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El pasado viernes, la soledad política de Nicolás Maduro quedó patente, durante su ilegítimo acto de posesión presidencial. Ningún mandatario democrático acudió a la cita, ni siquiera los titulares de las potencias regionales menos alejadas ideológicamente (Colombia, México y Brasil).
Sólo fue escoltado por los dictadores del continente: Miguel Díaz-Canel de Cuba y Daniel Ortega de Nicaragua, el segundo de los cuales improvisó un discurso falaz e impresentable, donde intentó comparar al presidente electo, Edmundo González Urrutia, con el pirata William Walker, que en el siglo XIX tomó brevemente a su país.
Por su parte, el presidente boliviano Luis Arce, muy cercano a esa troika, no quiso “quemarse” (aunque envió felicitaciones por la red social X), sobre todo en momentos en que está extraditando a los ex jefes antinarcóticos de Evo Morales a Estados Unidos. Es decir, a algunos de los principales operadores de la exportación de cocaína durante el período 2006-2019.
Esta parece ser la fórmula híbrida encontrada por el arcismo: alineamiento diplomático en los foros internacionales con China y Rusia, y al mismo tiempo negociaciones antinarcotráfico bajo la mesa con Estados Unidos; dirigismo burocrático de la economía con expansión de las empresas estatales, y de vez en cuando aperturas con cuentagotas, implícitamente condicionadas a que los empresarios privados no financien a los candidatos de oposición.
En lo político, la fórmula mantiene abierta la vía electoral, pero retiene el control de la mayoría de los asientos en el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), desde donde podrían activarse algunas trampas de campaña. Habrá que ver hasta qué punto la minoría de nuevos magistrados electos al TCP logra entorpecer esas jugadas, y qué ayuda puede recibir desde el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), donde sí se produjo una renovación mayoritaria.
En cualquier caso, el mal ejemplo dado por el fraude masivo de Venezuela dibuja negros nubarrones en el horizonte de Bolivia. Junto a las necesarias conversaciones de unidad, los precandidatos de oposición deben empezar a pensar en un gran aparato combinado de control electoral, que contrapese a los “fantasmas” del padrón y a las coerciones del voto comunitario.
Al margen de su ausencia en Caracas, la disyuntiva histórica está planteada para Arce: acoplarse a la troika como un cuarto jinete del “democalipsis”, entrando en un callejón sin salida que lo encerrará cada vez más en el autoritarismo; o mantener un juego político más abierto, que eventualmente le permita algún tipo de reciclaje democrático. El pesimismo de la inteligencia indica que optará por lo primero. El optimismo de la voluntad nos deja un signo de interrogación.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo