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Estudié economía en los noventa, cuando mi profesión era famosa por su carácter tecnócrata. En Latinoamérica y en el país prevalecían dos visiones: una que celebraba las reformas por su éxito en estabilizar la economía, mientras la otra las criticaba por los costos sociales del ajuste.
Ambas perspectivas me acompañaron durante mis estudios en la Universidad Tomás Frías de Potosí. Allí disfruté del rigor académico de la economía ortodoxa, pero también aprendí del enfoque alternativo, del socialismo.
Cuando continué mi formación en la Universidad Católica de Chile, reforcé mi lado tecnocrático, aunque con importantes matices.
Allí, al análisis teórico se sumó un componente aplicado basado en la revisión exhaustiva y analítica de experiencias históricas y el uso riguroso de métodos estadísticos. Además, descubrí que este enfoque no se limitaba a países y mercados, sino que también abarcaba los problemas sociales. La economía no era ajena a estas problemáticas; proponía metodologías rigurosas para ofrecer respuestas sólidas.
A mi regreso al país seis años después, con una especialidad en macroeconomía aplicada, ingresé al banco central. Esta etapa me dejó dos reflexiones clave. Primero, la distancia que separaba a Bolivia de otros países emergentes en términos de buenas prácticas macroeconómicas: había mucho por hacer, pero pocas manos para hacerlo.
Segundo, con el cambio político en 2006, se impuso un paradigma alternativo a los enfoques de los noventa, con énfasis en lo social y lo identitario. Aunque esta perspectiva aportó una dimensión diferente, descuidó la institucionalidad y no reconoció la existencia de restricciones, que hoy son más evidentes y dolorosas.
También descubrí la importancia vital de la política en las decisiones económicas. Un técnico no sólo diseña soluciones; también debe convencer a las autoridades de implementarlas. Casi en toda mi vida profesional me he frustrado al ver cómo decisiones políticas, a menudo caprichosas, desechan propuestas técnicas sin fundamento.
Esta dinámica se repitió en mi última función pública, en la agenda del bicentenario. Aunque diseñamos planes ambiciosos y pensamos que podrían dar un rumbo al país, creo que fallamos en considerar quiénes y cómo los ejecutarían.
Eso sí, para mí y quienes estuvimos fue una experiencia insuperable para conocer todo el aparato público, sus pocas fortalezas y múltiples debilidades.
Hastiado de la función pública, ingresé al sector privado, donde descubrí un nuevo mundo de oportunidades. Aunque inicialmente me pareció egoísta, entendí que los empresarios son sinceros: buscan ganancias. En contraste, muchos políticos, bajo la promesa y apariencia del bien común, persiguen solo el poder y los beneficios personales.
Creí haber cerrado este ciclo hasta dos meses después de la pandemia. Pese a los riesgos y costos, sentí la obligación de colaborar nuevamente aportando ideas para un plan de empleo y financiamiento externo. Como en toda mi carrera pública, no tuve ninguna incidencia adicional en el poder o sus decisiones, sólo consejos técnicos.
Al regresar quedé con un sabor mixto: amargo por los resultados, pero útil por las lecciones aprendidas. Atribuí erróneamente estos problemas a las circunstancias políticas del momento.
Comprendí que un Estado débil, descoordinado y sin experiencia no puede responder eficazmente a crisis de esta magnitud e implementar estrategias de recuperación. Ahora me doy me doy cuenta de que el problema es estructural porque el sector público sigue igual y, paradójicamente, en crisis.
Las tres “íes”—inercia, ideología e ignorancia—siguen dominando nuestro sector público. No podremos mejorar, ni siquiera con un nuevo gobierno, sino las enfrentamos y no perdemos de vista crucial el equilibrio entre lo técnico y lo político.
Hoy, 35 años después, soy más realista y escéptico de lo romántico. Reconozco las virtudes y limitaciones del enfoque técnico.
Así son las canas: enseñan, pero también exigen no olvidar y compartir lecciones.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo