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Supersticiones conspirativas

La red permite una relación directa entre personas, que intercambian informaciones sin los filtros que existían cuando la opinión de los letrados tenía más peso que la de cualquier vecino. Los mitos se difunden en las plataformas, se viralizan porque son pintorescos o fantasiosos, no porque estén respaldados por argumentos serios o por opiniones calificadas.

Jaime Duran Barba

Consultor de imagen y asesor político.

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Las teorías conspirativas más disparatadas se viralizan porque alimentan las fantasías de millones de personas que no pretenden encontrar ninguna verdad, sino divertirse. Está en desuso uno de los conceptos que dieron origen a la ciencia, el de la navaja de Ockham, que dictaminó que entre dos explicaciones que se conciban para un fenómeno, la más sencilla es la que mejor explica la realidad. La mayoría es fantasiosa, tiende a creer que la realidad es más misteriosa y racional.

Esta semana Donald Trump sufrió un atentado y las redes se inundaron de complicadas teorías para explicar lo que había sucedido. Una de las balas, disparada por un joven de 20 años, lo hirió en la oreja y otras mataron o hirieron a quienes participaban en su mitin.

Algunos dijeron que fue un autoatentado para conseguir votos, que Trump había permitido que le dispararan en la oreja para mejorar su situación electoral. Otros en cambio quisieron encontrar una conspiración mundial que movía al terrorista, cosa que no tiene ningún sentido. Los delirios de quienes están extraviados en el mundo de las ideologías producen cualquier relato, que pretende dar un sentido trascendente a algo que se ha vuelto relativamente común en la sociedad hiperconectada: la acción de personas marginales que pueden hacer lo que antes les habría sido imposible.

Algunos, que creen en teorías extravagantes o tienen la mente alterada, han producido este tipo de hechos en los últimos años. El límite entre la enfermedad mental, las creencias religiosas y las ideologías es difícil de determinar, pero los actores siempre pertenecen a pequeños grupos esotéricos que no responden a una estrategia política global.

Hace dos años, el exprimer ministro japonés Shinzo Abe fue asesinado por Tetsuya Yamagami, un ciudadano que odiaba las ideas religiosas de Abe, que habían sido compartidas por su madre. No existía ninguna teoría que explicara racionalmente el asesinato. Como en otros casos, se calificó a Yamagami como loco o extremista, sin que esto significara nada.

Los delirios de los extraviados en ideologías producen cualquier relato

Cuando se cumplían 109 años del asesinato del jefe de la Policía Federal Ramón Falcón a manos del anarquista Simón Radowitzky, un grupo libertario intentó volar su tumba en el cementerio de la Recoleta. Anahí Esperanza Salcedo, que dirigía la célula, perdió tres dedos cuando quiso tomarse una selfie el momento de la explosión. Estaba acompañada de otros tres revolucionarios que se mantenían con planes sociales entregados por el Estado que querían destruir. El anarquismo es una ideología nacida hace más de un siglo, no funcionó en ningún país con sus principios, en la Argentina no tiene peso político, esas personas eran simplemente marginales que luchaban con fantasmas.

Hace dos años, Cristina Kirchner sufrió, en la puerta de su residencia, un atentado armado por cuatro vendedores ambulantes de algodón de azúcar, conocidos después como “los copitos”. El principal atacante fue Fernando Sabag Montiel, quien gatilló una pistola Bersa en la cabeza de la vicepresidenta. El atentado fue tan rudimentario que ni la propia Cristina se percató de que se había producido. Siguió saludando a sus simpatizantes en la vereda y minutos más tarde lo vio en la televisión. Como siempre, vino la tentación de victimizarse, investigar las relaciones de los copitos con la oposición y otra serie de teorías sin sentido. En realidad fue un grupo periférico de personas cercanas a anarquistas de derecha, enemigos del peronismo. Tampoco ha funcionado nunca un país anarcocapitalista.

Los políticos tradicionales tratan de darle una lógica interesada a este tipo de acontecimientos, a partir de dogmas que no se pueden discutir aunque la información empírica los contradiga, pero la verdad es que ni el anarquista de izquierda que atentó en contra de Trump ni los anarquistas de derecha que atacaron a Cristina estaban conectados a nada. Como el asesino de Lennon, los disfrazados seguidores de Trump que trataron de tomar el Capitolio, y tantos otros, son solo personajes que surgen del desquicio de las redes. Intercambian informaciones disparatadas, se convencen de ideas sectarias y actúan en una sociedad caotizada.

Trump tiene un excelente equipo de campaña. Reaccionó rápidamente, convirtiendo el acontecimiento en herramienta de comunicación. Su reacción vital, rápida, le permitió producir fotografías que elevaran el ánimo de sus seguidores. La presencia de miles de asistentes a la convención republicana con vendas en la oreja fue un instrumento de identidad interesante. Como lo hicieron con la foto que tomó la policía para ficharlo hace algunos meses, el atentado fue ocasión para recaudar enormes sumas de dinero en objetos de merchandising.

