Un mundo que murió
La presencia de los nuevos liderazgos que han ganado las elecciones en varios países, pone en evidencia cuán obsoletas estaban las instituciones y liturgias políticas. Si quieren recuperar vigencia los líderes y las organizaciones políticas del pasado, tendrán que hacer un enorme esfuerzo para recrearse en una realidad, que ya no es la de hace veinte años. No hay posibilidades de retornar al pasado, ni en la política, ni en otros aspectos de la vida. No volverán las máquinas de escribir y las tablas de logaritmos.
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La mayor parte de los dirigentes y dinastías sindicales son anteriores a dos hechos que cambiaron radicalmente la realidad: la caída del socialismo real y la explosión de las innovaciones vinculadas a la red de 2007.
Durante el siglo, buena parte de la humanidad fue gobernada por gobiernos comunistas, que mantenían las tesis de Marx sobre la clase obrera. En varios países de Occidente había organizaciones que mantenían la esperanza de que triunfe la revolución mundial dirigida por el proletariado.
Marx desarrolló durante la primera mitad del siglo XIX sus teorías, que adquirieron fuerza cuando un revolucionario ruso, Lenin, encabezó la Revolución de Octubre y se difundió el marxismo-leninismo. El filósofo ideó ciertas leyes de desarrollo del capitalismo, que fueron la base de su teoría. Pensó que el maquinismo crearía artefactos sofisticados que condenarían a los obreros a realizar actividades repetitivas que acabarían con su creatividad. Explicaba la historia como el enfrentamiento de dos clases sociales que serían sus únicas protagonistas: los dueños de los medios de producción y la clase obrera. Esto provocaría la pauperización de los trabajadores que terminarían en la pobreza más absoluta, les quedaría solamente su prole y por eso los llamó proletarios. En esa situación, los obreros, que serían la mayoría, tendrían que impulsar una revolución mundial y asumir el poder.
Este esquema teórico tuvo vigencia no solo en la Unión Soviética, los países que ocupó después de la Segunda Guerra Mundial, China, Cuba y otras naciones, sino también en Italia y Francia en donde existieron robustos Partidos Comunistas y enormes centrales sindicales de esa orientación.
Gran parte del movimiento obrero europeo tomó otro camino. A despecho de las teorías marxistas, los trabajadores de muchos países organizaron partidos socialdemócratas en los que los sindicatos tuvieron un papel central. La socialdemocracia luchó por los derechos de los trabajadores y consiguió que tuvieran un buen nivel de vida. No se vino la pauperización sino la prosperidad, en sociedades capitalistas con un tinte socialista.
El paro de la CGT fue una maquina de escribir perdida que ya nadie usa
En América Latina muchas organizaciones obreras fueron poderosas, pero integradas a proyectos políticos más amplios. El partido laborista más importante del continente fue el Partido de los Trabajadores de Brasil, que llevó dos veces al poder a un obrero metalúrgico, Luiz Inácio “Lula” da Silva, la primera vez en solitario, y la segunda encabezando una coalición de casi todos los partidos políticos del país, enfrentados a la fuerza emergente de Bolsonaro.
En Argentina el movimiento sindical nació organizada por el General Perón, quien fue agregado militar en la Embajada argentina en Roma en el tiempo de Mussolini. En esa época se vivió en Europa el auge de gobiernos autoritarios, nacionalistas, de corte fascista, especialmente en Alemania, Italia y España, que incorporaron a organizaciones sindicales dependientes de su proyecto. Hitler y Mussolini surgieron de organizaciones socialistas y la Falange cultivó un brazo obrero importante. Fueron organizaciones de trabajadores poderosas, que obedecían a caudillos de corte militar que no venían de la clase obrera.
Perón promulgó una reforma laboral inspirada en la Carta del Lavoro promulgada en 1927 en Italia, y creó un movimiento sindical que reconocía su liderazgo absoluto. No solo que funcionó bien ese sindicalismo peronista, sino que otros quisieron emular el modelo. En 1966 el General Juan Carlos Onganía pretendió ser un nuevo Perón, entregó a los sindicatos una serie de privilegios que les permitieron manejar recursos con los que pudieron ofrecer muchos servicios a sus afiliados.
Otros militares como Massera y Galtieri tuvieron el sueño de convertirse en Perón, conjugando militarismo, clase obrera y religión, en un esquema que no tenía nada que ver con el sindicalismo que impulsaron los marxistas.
En todo caso la CGT ha sido uno de los pilares de la nación argentina, y conservó ese sitio cuando casi todas las organizaciones sindicales del continente perdieron vigencia. Los sindicatos manejan enormes recursos que les permiten contratar fuerzas de choque para imponer la voluntad de una burocracia que se enriqueció desmesuradamente. Sus dirigentes suelen imponerse en las elecciones internas, recurriendo incluso al uso de las armas, en una lucha que más que ideológica tiene que ver con el control de enormes fuentes de riqueza. Hay que reconocer que los obreros sindicalizados, en general, son los que pueden afrontar la crisis presente con ventaja, porque esos sindicatos, con todas sus falencias, les permiten negociar ventajosamente su salario y no perder tanto ante la inflación.
