Tsunami (Chile)
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El establishment político e intelectual chileno, responsable de la paupérrima situación actual, no quiere aceptar que, tras su evidente fracaso, el país esté buscando una respuesta alternativa. Se trata de los mismos que ningunearon y atacaron a Milei y que hoy observan desconcertados cómo empieza a tomar forma una de las recuperaciones económicas más formidables de la historia occidental en Argentina. Son también los que rechazaron visceralmente a Trump, quien, en menos de un mes de haber sido electo, logró la paz en el Medio Oriente y ahora se acerca a conseguirla en Europa.
«Si quiere subsistir políticamente, la élite, entre la que hay sin duda gente valiosa, deberá cambiar radicalmente su discurso, le guste o no, y abrazar las ideas que antes detestaba. Algo de eso ya ha ocurrido, pero no lo suficiente».
Son, en fin, esos que creen que The New York Times es una fuente confiable de información, que ser profesor de Harvard significa algo relevante y que organizaciones internacionales como la ONU, la OCDE o el FMI son entidades portadoras de una sabiduría ante las cuales no queda más que arrodillarse.
Se trata, en suma, de élites que han antepuesto su propia auto percepción de superioridad moral y sus intereses ante las necesidades de los ciudadanos que reclaman servir. Aun no reconocen que fue precisamente mientras trataban de señalar su virtuosismo con estupideces como la agenda totalitaria LGTB y fronteras abiertas, que la calidad de vida de la población se desplomaba. Del mismo modo, para servir a su vasta red de clientes y amigos, subieron sistemáticamente los impuestos, aumentaron el gasto poniendo al país en el camino de la insolvencia fiscal y llevaron al Estado a hacer metástasis en todas las áreas posibles.
Fueron ciegos, muchas veces deshonestos y, como toda élite aversallada, incapaces de ver las corrientes subterráneas que se incubaban en el seno de la sociedad producto de su propia decadencia como clase dirigente.
Hoy se encuentran con todo un movimiento de millones de personas que no quiere saber más de ellos e intentan explicarlo por todos lados creyendo que será probablemente pasajero. Esta misma élite carece de un plan real para resolver el problema de inseguridad y migración desatada que creó. Tampoco tiene uno para restaurar la prosperidad que contribuyó a destrozar con su obsesión igualitarista y su entrega a los fraudes intelectuales de la justicia social y los derechos sociales.
Y carece de ese plan porque, a diferencia del movimiento liberatorio que, luego de décadas de siembra, hoy florece en el terreno abonado por la ineptitud de esa misma élite, no tiene una cosmovisión o filosofía clara. En su fatal ignorancia, especialmente en la derecha, siguen pensando que todo es un juego de intereses y negociaciones cuando lo fundamental es, como explicó Douglas North, el sentido de justicia que predomina en la población de cara a la realidad y a este lento pero profundo cambio de época.
Por eso, mientras las élites de derecha e izquierda rechazan a Milei, Trump y Bukele, sus pueblos los tienen en máximos de popularidad y, en Chile, Bukele es el mandatario más admirado. Y es que, cuando se vive en buenos barrios es fácil poner los ojos en blanco para competir por estatus moral con el vecino atacando a un Bukele. Distinto es cuando se vive en barrios tomados por el narco y todo tipo de criminales, situación que esa misma élite de barrio alto ha impuesto, con su cobardía y autogratificación moral, a un creciente sector del país.
Si quiere subsistir políticamente, la élite, entre la que hay sin duda gente valiosa, deberá cambiar radicalmente su discurso, le guste o no, y abrazar las ideas que antes detestaba. Algo de eso ya ha ocurrido, pero no lo suficiente. Veremos si alcanza a moverse a tiempo para contener la ola outsider que hoy se alza sobre ella como un tsunami. Si de algo nos sirve la experiencia de otros países, esto probablemente no ocurrirá y el tsunami le caerá encima, revolcándola por el suelo.