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Sumaré unas gotas más de tinta a las que ya han corrido, con justicia, en los últimos días. Esto, para recordar que el Nobel peruano-español, además de un ensayista notable, un novelista ingenioso y un dramaturgo no tan eficaz, fue un valeroso navegante a contracorriente de los tiempos históricos que le tocaron vivir.
Primero, como casi toda la intelectualidad latinoamericana de la época, se ilusionó o romantizó a los barbudos que bajaron de Sierra Maestra, con un discurso inicial de revolución democrática pero con el guión estalinista bien escondido para su implantación a sangre y fuego.
Pero pasaron pocos años hasta que Varguitas calibró las dimensiones de la fortaleza represiva edificada en el Caribe y rompió con la dictadura castrista, a raíz del caso del escritor Heberto Padilla. Le tocó entonces navegar contracorriente, como un caballero casi solitario, mientras que en el norte del continente hacía lo propio otro gigante: Octavio Paz.
Hoy se dice fácil, pero en aquel entonces esa disidencia era extremadamente compleja, e implicaba una suerte de “muerte civil” en muchos círculos. Con los años y las décadas, la disidencia de intelectuales fue creciendo hasta emparejar un poco las cosas a nivel regional, siempre con alguna predominancia de los romantizadores del partido único y las ejecuciones en masa.
En los ´70, atestiguar el fracaso económico y el despotismo político de una dictadura militar de izquierda en el Perú, la de Velasco Alvarado, confirmó su rumbo hacia el liberalismo, que entendió siempre sin dogmas, como libre pensamiento y con un compromiso claro contra todos los autoritarismos.
Por esto último, y aún reconociendo las transformaciones logradas por los friedmanianos en Chile, no dejó nunca de considerar a Pinochet como un dictador y de pedir su salida del poder.
A fines de los ´80 y comienzos de los ´90, su oposición a un gobierno socialdemócrata radicalizado, el del primer Alan García, que nacionalizó la banca y con ella los ahorros de los peruanos, lo impulsó a fundar el Movimiento Libertad, que encolumnó a grandes contingentes ciudadanos en contra de la medida confiscatoria.
De ahí vino su candidatura a la presidencia, que luego reflejaría en un libro del todo recomendable, El pez en el agua. Pudo pensar por un momento que ahora sí navegaba con la corriente a favor, hasta la aparición en escena del ingeniero Alberto Fujimori, que le ganó la segunda vuelta con un discurso populista, para luego aplicar parte de su programa anti-inflacionario y encabezar un nuevo experimento autoritario con la disolución del Congreso. Nuevamente, le tocó a Vargas Llosa criticar las medidas antidemocráticas, ante la incomprensión de muchos de sus propios partidarios.
En lo que va del siglo XXI, fue una voz incansable de cuestionamiento a los neo-socialismos erigidos según el molde venezolano, y en tiempos mucho más recientes no avaló el sistema concentracionario de Nayib Bukele ni la demagogia proteccionista y xenofóbica de Donald Trump. Habrá que seguir su ejemplo y navegar contracorriente.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo