Escucha la noticia
El título de la película “¿Y dónde está el piloto?”, una parodia de la estupidez humana, me sirve para referirme a la policía en Bolivia, pero ahora no a los altos mandos corruptos, a los represores, a los jefes narcotraficantes y a los robocop que controlan las manifestaciones públicas. Esta vez quiero referirme a los policías de la calle, que deberían garantizar que la vida cotidiana de los ciudadanos fluya sin problemas, pero que lamentablemente brillan por su ausencia cuando se los necesita.
Pocos ciudadanos sabemos cuáles son las responsabilidades de la policía, porque confundimos a la Policía de tránsito, la Guardia Municipal, y otros uniformados que a veces vemos fuera de sus recintos. Pocos conocen cuáles son sus tareas, de modo que no me queda más remedio que ponerlos en el mismo saco de inútiles mank’a gasto (come-de-balde).
No sabía que había tantos policías hasta que, a fines de junio, bloquearon la avenida Costanera de La Paz para molestar a la ciudadanía. Interrumpieron el tráfico en esa arteria principal para desfilar y celebrar algo, en lugar de irse a algún lugar descampado donde nadie los vea, porque, la verdad es que dan vergüenza ajena. ¿Dónde se ocultan tantos policías en días normales?
En días normales, no se los ve para nada, menos aun cuando se los necesita. Brillan por su ausencia porque están dormitando detrás de sus escritorios o encebándose en algún comidero cerca de su comando zonal.
Son tan inútiles que nos hacen extrañar a los “varitas” que antes dirigían el tráfico a sol y a sombra. Los conductores respetaban el silbato, dejaban pasar a peatones y pasos de cebra, no cometían tantas infracciones. Los varitas, por lo menos, amonestaban a los infractores y a veces se ofendían cuando un conductor quería pasarles una “coima”. Hoy estamos mucho peor con los inútiles que deshonran sus uniformes. Hay más normas de tránsito, pero nadie las respeta. En las narices de los policías los minibuses se pasan semáforos en rojo, estacionan en doble fila para recoger o dejar pasajeros, no respetan absolutamente nada y muchas veces ni siquiera tienen placas o licencia de conducir. Los vehículos particulares tampoco: se estacionan en las paradas del PumaKatari o sobre los pasos de cebra, sin mosquearse por los policías que ni siquiera los amonestan. No es raro ver autos estacionados exactamente donde hay un letrero que dice “Prohibido estacionar”. Así es Bolivia, en lo pequeño y en lo grande.
A apenas diez metros del Comando de Policía en la zona sur de La Paz, en la calle 8 de Calacoto, hay una parada de PumaKatari donde sistemáticamente se estacionan vehículos particulares y no hay un pinche policía que les ponga multa o siquiera un letrero de esos que se pegan sobre el vidrio frontal con la palabra INFRACTOR. Los policías de ese Comando, ociosos y panzones porque nunca hacen ejercicio, salen recién al medio día en grupos de tres o cuatro para comer en los puestos de comida que están en la misma acera, de espaldas a los atropellos que se cometen a pocos metros. Lo mismo sucede en otros puntos de la ciudad y en otras ciudades.
Medidas elementales como el uso obligatorio del cinturón de seguridad o respetar a los peatones que cruzan un paso de cebra, son en Bolivia prácticas exóticas (aunque haya normas y reglamentos). Los taxistas aceleran cuando ven a un peatón que cruza un paso de cebra, o cuando un semáforo pasa de rojo a amarillo. Nunca he visto a un policía amonestar a un conductor por no respetar los pasos de cebra o no llevar ajustado el cinturón de seguridad. En ciudades civilizadas los camiones repartidores sólo pueden transitar en horarios especiales (muy temprano en la mañana) para no entorpecer el tráfico. Aquí hacen lo que les da la gana, a cualquier hora.
Años atrás me atropelló un minibús (y se dio a la fuga) en la curva de la casa presidencial en San Jorge, donde los semáforos están de adorno, y nunca se ve a un policía que regule el tráfico que viene de cuatro puntos diferentes. Lo mismo sucede detrás de la Universidad Mayor de San Andrés, donde los peatones tienen que cruzar a la carrera entre los autos porque no hay un policía (y tampoco las difuntas “cebras”) para proteger a los de a pie.
Si a usted lo roban en la calle o en su casa, no pierda el tiempo llamando a las patrullas del 110. A pesar de toda la tecnología con la que cuentan, computadoras, vehículos y drones, probablemente no aparecerán hasta que pase más de una o dos horas (luego de mucha insistencia). En países civilizados, llegan al lugar de los hechos en pocos minutos. Los testimonios de frustración de quienes alguna vez han caído en manos la Policía del 110, son escalofriantes: ineficiencia y corrupción. Si no se les paga, no investigan. Un amigo encontró de casualidad su auto robado, en un estacionamiento de la propia Policía, cubierto con una lona para que no sea detectado.
¿Qué hace la Guardia Municipal? Creo que nada. Se los ve paseando y charlando en grupos, y a eso se reduce su presencia en las calles. No trabajan, no cumplen ninguna función y carecen de autoridad. En lugares muy concurridos, como la calle 17 de Obrajes, se instalan decenas de vendedoras ambulantes y nadie las saca de ahí. Probablemente les pasan “coima” a los encargados de mantener el orden. Los minibuses se estacionan en pleno cruce, y si de milagro hay un policía, se hace el ciego. En ciudades civilizadas las camionetas de la Policía decomisan la mercadería de los vendedores ambulantes, sin lugar a reclamo, y cámaras de seguridad capturan las placas de los vehículos infractores, y envían las multas a los dueños. Pero en este reino de documentos falsos, placas falsas y policías falsos, no pasa nada.
¿Cuánto cuesta a los ciudadanos mantener a todos esos inservibles? Sería mejor liquidar de una vez la institución policial y dedicar los recursos a algo más útil para la sociedad. La policía no presta servicios a los ciudadanos y está permeada por la corrupción. Y si hay alguno que otro policía honesto, es también corrupto por complicidad y encubrimiento de sus colegas.
@AlfonsoGumucio es ciudadano de a pie