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“El sueño o la pesadilla, dependiendo de cómo se lo quiera ver, había llegado a su fin”, leo entre otras líneas en el conmovedor desahogo que Mery Vaca compartió el jueves pasado en su blog, titulado “Mi pasión más dolorosa”, tras el anuncio oficial de cierre de Página Siete, diario del que ella fue su última y gran directora. Una de las peores noticias recibida en lo que va del año no solo para las 70 familias directamente afectadas con el cierre, sino también para quienes compartimos el sueño de una prensa libre e independiente.
Un sueño cuyo fin puede dar paso a nuevas y dolorosas pesadillas como la padecida por los trabajadores de Página Siete. Nuevas pesadillas que van más allá del calvario de tener que sobrevivir sin sueldo durante más de medio año -como si esto no fuera suficiente-, y que se reflejan en la amenaza que asoma tras el cierre del diario cuyo trabajo inclinaba la balanza de los medios hacia la prensa independiente. Eliminado el peso de Página Siete, “el otro lado cobra más peso cada día”, como bien lo advirtieron también el jueves último los periodistas del diario, en una última carta dirigida a sus lectores.
Una advertencia que debe llevarnos a tomar consciencia de que lo ocurrido no es algo que afecta apenas a un diario. El desahogo de Mery, la carta de los periodistas de planta a sus lectores y el comunicado oficial de Raúl Garáfulic, presidente de directorio de Página Siete, no dejan lugar a dudas de que estamos frente a un sueño frustrado y una pesadilla (por ahora, aun sin fin) que nos golpea a todos. No se trata solo de Página Siete.
Todos vamos a sufrir las consecuencias de la inclinación de esa balanza hacia una prensa controlada por el poder político, el poder económico y los poderes fácticos. En este caso en particular, por el Gobierno central, tal como lo deja claro el comunicado de Garáfulic al enumerar las tareas ejecutadas desde el partido de gobierno para asfixiar al diario. Una estrategia que combinó acciones de asfixia económica con otras de acoso judicial, sea de manera directa o a través de terceros, recurriendo incluso a amenazas a privados.
Nada nuevo bajo el sol, dirán algunos, y con razón. Lo padecido por Página Siete ya lo han sufrido antes otros medios y muchos más están en la fila de espera. No se vislumbra en el horizonte una reversión de esa estrategia, sino más bien todo lo contrario: una apuesta por reforzar la misma, dado el resultado logrado hasta ahora, sin tener que enfrentar una resistencia firme de parte de los afectados de manera directa o indirecta. Salvo una serie de pronunciamientos de pesar o solidaridad formal, el cierre de Página Siete no provocó una reacción más firme y articulada de parte de los gremios de la prensa y de la sociedad.
Es como si estuviéramos anestesiados o hipnotizados, incapaces de darnos cuenta de los peligros que nos acechan por todos los flancos. ¿Vamos a esperar más anuncios similares a los de Página Siete para terminar de convencernos de que estamos bajo un régimen que no está dispuesto a frenar y menos dar marcha atrás en su propósito de poder y control total? Un régimen decidido a ahogar todas las voces que le resulten incómodas, críticas y reveladoras de los excesos que comete a diario. Un régimen que se siente y sabe impune, al que no le hace mella una vocecita por aquí o una quejita por allá, ni siquiera las voces de protesta que emergen desde sus propias bases y cuadros partidarios.
Es importante tomar consciencia de que no se trata solo de un cierre empresarial más. No se trata solo de un sueño abortado. No se trata apenas de una pesadilla nueva y pasajera. En la Asociación de Periodistas de Santa Cruz estamos convencidos de que lo ocurrido con Página Siete no es un hecho fortuito o aislado, sino parte de esa estrategia de asfixia económica y acoso judicial a la que el régimen del MAS sigue apostando para controlar y callar toda voz crítica. Y por esto, justamente, nos hemos declarado en emergencia.
Una declaración de emergencia que llega acompañada de un llamado a los empresarios, a las organizaciones de la sociedad civil, a la ciudadanía en general, para que cada uno, desde el lugar en el que esté y el rol que desempeña, aliente y sume apoyo efectivo a la lucha que estamos decididos encarar para frenar y revertir esa estrategia oficialista que amenaza no solo la libertad de prensa, sino también la libertad de expresión y la libertad de pensamiento. Con el cierre de Página Siete hemos perdido un buen pedazo de todas ellas. En nuestras manos está, en gran medida, que los sueños no terminen en pesadillas.