Algunos dejan de comer o se flagelan si creen que así agradarán a un dios

En las formas, la campaña de Trump es muy semejante a la que hizo en Argentina Milei: comunica movimiento, futuro, esperanza, frente a campañas como la de los demócratas y la de Cambiemos, que comunicaron aburrimiento, rescate de antiguos valores, masoquismo. El libertario habló de que La Libertad Avanza, carajo, no dijo “el ajuste avanza, carajo”. Trump, por su parte, con Make America Great Again (“Haz a los Estados Unidos grandes otra vez”) ofrece recuperar el sueño americano perdido con el gobierno demócrata.

Los dogmas inundan la política y algunos dirigentes creen que la realidad se explica por la acción de fantasmas. Como dice Harari, con la revolución cognitiva, hace unos treinta mil años, el Homo sapiens generó el mundo simbólico, que permitió que algunos pudieran convencer a otros de que “esa montaña es el guardián de nuestra tribu, nos protege, y yo soy un sacerdote que sabe realizar hechizos para comunicarme con ella”. Gracias a esto se pudieron organizar grupos de más de los 80 o 90 ejemplares que conformaban las hordas originales de homínidos. Las grandes concentraciones de sapiens iniciaron nuestra superioridad sobre otros seres humanos, como neandertales y denisovanos, y fue al mismo tiempo lo que nos permitió exterminarlos.

La capacidad de crear ficciones y comunicarlas es la característica más singular de nuestro lenguaje. Hablamos de seres imaginarios, vivimos con ellos, construimos nuestra realidad sobre mitos y la fe es lo que nos permite ser lo que somos. Como dijo Herman Hesse en Demian: “Creamos dioses, luchamos con ellos y ellos nos bendicen”.

Lo simbólico tiene tanto poder que muchas veces se ubica por encima de las necesidades naturales. Algunos pueden dejar de comer o autoflagelarse si creen que con eso se congracian con dioses que a cambio les premiarán con una felicidad mayor. Si un ser humano encuentra en la selva un racimo de bananas, puede dejar de comerlas si cree que así agradará a un dios que premiará su sacrificio. Es imposible convencer a un chimpancé de que haga lo mismo para que pueda llegar al cielo de los monos, en donde tendrá las bananas que quiera por toda la eternidad. El concepto mismo de “eternidad” es una ficción creada por nuestra especie, que no comparte ningún otro ser vivo del planeta.

Hubris y realidad

En las sociedades laicas que se generaron con la Revolución Francesa, la mayoría puede aceptar, en determinados momentos, hacer un sacrificio si cree que con eso conseguirá mejorar sustancialmente su nivel de vida. Es completamente falso que la sociedad interconectada es masoquista y la mayoría de la gente quiere sufrir. El norte de la actividad de los occidentales es la búsqueda de placer. Los gobiernos pueden convencer a la población de que haga sacrificios para vivir mejor, siempre que no sean demasiado dolorosos, duren poco y puedan sentirse los resultados de las mejoras de manera palpable.

En todos nuestros países el Estado creció de manera desproporcionada, sobre todo a partir de los precios de las materias primas que se produjeron hace algunos años. Los latinoamericanos vivimos más que antes. Según la Organización Panamericana de la Salud, la esperanza de vida en América Latina y el Caribe aumentó espectacularmente, pasando de 29 años en 1900 a 74 años en 2020. Bienes y servicios, como el agua potable y el alcantarillado, que hace un siglo eran privilegios de minorías, hoy son considerados derechos elementales.

La revolución tecnológica, que puede permitir que construyamos una sociedad mejor, supone que se realice un cambio radical, sobre todo en la cultura y la educación. Al menos dentro de la cultura occidental, eso supone desarrollar más las libertades que nacieron en el seno del liberalismo durante el último siglo.

También mantener una actitud más racional frente a la realidad. En el mundo de los fantasmas de la red, muchos tratan de explicar lo que ocurre por la acción de demonios que no existen. Los ideologizados por la “derecha” creen que en América Latina se ejecuta un plan totalitario impulsado por dos clubes de jubilados de la Guerra Fría, el Grupo de Sao Paulo y el Grupo de Puebla. Sus integrantes no tienen el peso de antiguos líderes de esa tendencia como Fidel Castro o Salvador Allende. Ortega y Maduro son personajes mínimos, dedicados a actividades cuestionables, que persiguen a sus opositores, dictadores militares low cost. Estas organizaciones no tienen los fondos rusos que tuvo Cuba para mantener un ejército en África e impulsar la revolución armada en toda América Latina. Es poco real suponer que esas ruinas del siglo pasado puedan manejar al Fondo Monetario Internacional o tener algún peso político en algún lado. Cuando algunos temen que lleguen cientos de agitadores cubanos, nicaragüenses y venezolanos a organizar manifestaciones en Buenos Aires, se olvidan de que si llegaran ciudadanos de esos países, no sabrían cómo hacerlo. Están acostumbrados a callar y someterse para conservar la vida.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Jaime Duran Barba

Consultor de imagen y asesor político.

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