Víctima y verdugo
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Un partido, dos corrientes. Un partido, dos aparatos. Un partido, dos liderazgos. Un partido, dos posibles candidatos. Un partido que en la última década y media ha ocupado buena parte del campo político en disputa y, ejerciendo el poder, ha empujado a la periferia al resto de organizaciones partidarias, cívicas, sociales y ciudadanas.
La lucha es en este momento del MAS contra el MAS. Un partido de impronta hegemónica que, al no tener alternativa al frente, puede interpretar el rol de héroe y villano al mismo tiempo. Hace de víctima y verdugo en una anticipada guerra política, que ahora es pública, por la candidatura del masismo en la elección presidencial de 2025.
¿El MAS lo es todo en el país? Las oposiciones, además de haber sido arrinconadas a espacios secundarios del campo político nacional, son intrascendentes en sus acciones políticas y por el momento nulas en términos de alternativa de poder, habiendo signos inequívocos de una inevitable fractura del bloque oficialista.
En ciertas circunstancias el evismo aparece como víctima y en otras, como verdugo. Ocurre lo mismo con la corriente bautizada a si misma como renovadora. Unas veces hace el papel de héroe frente a la facción evista y otras cumple el rol de villano. La pugna ha escalado al más alto nivel del Gobierno y del partido de gobierno.
El evismo se mostró como víctima, por ejemplo, cuando denunció mediáticamente el robo del teléfono celular de su caudillo estando en el lugar el Ministro de Gobierno. O cuando sus dirigentes y parlamentarios advirtieron que se busca encubrir la corrupción denunciada en la Administradora Boliviana de Carreteras, incluidas supuestas amenazas contra ellos y sus familias.
Jugó el papel de víctima cuando Evo Morales habló de un “plan negro” en contra de las cabezas del evismo, pero se transformó en villano, en ese mismo tema, cuando fue desmentido por el Ministro de Defensa, que en el régimen de los 14 años fue hombre de absoluta confianza del caudillo y convivieron en la residencia presidencial de San Jorge en 2006.
El evismo fue verdugo cuando apareció como protector del narcotráfico tras la detención del exjefe antidrogas Maximiliano Dávila a principios de este año. O cuando Morales quedó como mentiroso tras un coro de desmentidos sobre discriminación en el Canal 7, el “plan negro” y un supuesto pedido de reuniones privadas por parte de autoridades del Ejecutivo gubernamental.
La corriente liderada por Luis Arce, a la que se suma por ahora David Choquehuanca, apareció como víctima ante los sistemáticos ataques discursivos de Morales, dirigentes y legisladores del evismo que incluyen denuncias de protección al narcotráfico desde niveles políticos, actos de corrupción y el presunto sometimiento al imperialismo.
Y desempeñó el papel de verdugo cuando supuestamente discrimina a Morales y le asigna un rol secundario frente a la militancia, por ejemplo en la última movilización oficialista en defensa del Gobierno. O cuando hace oídos sordos a las denuncias y mantiene en sus puestos a ministros cuestionados por el Jefe del MAS y profundiza la grieta interna.
Si la estrategia de las oposiciones, sobre todo las partidarias, es mantenerse en el palco viendo cómo se destrozan en el masismo, sin mostrar que el país tiene opciones viables frente a la corrupción, la protección del narcotráfico, la persecución política y el abuso de poder, entre otros males, la alternativa al MAS parece que seguirá siendo el MAS.
La guerra entre las poderosas facciones del masismo concluirá con una implosión definitiva o una reconciliación estratégica, cuando llegue el momento político de elegir al binomio que participará en la próxima carrera electoral. Entre tanto, el masismo seguirá dándose el lujo de ser víctima y verdugo en un país aún sin alternativa seria, viable y transformadora.