Un año con Milei
La elección de Javier Milei marca un giro radical en la historia argentina. Muchas cosas que nos conmueven a quienes vivimos la turbulenta década de 1970, no existen para la generación que ha llegado al poder. No es verdad que los nuevos políticos de 40 años sean demasiado jóvenes, la verdad es que otros, seguimos en una realidad de hace 50 años. Necesitamos integrar al análisis político la nueva realidad.
Escucha la noticia
Javier Milei cumple su primer año de gobierno con una aceptación, que algunos creíamos imposible. A pesar de los ajustes, más de la mitad de los argentinos lo ven bien, y un poco menos de la mitad lo ve mal. Pasa lo mismo con la gestión de su gobierno, algunos de sus funcionarios y dirigentes de La Libertad Avanza tienen una imagen con saldo positivo, mientras los dirigentes de la oposición, tanto blanda como dura, están mal.
La vicepresidenta Villarruel tiene la mejor imagen entre los políticos del país, pero probablemente su estrella se opacará por su enfrentamiento con el Presidente. La popularidad, las antipatías y los votos son de Milei y de nadie más. Por el momento, es el único líder con vigencia en la política argentina, el que tiene la iniciativa y pone la agenda. Los demás se han opacado, excepto Cristina cuya presencia lo ayuda como telón de fondo.
Hasta la marcha de solidaridad con las universidades, el Gobierno experimentó una crisis de imagen, que se fue incrementando por las restricciones, la mengua de los ingresos de los jubilados, y porque siempre pasa cerca de un año, hasta que la gente se acostumbra a un nuevo presidente y su estilo. El mandatario, por su parte, va aprendiendo el oficio y desarrolla el síndrome de Hubrys, fomentado por una corte novata que se autopercibe todopoderosa y eterna. No es exclusivo de este gobierno, es un fenómeno universal.
Los entornos del Presidente se entusiasman, creen que su poder es eterno, y el Hubrys los conduce al error. Esta palabra griega significa soberbia, ego desmedido, lo opuesto a la sobriedad y la moderación. Los helenos creían que ofendía a los dioses, que enviaban a Némesis, la diosa de la retribución, para que castigue al ególatra y provoque su perdición.
Los liderazgos pospandemia tienen algunas cosas en común. Ante todo, los nuevos dirigentes lucen distintos de los tradicionales. Una forma de saber quién puede ser el ganador imprevisto en unas elecciones, es averiguar cuál es el candidato más distinto de los antiguos políticos para la mayoría de la gente. No importan las ideologías ni los programas, el que comunica que encarna el cambio y tiene mejores posibilidades de posicionarse.
Para los políticos y analistas tradicionales, es difícil entender cómo funciona la nueva comunicación política, que tiene poco que ver con los textos y el contenido de los discursos, y mucho con las formas y el espectáculo. No importa que las palabras sean poco coherentes, lo que comunica es el lenguaje corporal, los escenarios, se trata de llamar la atención de los ciudadanos. Parecería fácil hacerlo, pero no lo es. Algunos políticos han tratado de ganar las elecciones haciendo idioteces en la red, y en vez de conseguir votos han quedado como payasos.
Para tener éxito en este nuevo tipo de política se necesita inteligencia y sofisticación, y Milei y Trump las tienen. Son personas con capacidad para reaccionar rápidamente ante situaciones imprevistas, de manera llamativa, original, conectándose con la gente común. Convierten las derrotas en triunfos.
Su imagen es transparente, pintoresca, intolerante, y al mismo tiempo divertida. Juegan astutamente a personificar a David. Cuando Sergio Massa apabulló a Javier Milei ganó el debate, pero el libertario suscitó la solidaridad de la gente y se llevó los votos. Si los miembros de la casta atacan a Milei, parecería que es un Robin Hood al que los poderosos quieren hacer el mal. Mientras más imprecisa es esa “casta” mejor: son todos los malos, no un individuo, es una conspiración universal, no una bronca personal. Trump y Milei saben que Goliat tiene dificultades para ganar las elecciones en la sociedad horizontal de internet, y que los líderes duros necesitan fortalecer su imagen con elementos de humildad y sencillez.
Trump no fue a freír papas en el McDonald’s porque lo divertía, sino para aparecer entre la gente, como un candidato auténtico, que demostraba la impostura de Kamala, cuando dijo que había trabajado en esa cadena. Durante la campaña y en la presidencia, Milei supo expresar sentimientos, deja ver sus emociones, llora, aparece contento, canta, baila, parece perder el control todo el tiempo. Incluso cuando amenaza, su mensaje tiene algo de divertido, semejante a los anuncios de los “brazos armados” de la política argentina, La Cámpora y Las Fuerzas del Cielo, cuyos soldados, sabemos que no quieren conseguir armas, sino autos de alta gama.
Los opositores y aliados blandos y duros están confundidos. No saben si confrontar o colaborar. Si se enfrentan a Milei se desmoronan, si lo apoyan incondicionalmente, van a ser absorbidos gratuitamente.
