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Por Lluís Foix
No será un Mundial normal el de Qatar. Primero, por ser el primero que rompe los calendarios de todas las competiciones nacionales. Segundo, porque significa la ostentación apoteósica de la riqueza procedente de un país cubierto de petrodólares que ha construido una ciudad y unas instalaciones deportivas en las que han participado los mejores arquitectos, diseñadores y urbanistas del mundo. Y, tercero, porque estas maravillas han sido posibles por una explotación laboral de miles de extranjeros.
No hay cifras oficiales pero en la construcción de los estadios e infraestructuras en el entorno de Doha han muerto supuestamente cientos o miles de obreros procedentes en su mayoría de países asiáticos. Será un Mundial controvertido. No solo por la naturaleza del régimen qatarí sino también porque la designación de la FIFA fue aprobada por las federaciones nacionales.
Qatar exporta dinero para hacerse con clubs multimillonarios como el PSG y para vender publicidad en medio mundo. El Manchester City y el Chelsea fueron reflotados con millones de dólares de un estado del Golfo y de un oligarca ruso. Si hay que buscar transparencia en el fútbol global no puede ser selectiva ni ser valorada con criterios democráticos occidentales. China o Rusia, por poner dos ejemplos, tendrían que ser vetadas en las competiciones internacionales.
El fútbol no es solo el deporte de masas más global sino también un juego de intereses ocultos, de comisiones estratosféricas y de operaciones oscuras y secretas. Un mercadeo de emociones. Pero el buen futbol merece verse.
*Este artículo fue publicado en eldiarioexterior.com el 16 de noviembre de 2022