Un resultado previsible
En las elecciones actuales, triunfan quienes expresan la rebeldía que nace del desencuentro de la gente con la democracia representativa, que la lleva a apoyar lo inédito y la rebelión constante. El problema se presenta en todos lados: Francia, Israel, Estados Unidos y en toda América Latina. Milei gana porque es distinto. Se lo entiende usando un paradigma del que hablamos en nuestros libros y en esta columna por más de una década: la nueva política.
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Antes de comer vale revisar la fecha de caducidad de las conservas, para no morir envenenado. En esta sociedad líquida, ocurre lo mismo con los conceptos: caducan a gran velocidad e intoxican.
No hay que sorprenderse con el triunfo de Milei o suponer que él, Boric, Castillo, Bolsonaro, Trump, Lasso, y Petro ganaron las elecciones porque en sus países crecieron la derecha o la izquierda. Son conceptos que perdieron sentido con la Guerra Fría y fueron reemplazados por una demanda de cambio radical, sentimiento sin contenidos, que expresa solo una emoción.
En las elecciones actuales triunfan quienes expresan la rebeldía que nace del desencuentro de la gente con la democracia representativa, que la lleva a apoyar lo inédito y la rebelión constante. El problema se presenta en todos lados, Francia, Israel, Estados Unidos y toda América Latina.
Ganan los que se ven distintos de los políticos, no tienen su apoyo, ni el de los medios de comunicación y la mayoría de las instituciones, no tienen aparato. Esto no tiene que ver con las ideologías, ni con las propuestas, sino con diferenciarse de los “políticos de siempre”. Las propuestas no sirven mucho. Esta es una democracia de likes en la red, no de ideas en papeles. Las mayorías cambian su punto fácilmente, los plebiscitos conducen a cualquier lado, como el Brexit inglés o la negativa a la paz en Colombia. Boric ganó proponiendo acabar con la Constitución de Pinochet, pronto sus seguidores rechazaron sus mismas ideas y ahora redactan una Constitución más pinochetista. Castillo ganó en Perú, porque no se parecía a los políticos de siempre, y cayó antes de que se supieran bien sus propuestas.
Milei gana porque es distinto. Se lo entiende usando un paradigma del que hablamos en nuestros libros y en esta columna por más de una década: la nueva política. Hace dos años anticipamos que Milei tenía la posibilidad de ganar las elecciones. Se desinfló cuando trató de conseguir líderes que le apoyen en provincias, como Menem en La Rioja y Bussi en Tucumán. Retomó fuerza cuando entendió que no tenía que lograr el apoyo de líderes locales, que podía ganar siendo él mismo.
En Argentina nos dijeron lo mismo que algunos políticos chilenos y colombianos. En Chile era impensable una segunda vuelta, sin candidatos de las coaliciones que gobernaron todo el período democrático o en Colombia con los que gobernaron toda su historia. Pero en sus segundas vueltas solo estuvieron candidatos de fuera.
La crisis de las antiguas organizaciones políticas es terminal. Desde hace mucho, los candidatos de partidos de gobierno pierden las elecciones, con la excepción del Partido Colorado de Paraguay. Se fundó en un país que habla guaraní, para resistir la invasión de dos países con la bandera celeste y blanca de los borbones, aliados a un tercero que enarbolaba el verde de Braganza y el amarillo de los Habsburgo. En todos los demás países ganó un candidato de oposición, o alguien que estaba en contra del establecimiento.
En Argentina el sistema está diseñado para lograr la vigencia sin fin del peronismo. La boleta sábana es un instrumento que bloquea la votación de candidatos nuevos, carentes de un aparato que reparta votos, los cuide y los cuente. En muchas provincias, seguramente hicieron un fraude importante a Milei, quien no contó con una estructura de cientos de miles de delegados.
Argentina es uno de los pocos países de América Latina que no tiene autoridades electorales independientes. Las elecciones las maneja el Ministerio del Interior y jueces que a veces son poco transparentes. Recuerda los peores tiempos de la dictadura perpetua de México, cuando no había nacido el IFE. Esto está hecho para que nadie de fuera del sistema pueda competir.
Pero, este año, un 70% de argentinos está muy enojado, rechaza a las instituciones, partidos políticos, sindicatos, Congreso, a la Justicia, a la Policía. El 65% decía en una encuesta reciente que prefiere que gobierne un nuevo partido que no sea el peronismo ni la oposición. Si formuláramos mejor la pregunta, en realidad, dirían que quieren que gobierne un no partido.
Por eso el éxito de Milei. Expresa un intenso sentimiento de rebeldía, su éxito es estar fuera del sistema. Cuando se quiso instalar con líderes en las provincias, pareció que se opacaba. Se recuperó cuando comprendió que sus votos son suyos, tienen que ver con su personalidad, no necesita líderes locales.
Se desmoronaría si se dedica a defender programas, o si lo apoyan dirigentes de la “casta”. Quienes encasillan a los candidatos, podrían decir que es un populista de derecha como Trump, pero más preparado, como Bolsonaro, pero más inteligente.
Milei no ofrece sufrimientos al conjunto de la población. Como lo hizo AMLO en su momento, dice que hará un enorme ajuste, pero no a costa de la gente, sino de los malos: los políticos. No habla de austeridad, de aumentar tarifas, dice que mantendrá los planes. Su mensaje es agresivo pero de futuro, contagia optimismo, alegría. Sus seguidores lucen felices. Un candidato incapaz de transmitir optimismo y alegría difícilmente puede ganar en la edad del placer.
Como la mayoría de los candidatos mencionados, viene de atrás. Nadie creía que podían ganar Trump, Bolsonaro, Boric, Castillo, Lasso, Petro, Hernández de Colombia. Aparecieron sorprendiendo a los medios de comunicación, políticos y analistas tradicionales, y se convierten en el gran tema de conversación. Con el éxito, todos les ven altos, rubios, y de ojos azules. Esos candidatos no caen luego en su intención de voto. Tienden a subir. En un país en el que un 31% de votantes enojados no concurrió a las urnas, no sería raro que canalicen su agresividad votando a Milei. En ese caso es posible que gane en una sola vuelta.
Si hay segunda vuelta, ¿con quién puede pasar Milei? En el país de los cisnes negros, compite el ministro de Economía de la inflación de tres dígitos, que está en una mala situación. La hecatombe del kirchnerismo es final, la derrota del peronismo estrepitosa. Con la candidez morbosa que caracteriza a los voceros del Gobierno, dijeron que el kirchnerismo está en su piso, y que los otros candidatos han llegado al techo. La derrota de Cristina en Santa Cruz, la de Malena Galmarini en Tigre y el salto meteórico del dólar hacen pensar que en esta casa, el techo puede estar debajo del piso.
Cristina pudo tener un Presidente títere cuando se puso en el primer lugar de la sucesión presidencial, en la presidencia del Senado, y consiguió un personaje que le permita nombrar gabinete y manejar los fondos del Estado. Nada de esto ocurriría si llega a ser Presidente Massa, hombre con ambiciones y personalidad. Sería el fin de Cristina.
El peronismo llega a su ocaso en un continente en el que colapsaron Copei y AD en Venezuela, el MNR en Bolivia, la ID y el PSC en Ecuador, APRA y AP en Peú, la Concertación y la Coalición de derecha en Chile, PT, PSDB y PMDB en Basil. Habría que poner una alerta en México, en donde puede triunfar un outsider distinto a “los políticos de siempre” de Morena al que los medios de comunicación y los intelectuales no le den ninguna posibilidad.
Las últimas maniobras del kirchnerismo son inútiles. A pocos días de la elección, Francisco nombró para un cargo en el Vaticano, al juez que con su apología del delito ha causado tantas muertes en el país. Al menos parece que el nuevo jerarca eclesiástico ha cerrado su red de prostíbulos en la Ciudad de Buenos Aires. Pero la suerte está echada, Massa no conseguirá más votos aunque el Papa inicie el proceso de beatificación de Emerenciano Sena y otros sospechados de crímenes atroces a los que recibe en audiencias privadas. Todos pertenecen al pasado.
La situación del Juntos por el Cambio es compleja. Es el más probable contendor de Milei si hay una segunda vuelta. En las internas ganó Patricia Bullrich, con tesis semejantes a las de Milei: hacer un cambio, en una semana, sin negociar con nadie. Si no logra diferenciarse y posicionarse en un lugar más sensato, será la segunda marca de Milei, y la gente, cuando puede, compra las primeras marcas. Una posición intransigente, pero más “pituquita” tendría pocas posibilidades.
Aunque en este momento la posición de su contradictor Horacio Rodríguez Larreta sea menos popular, se impondrá si estalla el conflicto con la presidenta de Milei. El país solo puede salir adelante con un diálogo amplio, que vaya más allá de los grupos políticos y sociales, que incluya a la gente común, tan deseosa de opinar sobre todo.
Los seres humanos de la edad de internet no son obedientes. Quieren ser consultados. Los liderazgos ególatras que nombran a dedo a los candidatos, como el de Cristina, son del pasado. Eso no volverá a pasar. Los dirigentes actuales y también la gente común, quieren opinar.
Con los desastrosos resultados del Gobierno, la gente no elegirá una presidenta que obedezca a un expresidente. Albertítere fue un desastre. Mauricio Macri fue el gran fundador de la corriente del cambio y tiene muchos méritos, pero la gente no elegirá una presidenta que obedezca a un jefe, menos en un país machista como el nuestro. Patricia no tendrá éxito si no demuestra personalidad e independencia.
La verticalidad de las propuestas es otro problema para Juntos por el Cambio. Decir “tenemos un grupo de sabios que va a escribir el programa que salvará al país, y usted, argentino común, tiene que obedecer”, es un obstáculo en la cultura actual. Peor si algunos voceros anuncian que lo que planifican será doloroso, que ofrecen austeridad y lágrimas, proscribirán el placer.
En la Edad Media el pobrismo parecía una oferta sensata, porque el 90% de la gente vivía en la miseria y creía que podía ir al cielo. Actualmente los alimentos terrestres están más a la mano y ni siquiera el James Web ha logrado una toma del cielo. Nadie quiere sufrir. Tampoco sacrificarse y ahorrar como los padres fundadores de los Estados Unidos, quienes lograron comer en el Thanks Given Day un pavo con arándanos. La gente actual celebra banquetes fastuosos y se divierte con muñequitos que recuerdan a los peregrinos.