Escucha la noticia
Estos días recordamos el aniversario del grito libertario cruceño de 1810. Días de celebración, pero también para reflexionar sobre su futuro y los retos que tiene.
Cuando participé en 2016 en el proyecto Desafíos del Siglo XXI para Santa Cruz de Cainco, encontramos que existían tres retos para la región en particular y el país en general: diversificación, digitalización y educación.
En el marco de la colaboración entre Cainco y la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (Uagrm) para la concepción de un nuevo modelo académico, la semana pasada compartí con un grupo amplio, aunque incompleto, de autoridades académicas morenianas sobre el mercado laboral boliviano.
Mis reflexiones se centraron en los resultados de diversos estudios al respecto, incluyendo uno propio sobre educación e informalidad. Por la importancia del tema, comparto las principales ideas.
Un primer factor es que las encuestas del BID y del Banco Mundial muestran que más de dos de cada tres empresas bolivianas tienen problemas al buscar y encontrar empleados por la falta de habilidades y competencias. No encuentran personas con las características requeridas para los puestos de trabajo.
Por otra parte, “estamos a ciegas” respecto a la calidad de la educación. No se mide y poco se quiere hablar sobre qué tan buena o mala es la educación en sus distintos niveles. Tenemos mediciones comparables con otros países que son de hace mucho tiempo (1997 o 2002, según sea el caso) y sólo de cursos específicos. No se puede mejorar algo que no se mide, como lo decía Lord Kelvin.
Sugerí que la Uagrm en particular y todas las universidades midan tanto la materia prima (bachilleres) como el producto final (profesionales), pero usando estándares internacionales que sean comparables o “estandarizados”.
Las casas de estudios superiores deben identificar claramente cómo están los bachilleres y mostrar los resultados promedio, como también brindar una idea objetiva de las competencias y habilidades con las que están saliendo los graduados.
En tercer lugar, basado en los trabajos de Michael Kremer, premio Nobel de Economía que expuso en Cainco en 2017, recordé que las mejoras en el sistema educativo deben realizarse de forma apropiada. Es decir, se tienen que buscar soluciones basadas en la evidencia y no simplemente en estereotipos o clichés.
Por ejemplo, los estudios muestran que las soluciones como proveer computadoras y textos, o reducir los tamaños de la clase no han sido exitosos. Sin embargo, aquellas que se enfocan en los docentes han sido mejores para promover el aprendizaje.
Un cuarto punto fue que la educación rinde poco comparada con otros países o incluso es negativa en determinados niveles. Mientras que en otros países la rentabilidad bruta se encuentra en torno a 10% de más ingreso por año adicional de educación, en nuestro país este número es menor a 5%.
Basado en una investigación propia (titulada “Años perdidos”), afirmé que esta baja rentabilidad se debería a la alta informalidad, la cual a su vez respondería a una normativa laboral inflexible y del siglo pasado.
Mis consejos para la transformación educativa fueron puntuales.
Primero, se tiene que revisar las materias que se dictan y reducir a las que son estrictamente necesarias para las carreras. De esa forma, se podría dar paso a otras materias como pensamiento crítico, creatividad, resolución de problemas y otro tipo de habilidades.
Segundo, se debe tener una evaluación externa, independiente y objetiva sobre la calidad de los graduados, averiguando si responde a las necesidades de empresas y organizaciones, así como a los estándares internacionales.
Y, por último, privilegiar y premiar el desempeño académico para que la educación sirva como señalizador de la calidad del trabajador. No sólo entregar el título, sino informar sobre el desempeño académico.
Es un reto muy superior y difícil de conseguir porque involucra cambiar a más de 20 mil académicos, de los cuales sólo pude reunirme con una fracción. Pero no imposible.