Tribus ideológicas
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Así cómo en la sociología urbana se ha identificado las llamadas tribus urbanas, normalmente grupos de jóvenes que desarrollan ciertas pautas de vida y costumbres que permite identificarlos y autoidentificarse, cabe preguntar si la geografía del pensamiento no esta poblada por tribus, con sus practicas e ideas comunes.
Voy a utilizar la palabra ideología en un sentido amplio: conjunto de ideas que caracterizan a un grupo humano, siendo las más evidentes las religiones y las ideologías políticas. En ambos casos, el conjunto de ideas tiene pretensiones de totalidad, pues suponen “visiones” que abarcan todas o las más importantes facetas de la vida en sociedad. Pero, es evidente que tanto las religiones como las ideologías políticas no sólo tienen una dimensión intelectual (ideas y creencias) sino que, y posiblemente con mayor relevancia en la vida cotidiana, tienen dimensiones afectivas, de sentimientos, que se traducen en ritos, costumbres y hábitos.
En toda tribu son fundamentales los elementos identitarios, que definen la pertenencia (quienes pertenecen a la tribu) como la exclusión (quienes están fuera de la tribu). Cosa semejante ocurre con las tribus ideológicas: los elementos identitarios son fundamentales.
Ahora bien, lo que quiero destacar es que las tribus ideológicas definen un cuerpo de ideas fundamentales, que, además, al menos en la tradición Occidental, se expresan en un cuerpo de textos “sagrados”, o sea, un conjunto de textos de la mayor relevancia y prestigio, que los miembros de la tribu consideran con reverencia y que leen con apertura, con un gran espíritu de aprendizaje. Se lee para comprender, meditar, reflexionar. Son textos sobre los cuales se edifica una comprensión del mundo, el hombre, la sociedad e incluso el Estado. Esto, que es evidente en las religiones del Judaísmo, el Cristianismo y el Islam, también ocurre en las ideologías: los escritos de Marx y Engels, Lenin o Mao se convirtieron en los textos fundamentales de los Estados del Socialismo Real. Mi Lucha, el libro que Hitler escribió en la cárcel en 1924, se convirtió en un texto de estudio y lectura en la Alemania Nazi.
Los dos casos señalados son casos extremos que supusieron ideologías que lograron capturar estructuras estatales, para desde allá imponerse al conjunto de la sociedad. Pero la noción de tribus ideológicas se puede pensar en el ámbito de una democracia que ha iniciado un proceso de polarización. Mientras que la llamada Ley de Hotelling se ha aplicado al ámbito de la política para explicar los procesos de convergencia ideológica en las democracias occidentales, hoy parece estar ocurriendo lo contrario: procesos de diferenciación y polarización cada vez más intensos y perturbadores.
Sin entrar en toda la complejidad de tales procesos de la política contemporánea, quiero volver a la idea de las tribus ideológicas. Se trata de pensar que dentro de un grupo de intelectuales se establece un conjunto de lecturas de rigor, cuya lectura y discusión, de alguna manera definen la identidad de la tribu. La tribu define, por lo tanto, una tradición intelectual en la que se define y enmarca. Ahora bien, el elemento perturbador es que, al definir un canon, los miembros de la tribu, dejan de leer, estudiar y reflexionar los textos y los autores que no pertenecen a su tradición, y si alguna vez los leen, lo hacen con ánimo negativo, en una mera búsqueda de errores y falacias que se debe cuestionar, para finalmente culminar con el descarte del texto/autor analizado. La mala conciencia que supone una lectura así planteada, en definitiva una mala lectura, se racionaliza con la etiqueta de “lectura crítica”. Un ejemplo de esto es que cuando Mario Vargas Llosa publicó su libro La Llamada de la Tribu (2018), donde hace una exposición de algunos pensadores caros a sus ideas liberales, un año después Atilio Borón publico una suerte de libro-respuesta llamado El Hechicero de la Tribu, con el ideal de destrozar los planteamientos del escritor peruano.
Es indudable que la simpatía ideológica nos aproxima más a ciertos autores y textos que a otros, y luego de la lectura y reflexión podríamos estar más de acuerdo con un escritor que con otro, pero en principio deberíamos leer para entender lo que nos dice cierto autor, al margen si simpatizamos o no con sus ideas y planteamientos; solo luego de esa lectura comprensiva debería abrirse el tiempo de la crítica, que puede ser inmisericorde. Pero, leer de entrada con animo polémico no parece ser la mejor forma de escuchar al autor de un texto.
Pero, el mayor problema puede ser el cerrarse en el canon de la propia tribu, y ejercer la crítica “de oídas”, asumiendo la lectura ajena (normalmente de un maestro o hermano de la propia tribu) como buena.
Negarse a leer los textos y autores de las otras tribus, o leerlos con ánimo adverso (falsamente “crítico”) sólo nos encierra en nuestra tribu, y es una garantía de entrar en los caminos del fanatismo y del dogmatismo.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo