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En las épocas del auge económico, cuando todo era alegría en el Movimiento al Socialismo y Evo Morales solo le faltaba volver a tocar los platillos de pura emoción, cuando incluso los empresarios miraban con ojos condescendientes los logros del proceso de cambio, alguien dijo que los bolivianos vivíamos sobre un inagotable mar de gas.
Unos cuantos años después de aquella entusiasta afirmación resulta que solo queda algo parecido a una laguna de gas y que, en poco tiempo más, incluso será difícil abastecer los centenares de miles de conexiones que llevaron el hidrocarburo a los domicilios de los bolivianos.
Entonces unos cuantos se atrevieron a decir que no había que ser tan optimistas porque no había inversión en exploración de nuevos campos y muy poco en desarrollo de los existentes, por lo que se podía predecir que el futuro del gas no era muy alentador, pero la mayoría nos tragamos el cuento de que, como siempre nos dijeron, Bolivia era un mendigo sentado sobre una mina de oro.
También se dijo que la economía boliviana estaba blindada contra los shocks externos. Es más, mientras otros países experimentaban las secuelas de la guerra en Ucrania, el gobierno se pavoneaba con expectativas de crecimiento económico usualmente superiores a las previsiones de los “equivocados” organismos internacionales y con datos de baja inflación envidiables para el mundo.
Pero parece que el blindaje era de cristal, porque en unos meses se esfumó la ilusión, se extinguieron las reservas, desaparecieron los dólares, subieron los precios y cundió la incertidumbre sobre el futuro. Fue un nuevo cuento con final triste para todos, excepto para el gobierno que, incluso así, afirmó que no había razón para alarmarse y que seguíamos siendo los campeones regionales de la estabilidad.
Y así, con encantamientos de este estilo los bolivianos sucumbieron a diversos hechizos gubernamentales. Incluso quedaron convencidos, con explicaciones vagas e insuficientes, que un avión de la línea bandera nacional podía despegar con 500 kilogramos de cocaína a bordo, con la complicidad de unos cuantos policías bizcos, de perros sin olfato y funcionarios olvidadizos de BOA.
Habrá que ver lo que viene con el litio. Por ahora estamos nuevamente en la fase de la ilusión. Nuestras reservas son las más grandes del mundo, el futuro de la energía mundial no se explica sin Bolivia, las inversiones de empresas chinas y rusas son menos imperiales que las estadounidenses y cosas por el estilo que inflan de orgullo el pecho de los patriotas acostumbrados a creen en que llegará el momento en que el país se convierta finalmente en una potencia.
Si no pudimos con la plata, tampoco con el estaño y menos con el gas, no hay por qué preocuparse, porque el litio vendrá en nuestro auxilio desde las profundidades del salar más extenso del mundo y seremos reivindicados.
Y qué cosa no… un día nos enteramos que Evo dio un autogolpe y al día siguiente que en realidad no y que, como dijo el ejecutivo de la COB, se trata de un tema “que queda entre nosotros”, un invento de la derecha, una tergiversación de lo que dijo, pero que en realidad no dijo un dirigente sindical.
¿Solo faltaría que se crean que Evo Morales y Luis Arce estaban peleados? ¡Cómo pues! Están más unidos que nunca y conscientes de que la revolución está primero que sus prematuras ambiciones. Por eso se fueron a Cuba de vacaciones, a compartir, como buenos amigos que son, un mojito y una buena manito de charla al pie del monumento a los comandantes.
¿Y las acusaciones? ¿Las denuncias de corrupción? ¿Los narcoaviones? ¿La derechización del gobierno? Nada que no se resuelva con una buena dosis de obligatoria amnesia partidaria, por lo menos hasta que las elecciones estén cerca y si alguien lo recuerda…fácil, le decimos pitita o neoliberal.
Somos o nos hacemos. La evidencia indica que, a veces, de puro cansancio “nos hacemos”, pero también, que de tanto caer en la trampa de los ilusos parece cada vez más cierto que en realidad “somos”.