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Hace más de 10 días recibí una llamada de mi hija que estudia en el exterior, que me preguntó sobre el precio del tomate en el país. Dos días después viendo las noticias mi esposa me preguntó lo mismo y me hizo una consulta que me transformó: ¿qué relación tenía con la inflación?
Todos mis recuerdos y conocimientos de los ocho años que trabajé en el banco central vinieron a mi cabeza, en especial los años 2007-08 y 2010-11, cuando los alimentos subieron de precio. Fue un “déjà vu”, una expresión francesa que significa “ya visto”.
Partí mi respuesta con el concepto de: el aumento persistente y generalizado de precios. Le dije que si era sólo algunos artículos como el tomate no era necesariamente inflación porque no era generalizado e iba a ser temporal.
Es más, la inflación no se puede observar directamente. El Índice de Precios al Consumidor o IPC es una medida imperfecta porque mide el alza de un conjunto repetido de artículos representativos. No mide la sustitución que ocurre cuando los precios aumentan. Por ejemplo, si sube la mantequilla uno puede sustituirla con margarina. Las empresas que miden el comportamiento del consumidor como Kantar, IpsosCiesMori o Captura muestran que los consumidores estamos más pendientes de los precios y menos de las marcas.
Para medir la inflación se excluyen los artículos más volátiles, que en nuestro caso son, por ejemplo, el locoto, el tomate, el viaje en bus, la vainita, el pepino y la zanahoria. Por tanto, la inflación no está necesariamente ligada a los alimentos perecederos. Es más, cuando hay estos fenómenos el margen de acción de los bancos centrales encargados del control de la inflación es muy limitado.
La buena noticia es que la inflación no viene por lo más mediático como son los alimentos perecibles.
Lo que sí está teniendo efectos en la inflación y los tendrá con mayor fuerza en los siguientes meses es el alza del tipo de cambio en el mercado paralelo. Dejando de lado los alimentos, los artículos que más han subido fueron la cal, los insecticidas, las cremas para piel, ambientadores, los enjuagues bucales, productos que tienen un componente importado.
En mis primeros años en el banco central y junto con mi colega Fernando Escobar analizamos el traspaso cambiario (o “pass-through”), que es el efecto que tienen los movimientos cambiarios en la inflación.
Encontramos que éste había caído consistentemente desde los años noventa y que en 2005 era casi un cuarto; es decir, un alza de 30% en el tipo de cambio implicaba 8 puntos porcentuales más de inflación.
Este efecto tarda en manifestarse entre 12 a 24 meses para un contexto de inflación baja. Extrapolando a la situación actual, el alza reciente del tipo de cambio afectará los precios internos en los siguientes meses con cada vez más fuerza. Una muestra de ello es que el componente importado de la variación de precios al por mayor subió 8% en 12 meses hasta abril.
Esta situación es aún más grave si se considera que se prevé que el desequilibrio cambiario continuará en adelante dada la falta de recursos externos por un monto de más de $us 2.500 millones por año.
Este problema se agrava cuando constatamos que los desequilibrios monetarios se están agudizando. Primero porque la preocupante expansión del crédito interno ya no puede contrarrestarse con pérdida de reservas internacionales por su bajo nivel. Y, segundo por el crecimiento monetario de más de dos dígitos porque, al final de cuentas, la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario.
Este desajuste monetario a su vez tiene origen fiscal. De hecho, el año pasado habríamos tenido el déficit más alto de la historia en términos absolutos, por más de Bs34 mil millones. Como dijo otro economista, la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno fiscal con un cómplice monetario.
Los indicadores estadísticos estándar de la inflación muestran que estaría en más del doble que en meses pasados y, desafortunadamente, anticipan la continuidad del alza.
No es el tomate; es mucho más.