadecuado como causa profunda.
Una de las preocupaciones es que la mayor parte del gas boliviano que se destina al mercado interno sirve para la generación de energía eléctrica. Entonces las alternativas que tenemos son o explorar y descubrir gas cuanto antes para asegurar la generación de energía de origen térmico o, en su caso, ver fuentes de ingreso externo que permitan pagar la importación de gas.
Más allá de eso, la alternativa casi obvia es el cambio de la matriz energética. Por ejemplo, se necesita que pongamos atención en la generación hidroeléctrica. Eso pasa por la construcción de forma sostenible y amigable con la naturaleza de represas, que también podrían servir para el riego. La discusión técnica debe primar en este aspecto.
La otra vulnerabilidad es la informalidad. En la mayoría de las conversaciones que tengo con amigos, especialmente del interior, varios la ven como una ventaja para afrontar los choques externos. Y evidentemente es una ventaja de corto plazo porque los trabajadores puedan reconvertirse de una a otra actividad.
Sin embargo, la reconversión puede ser altamente costosa para las propias familias. En el sector privado formal una reducción de salario legalmente es un despido indirecto. Pero en el caso informal esa situación no acontece: el salario se baja y punto.
Cuando vino la pandemia, los ingresos laborales en el sector informal bajaron en promedio 10% y en el caso de los segmentos más altos de ingresos informales la caída fue de hasta 20%. De “la noche a la mañana” los informales vieron sus ingresos bajar. Pero lo más grave es que hasta septiembre de 2022 sus ingresos no se recuperaron.
El expresidente de Chile Patricio Alwyn dijo una vez que “el mercado es cruel”. En lo particular creo que esa afirmación puede ser cierta algunas veces, incorrecta otras e inapropiada la mayor parte de las veces.
Pero la “crueldad” del mercado laboral informal hace que la gente gane menos que antes de la pandemia y que esté indefensa frente a los riesgos médicos, de vejez e industrial.
Debemos apostar por una fuerza de trabajo a la altura del siglo XXI. Hace dos días salió el libro “Poder y progreso: nuestra lucha milenaria por la tecnología y la prosperidad” de Daron Acemoglu y Simon Johnson. En ella discuten sobre cómo la tecnología ha influido en nuestras vidas.
Todos estamos absortos preguntando a ChatGPT o inteligencia artificial (IA) varias cosas. Los profesores están preocupados porque la herramienta podría ser el mejor “chanchullo” o trampa para los estudiantes.
Imaginémonos lo que podrá hacer IA al mercado laboral con computadoras más preparadas que humanos, incluso en creación y razonamiento.
En fin. Necesitamos de veras apostar por el desarrollo y, su condición necesaria, el crecimiento.
Como lo dijo un grande de la economía que nos dejó esta semana, el premio nobel Robert Lucas (1937-2023): “Las consecuencias del crecimiento económico para el bienestar humano son tan estremecedoras que una vez que uno empieza a pensar en eso es difícil hacerlo en otra cosa.”