Escucha la noticia
Arrancar diciendo que llegamos otra vez a un 6 de agosto con sabor a poco, o a susto, con escasas razones o motivaciones para celebrar un aniverario más de la independencia de Bolivia, puede llevarnos a ser encasillados como pesimistas y aguafiestas. ¡Cómo pues se les ocurre decir semejante barbaridad, nada menos que en un día de fiesta!, exclamarán algunos, echando mano de las bondades y maravillas que posee Bolivia, creyéndolas suficientes para rebatir la afirmación de que hay poco qué celebrar en esta fecha patria.
Para unos sonará a pesimismo. Para otros, a realismo. Un realismo del que echan mano estudiosos como Renzo Abruzzese, por citar uno entre muchos, a los que no les hace el saco del pesimista que solo se queja del viento, ni del optimista que se queda a la espera de que éste cambie, sino del realista que va y ajusta las velas. En el caso que nos ocupa, el realista que tiene la capacidad y honestidad de afirmar que no hay motivos para celebrar hoy, pero también la capacidad y claridad para identificar causas y remedios a los males que hoy nos agobian e inhiben los impulsos festivos.
Y la realidad que vive hoy Bolivia no da para fiestas. Basta repasar los últimos hechos que han marcado la coyuntura y la agenda nacional, en las que la confrontación política y los conflictos sociales, además de la inseguridad y la violencia delincuencial, han sido -y están lejos de dejar de ser- una constante en la cotidianidad de la mayoría de los bolivianos. Y lo más grave: una constante alimentada desde el poder central, al que no le tiembla la mano al momento de ajustar las tuercas, echar leña al fuego o arremeter directamente contra todo lo que represente un freno a su apuesta de control total.
Tres temas centrales, entre otros, dan prueba de ello: su negativa a cumplir con el Censo Nacional comprometido para noviembre de este año; su abierta intervención a favor de la toma violenta de tierras, sobre todo en el oriente y más específicamente en Santa Cruz; y su cada vez mayor instrumentalización de la Justicia como mecanismo de represión política. En los tres casos, con señales claras de peligro para la aún débil democracia en el país. Abruzzese destaca el segundo tema y recuerda que todas las formas particulares de totalitarismo, de facismo, se han iniciado a través de la toma de tierras.
Ni qué decir del tema Censo, que pareciera ser un tema secundario, al que “no hay que politizar”, según el discurso oficial. Una falacia, dice Abruzzese, ya que no hay nada más político que un censo, como lo está demostrando justo ahora: fijarle una fecha aceleró los tiempos políticos en el país y lo ha convertido “en la madre de todas las batallas”. El que gane esta batalla tendrá el poder de diseñar la nueva radiografía de una sociedad posible (o imposible), un dato de la realidad que el gobierno central conoce muy bien y por eso, precisamente, está concentrando su artillería para controlar fechas y resultados.
Pero caeríamos en un gran error si nos quedamos aquí en la lectura de la realidad del país y no somos capaces de ver más allá del gobierno central y de su instrumento político, tal como bien hace en advertir Abruzzese. Y en esa mirada entran en escena los otros actores políticos -los de los partidos, los de las plataformas ciudadanas y los de otras instancias de la sociedad civil-, todos ellos hasta ahora incapaces de leer, comprender e interpretar la realidad boliviana que ha cambiado muchísimo en las últimas décadas. Para comenzar, han cambiado los actores, los sujetos políticos y, por supuesto, la forma de hacer política. Algo aun no percibido por quienes están al frente del MAS.
Una falta que urge ser corregida, revertida, si acaso queremos recuperar las ganas y razones para celebrar Bolivia. Una tarea posible “si repensamos este país, si organizamos estructuras de representación renovadas y damos cabida a nuevos actores de la historia”, alienta Abruzzese. De lo contrario, dice, “la democracia en Bolivia está finiquitada, ha firmado su sentencia de muerte”. Y remata: “El imperativo de los partidos políticos y de las fuerzas políticas es la búsqueda de solución de continuidad a la historia, en los términos de la democracia, porque de lo contrario será en los términos de la dictadura”.
Pesimistas, no. Aguafiestas, menos aun. Simplemente, realistas. Realistas a la espera de un mejor futuro que permita recuperar razones y ganas para celebrar otro 6 de Agosto.