La sociedad de los celulares informa y también fomenta prejuicios
La mayoría de los dirigentes sindicales llevan varias décadas al frente de las organizaciones. Mencionemos solamente los años de antigüedad de aquellos que asumieron sus funciones antes de la caída del Muro de Berlín: Amadeo Genta: 41 años, Rodolfo Daer: 39, Luis Barrionuevo: 39, José Luis Lingerí: 38, Armando Cavalieri: 38, Hugo Moyano: 37, Julio Piumato: 34, Andrés Rodríguez: 34, Gerardo Martínez: 34. No importaría la antigüedad de su mandato si se hubiesen renovado, pero esto no es así. Siguen siendo los mismos dirigentes que conocí cuando estudiaba en la Universidad de Cuyo a principios de los setenta.
El otro elemento que ha transformado a toda la sociedad y a la política es la transformación tecnológica. Este fue el tema principal de nuestro último libro, “La nueva sociedad, Poder femenino, electores impredecibles y revolución tecnológica. De la transformación al caos” y es objeto de las investigaciones y papers que escribimos en varios países y que exponemos en los ámbitos académicos. El terremoto es total y no hay axiomas que reemplacen a los del antiguo paradigma creado por Napolitan.
Está claro que lo que hacíamos hasta hace diez años no tiene vigencia. Después de Milei, Boric, Castillo, Bolsonaro, Bush, no volverán la discusión de programas de gobierno, los concursos de oratoria, los locales partidistas en cada municipio, para que los punteros de la campaña se reúnan a fumar y jugar a las cartas mientras organizan el reparto de folletos de propaganda. La mayoría de la gente ya no fuma, impide que otros lo hagan en locales cerrados, no juega a las cartas, tiene otras diversiones con su teléfono, no se puede convencer a nadie con el contenido de folletos, la política tiene que ver con sentimientos, sensaciones y likes. El diagnóstico negativo está claro, los consultores más sofisticados hacen esfuerzos para hacer una propuesta que permita afrontar la nueva realidad.
La gente ve la política, no oye demasiado. La mayor ayuda que recibió el gobierno de Milei cuando enfrentó a una de las manifestaciones más importantes de la democracia en defensa de la Universidad Pública, fue la presencia de personajes caducos que ocuparon la tarima y pronunciaron discursos desgastados. Lanzaron un balde agua fría que apagó el entusiasmo de la multitud que se había reunido movilizada por una causa. En la sociedad contemporánea las muchas casas impiden el desarrollo de las causas.
Se necesita que los dirigentes comuniquen novedad, movimiento, utopía. Más que un edificio para alojar al comité central del partido o a la dirección de la campaña, se necesita que los líderes muevan sentimientos que lleven a los militantes a movilizarse.
El líder moderno se incorpora a la multitud. No la dirige desde un balcón, se une a ella y la orienta, compartiendo sentimientos y emociones. Debe ser auténtico, en una sociedad en la que todos tienen un celular que les permite registrar todo lo que ocurre y recibir en tiempo real noticias que pueden no ser trascendentes, pero producen reacciones que se viralizan y desatan tempestades.
El paro de la CGT fue una máquina de escribir perdida en medio de una sociedad que ya no la usa. En el siglo pasado, cuando la organización sindical decía que paraba, en realidad, se detenía todo lo que existía. No solo acataban el paro los que creían en sus motivos, sino también los que temían el ataque de las patotas de matones que los sindicatos desplegaban para atacar a quienes trabajaban.
Sucedió en los paros que organizaron los dirigentes sindicales contra el gobierno de Macri, pero apareció un artefacto que defiende al ciudadano común de los autoritarismos y atropellos: el celular. Personas que fueron atacadas por matones tomaron fotos y películas, las mandaron a los canales de televisión, las viralizaron a través de las redes. La reacción de la inmensa mayoría no fue la de antes, cuando muchos habrían calificado a esta acción como una denuncia que atentaba contra la defensa de los trabajadores. Los ciudadanos actuales respetan las opciones de los individuos y no apoyan la imposición del punto de vista de unos sobre otros. Es un nuevo individualismo solidario nacido de las pantallas.
La sociedad de los celulares informa y también fomenta prejuicios. Los dirigentes sindicales de siempre, cuyos coches y mansiones se han visto en las redes, carecen de la autenticidad necesaria para ser los representantes de los pobres. La mentalidad conspirativa de la época hace que esos problemas se exageren y destruyan su credibilidad. Un dirigente transparente que ama a sus mascotas es más creíble que un millonario vestido de pobre que pronuncia discursos para mantener sus privilegios. Sea o no real, es lo que ve la gente.
Es indispensable que todos los dirigentes que quieran mantener vigencia reconstruyan un liderazgo que caducó.