En Occidente se impuso un nuevo orden, no como resultado de un debate teórico, sino por la invasión de los celulares, los GPS, las computadoras, el desarrollo de la tecnología, que es el hecho político más importante de la época. Los líderes más jóvenes expresan naturalmente esa nueva sociedad y los electores se percatan quiénes están actualizados y quiénes caducaron.
Hay temas que nos conmueven a quienes vivimos la Guerra Fría, cuando existía el comunismo, enfrentado a Occidente, y buena parte de la humanidad creía que había llegado el fin del capitalismo. Eso se acabó en 1990. Los caballos que halaban la carroza de la Cenicienta socialista se convirtieron en ratones, colapsaron los sueños revolucionarios y todos los países adoptaron el capitalismo, excepto una isla que padece hambre en el Mar de los Sargazos y come gracias a la caridad del capitalismo mundial.
Rusia reconstruyó el zarismo retrógrado de siempre, Irán volvió a ser una potencia oscurantista, gobernada por clérigos fanáticos que quieren asesinar a la mayor parte de la especie. China se convirtió en un país capitalista que avanza a pasos agigantados, sin las limitaciones del monoteísmo, que predica que existe una naturaleza humana, inventada por un Dios que nos creó a su imagen y semejanza. Herederos de la atea filosofía confuciana, los chinos en vez de creer en Dios se están convirtiendo en dioses.
En América Latina agoniza el último intento de cambio, el socialismo del siglo XXI. Fracasaron las dictaduras militares de ese signo. Daniel Ortega, llevó a Nicaragua a la miseria, y cambia la Constitución para eternizarse en el poder, en medio de una creciente impopularidad. Maduro es una vergüenza mundial. Con orden de captura emitida por la Interpol, fue incapaz de encubrir el fraude que le permitirá seguir en el poder.
En Bolivia, Luis Arce tiene las peores cifras de aceptación que hayamos visto en décadas. Evo Morales mantiene su fuerza, envuelto en un escándalo desagradable, acusado de tener sexo con menores, confirmada por él mismo, cuando reconoció la paternidad del hijo de una niña de quince años.
En Ecuador el enfrentamiento de los antiguos políticos con Daniel Noboa, el presidente elegido más joven de su historia, es total. Dirigentes tradicionales de todas las tendencias, se han aliado para desestabilizar al gobierno, promoviendo el caos, ayudados por revolucionarios del siglo pasado, y una vicepresidenta que no puede entrar a territorio norteamericano acusada de corrupción. Nerviosos por su probable derrota, los opositores intentan desestabilizar a Noboa, apoyados por algunos expresidentes a los que conozco y nunca imaginé que apoyarían a Correa, como Vicente Fox, Mauricio Macri, Tuto Quiroga y Santiago Peña.
En ambos países, sin una dictadura militar que lo mantenga en el poder por la fuerza, el socialismo del siglo XXI intenta el golpe de Estado.
En Argentina la condena a Cristina Kirchner y su imagen, encarnación de la política antigua, ayudan a Javier Milei. Inteligentemente, él la ha retado a un debate para polarizar a la sociedad con ella, en un escenario que le sería ampliamente favorable.
Los principales líderes del socialismo del siglo XXI se asemejan: tienen problemas con la Justicia, mantienen una base de popularidad de cerca del 30% y ayudan al triunfo de sus adversarios, porque en sus respectivos países, un 60% de los electores dice que nunca votaría por ellos.
Esta corriente, que juntaba ideas socialistas, supersticiones religiosas y animistas, fue un oximoron. Marx nunca habría hablado con pajaritos, ni promovido la religión nicaragüense de las amatistas, ni defendería tesis religiosas que niegan los derechos de las mujeres.
Los rezagos de la Guerra Fría, las ideas liberales que se desarrollaron en la segunda mitad del siglo XX, y también el socialismo hip&hop de los últimos años, instalaron en nuestras sociedades una “corrección política” que terminó generando rechazo. Algunas ideas que motivaron a los jóvenes de hace 50 años mantienen vigencia, como la lucha por los derechos civiles, la igualdad de las mujeres, la diversidad sexual, la lucha por la vida, la dignidad de los animales, pero fueron exageradas y manipuladas por activistas que provocaron la marejada conservadora que vivimos.
Las ideas contestatarias, en la cabeza de mentes autoritarias, que se instalaron en el establecimiento, provocaron un desastre. Entidades creadas para defender los nuevos derechos se convirtieron en comisarías que perseguían a los opositores y negocio para los militantes del partido de turno. La “corrección política” se quiso instalar por ley. Los que decidían cuántos desaparecieron en la dictadura pasaron a ser los políticos, no los historiadores.
La elección de Milei marca un giro radical en la historia argentina. Muchas cosas que nos conmueven a quienes vivimos la turbulenta década de 1970, no existen para la generación que ha llegado al poder. No es verdad que los nuevos políticos de 40 años son demasiado jóvenes, sino que otros seguimos en una realidad de hace 50 años.
Necesitamos replantearnos todo, integrando al análisis político los celulares, la inteligencia artificial, el Photoshop, la visión del mundo de gente que se relaciona mirando pantallas y mensajes de WhatsApp y se aleja de los rostros reales.