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El 17 de julio hubo un espacio donde las ideas, no las personas fueron protagonistas. El “Encuentro con Candidatos” organizado por Cainco y otros similares muestran de que es posible hablar de política sin necesidad de polarizar, sin la urgencia de los slogans, ni la presión de los aplausos fáciles y lisonjeros. Y eso ya es novedoso.
Estuve no sólo como parte de la Cámara, sino como economista, ciudadano y como alguien que lleva años entre datos, debates truncos y frustraciones. Me quedé con la sensación de que estamos ante una bisagra histórica: que nuestro país, tantas veces detenido en la queja, podría dar un paso hacia un diálogo más serio.
No hablo aquí en nombre de ninguna institución, sino como alguien convencido de que necesitamos otra forma de conversar políticamente, que no esté atenta sólo al aplauso y a la discusión liviana, donde la farándula y las redes sociales son más valoradas que la discusión de fondo.
No hubo agendas propias, sectoriales o regionales, ni compromisos inexcusables; hubo discusión de temas que importan al país como las instituciones más que las personas, el cambio generacional inminente, el equilibrio entre lo personal y lo social, así como la importancia de la iniciativa privada.
El formato fue cronometrado y técnico, pero lejos de volverse distante, permitió poner a prueba la solidez de las propuestas y de los candidatos. Los temas no fueron caprichosos: se habló de instituciones, de juventud, de derechos y de empresas. Es decir, de futuro. Y se lo hizo con franqueza, sin condescendencia y sin eludir lo incómodo.
Hubo diversas coincidencias entre los candidatos presentes, quienes reconocieron que el Estado está agotado. Que necesita una reforma basada en meritocracia, transparencia y profesionalismo. O, que el sistema educativo colapsó; y que el modelo fiscal de distribución entre niveles de gobierno ya no da más.
También quedó claro que, aunque no se planteó directamente, la crisis económica está en el centro de todo. Sin resolverla, no hay política posible que se sostenga.
Pero no todo fue armonía. Hubo diferencias —y qué bueno que las haya— sobre el tamaño del Estado, el rol de la seguridad social, el narcotráfico o la reforma laboral. Eso también es sano.
Lo preocupante no son las diferencias, sino los vacíos: hay temas que ni siquiera entran en el radar de los candidatos. Por ejemplo, casi no se habló de reconciliación, medioambiente, igualdad de oportunidades o diversidad. Y ese silencio dice mucho.
Lo más valioso de este evento fue que se recuperó algo que creímos perdido: la política como deliberación, no como espectáculo. En un país donde muchas veces se premia el ruido y no la claridad, se demostró que sí se puede construir desde el fondo y no desde la forma. Como espacio de ideas, no de etiquetas.
Terminé con la certeza de que se puede —y se debe— exigir más profundidad en las propuestas, más respeto en el intercambio, más evidencia en las decisiones.
Ahora viene una segunda parte clave: el Foro Económico CAINCO, el 26 de agosto. Será días después de la primera vuelta electoral, cuando el país ya tendrá una idea más clara de su rumbo político. Y allí el desafío será aún mayor: transformar las ideas políticas en una hoja de ruta económica concreta. Por eso el título que le dieron no es casual: “Transformar el quiebre en punto de partida”.
Los sucesos recientes me dan la impresión de que estamos ante un punto de inflexión. No sé si estamos listos, pero sí sé que estamos cansados de más de lo mismo. Este foro —y todo lo que venga después— no resolverá mágicamente nuestros problemas, pero puede aportar justo lo que más escasea: evidencia seria, propuestas viables y un sentido de responsabilidad política que ya parece extinto.
Desde que comenzó la crisis económica en 2023, considero que no basta con criticar o quejarse. Es hora de construir alternativas reales. Y si algo tengo claro es que sin instituciones funcionales y una economía que camine, no hay democracia que aguante.