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Hoy domingo santo descansamos de la coyuntura económica. Me permito utilizar el libro de Tyler Cowen: Descubra al economista que lleva dentro. Cómo utilizar los incentivos para enamorarse, para sobrevivir a su próxima reunión y para motivar a su dentista, para hablar de las mil utilidades de la economía. Me atrevería a añadir que esta ciencia de la argumentación también puede ayudar a reducir de peso, a reconvertir a un masista al libertarismo y a entrenar mascotas. Todas tareas inútiles y frívolas, dirán algunos, pero estas actividades forman parte del día a día de los simples mortales. Veamos una guía práctica sobre cómo descubrir al economista que uno lleva dentro (y no morir en el intento) siguiendo a Cowen. De esta manera repasaremos algunos conceptos básicos de economía que pueden ser muy útiles.
En primer lugar, es necesario decir que los economistas son de la Luna de Paita y que el resto de las profesiones vienen de Marte. Así que no hay que angustiarse por ser diferente. En la mañana, si al mirarse al espejo usted se sorprende pensando que tiene mucho mes disponible y que su salario ya se acabó, no se estrese. Es su otro yo el que ha madrugado, el economista que lleva dentro y que está buscando maximizar su bienestar dada su restricción presupuestaria. Verificará entonces que preguntarse cómo hacer alcanzar el dinero, cada vez más corto, para cumplir los deseos materiales y espirituales es algo que se repite en varias ocasiones: en el supermercado o cuando se va a tomar una chelas en el boliche preferido. En este último caso es preferible que el economista interno sea más neoliberal y que controle los gastos con férrea disciplina puesto que un keynesiano despilfarrador invitaría a beber con dinero ajeno. La actitud maximizadora de bienestar o ganancia es una actividad diaria personas y empresas. Hacemos economía todos los días.
A la hora de enamorarse, también puede salir el economista que habita en uno. Para afrontar este momento, un libro de cabecera es Microeconomía del amor, escrito por David de Ugalde. Cuando Cupido flota en el aire, es decir, cuando lo que comanda es la parte concupiscible del cuerpo y no el cerebro, hay que tener cuidado con pensar que uno se encuentra en un mercado competitivo y con información perfecta, libre entrada y salida, productos homogéneos; no se da una situación de mercado donde las condiciones de oferta y demanda son iguales, como sostienen los neoliberales. No hay que equivocarse. El mercado del amor está lleno de fallas y de restricciones. En primer lugar, no existe información simétrica entre los ofertantes y demandantes. No todos están dispuestos a buscar amor con transparencia. Es difícil encontrar la media naranja cuando el resto son toronjas o limas. A veces no hay libre entrada y salida ya sea porque está casado o está en una relación toxica y tampoco todas las personas son iguales en la emoción. También, las expectativas no son racionales. Al contrario, pueden ser esquizofrénicas en el mercado del amor, especialmente a la hora de intercambiar curvas. En tercer lugar, alguien puede actuar de manera monopólica en el amor y micharse con sus cariños, produciéndose pérdidas en el excedente del enamorado o consumidor. O sea, un amor no correspondido. No se piense que la intervención de la suegra-estado podrá corregir estas imperfecciones en el mercado del amor. Todo lo contrario, puede agravarlas, y mucho. En suma, los mercados, en general y en particular los del amor, están lejos de funcionar en competencia perfecta, salvo raras excepciones.
¿Cómo es que el economista que uno lleva dentro del pecho (o la pechuga), podrá ayudar a sobrevivir en una reunión? En esta parte del mundo, para que una reunión sea buena deberá durar varias horas, realizándose en un ambiente pesado donde todos fumen como chinos. Además, a la gente le gusta maximizar la cantidad de palabras que usa por unidad de idea en las reuniones, especialmente si son políticas.
En Bolivia hay un culto a la cháchara y hablar al fosforo. Peor aún si en el encuentro están algunos hermanos y compañeros líderes del proceso de cambio: ellos, para hablar incluso de la contabilidad, necesitan de una contextualización histórica y política. Bueno, en estas situaciones, el economista que llevamos a dentro deberá acudir en nuestra ayuda. Nos recordará los conceptos de la escasez y abundancia y la idea de maximización de utilidad. Para un economista, el tiempo es bien escaso: la vida útil de una persona es de aproximadamente de 45 años. Si usted tiene unas cuatro reuniones por semana, de aproximadamente tres horas cada una, a lo largo de su tiempo profesional sus reuniones durarán tres años en todo este periodo. Evite las reuniones largas; cuando esto no sea posible, hable primero, diga su mensaje y lleve algo que hacer para el resto de la meeting. El celular es muy útil en estos momentos, en especial si en el lugar hay wi-fi. En tres años se pueden responder miles de correos electrónicos, ver 50.000 tiktoks o centenares de whatsapps.
Los dentistas son de las pocas personas que meten el dedo a la boca de los economistas. En realidad, lo hacen con todos los mortales que aún tienen dientes. Incentivarlos, a través de técnicas económicas, es una tarea de sobrevivencia y maximización de parrilladas futuras. A la hora de ir al odontólogo, el economista interno que llevamos dentro deberá entender los conceptos de selección adversa y riesgo moral, que son dos fallas de mercado. Me explico: En el mercado de las caries, el que vende el servicio tiene mucha más información sobre la calidad de la atención que el paciente. Este siempre va a oscuras a este servicio y apenas tiene alguna referencia vaga sobre la calidad del dentista. Con suerte tuvo la indicación de un amigo o pariente. Este es el concepto de selección adversa, que es una falla de mercado.
Ahora bien, una vez que uno está sentado en el sillón del dentista, el profesional de las muelas controla la acción del servicio, que puede ser buena o mala. Al paciente le queda rezar y esperar que las tapaduras le duren hasta el próximo chicharrón. Este es el concepto de riesgo moral. Selección adversa y riesgo moral son las fallas de mercado asociadas a las asimetrías de la información. Es decir que en la compra de un servicio de salud, el dentista tiene mucho más información sobre la calidad del servicio y además controla la transacción. Ahora, cuando el dentista dice: “Abra grande, bien grande, que no le va doler”, no hay más remedio que creerle y olvidarse del economista que uno lleva dentro.