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El autor tiene bien claro que este escrito puede resultar polémico. Entre otras cosas porque en él afirma que Andrés Ibáñez no era genuinamente federalista sino igualitario. Es decir: socialista o comunista, influido por la Revolución francesa. Y que la supuesta influencia de Proudhon es una interpretación improbable, sin evidencia.
Sin embargo reconoce, por supuesto, que Andrés Ibáñez era un tipo sumamente inteligente y carismático, un hombre de acción. Amado además por el pueblo y odiado por la élite más élite de entonces a causa de sus discursos y acciones (leáse secuestros por dinero), derivadas de su necesidad de financiar la revolución igualitaria en Santa Cruz.
El viraje a último momento del igualitarismo al federalismo, en los últimos meses de su vida, trajo y trae todavía un montón de confusión sobre el personaje. Por eso es que desde visiones opuestas se lo rescata y ensalza. Por eso es que cada quien ve en él lo que quiere ver. E incluso por esa razón es que se lo romantiza.
Al autor nada le gustaría más que caerle bien a todo el mundo y coincidir con todos. Sin embargo, para bien o para mal, convive desde siempre con un compromiso con la verdad. Su verdad, claro. Y este mismo autor entiende muy bien que en estos tiempos posmodernos la verdad puede ofender a alguna gente. Y luego de cavilar terminó por considerar que si el precio de decir su verdad son unos cuantos ofendidos, bueno, ni modo; está dispuesto a pagar ese precio.
Bien leído no hay ataque. Aporta a una mejor comprensión sobre un tiempo y un protagonista de la historia de Santa Cruz. Su alcance será seguramente limitado porque el tema es, en alguna medida, abstracto, un análisis sobre ideas.
El escrito termina diciendo esto, que es importante:
“Dios, la historia o el azar lo eligieron a él como encarnación de la legítima aspiración de una región por apropiarse de su destino, de vivir en libertad y no en servidumbre, sin miedo y ejerciendo su derecho a prosperar por su propio esfuerzo. Como dijo el rico comerciante de entonces, Andrés Ibáñez fue un cruceño inteligente que lastimosamente malempleó los muchos dones que tuvo. Abrazó y condujo una revolución guiado por un ideal perverso que suena bonito, pero que en la práctica sólo ensangrienta y empobrece a la sociedad ahí donde se lo aplica.
Lo que en modo alguno significa que una región productiva, a la que llegan desde todos lados buscando oportunidades para prosperar y vivir en libertad, no tenga derecho a apropiarse de su destino y a gobernarse a sí misma. E incluso, a ser ejemplo para los demás, y por qué no: a liderar un país. Las causas son más grandes que los hombres”
ACCEDE AL ENSAYO COMPLETO HACIENDO AQUÍ: Tres versiones de Andrés Ibáñez – Marcelo Añez
