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Veo una joven sentada bajo uno de los toldos levantados en la rotonda de la avenida Busch y segundo anillo, con un pequeño acordeón en manos del que insiste en sacar las notas del Himno Cruceño. Me llama la atención y no puedo contener el impulso de detenerme e ir tras ella, pese a la urgencia que tengo de llegar a una cita. La abordo y le pregunto a rajatabla si puedo fotografiarla. Sonríe y acepta, reconociendo mi voz. No me doy cuenta que es ciega, hasta que ella y su mamá me lo dejan saber. Con una sonrisa.
Se llama Alejandra, tiene 22 años, estudia Derecho en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno, hace masajes, macramé y, por si fuera poco, acaba de ser elegida presidente de la Comisión de Mujeres de la Federación Nacional de Ciegos de Bolivia. Sin dejar la sonrisa de lado, va contando su historia con un entusiasmo que conmueve. Ella y su mamá Roxana, que la acompaña, están convencidas de que la ceguera no es obstáculo ni razón para lamentaciones. Es bendición de Dios, tiene un propósito, dice Roxana.
No salgo de mi asombro. Más aun cuando oigo decir a Alejandra que está en ese punto de bloqueo y control del paro general que cumple Santa Cruz desde el 22 de octubre pasado en demanda del Censo 2023, por convicción. Son vecinas del lugar. Nadie las llevó hasta allí, me asegura mientras me cuenta que no es la primera vez que participa de protestas como la de este domingo lleva ya diecéis días. Estudiosa de leyes, Alejandra defiende una causa que considera justa y urgente, y saca a relucir el drama que viven las personas que tienen alguna discapacidad. Como ella, insiste en remarcar. Habla desde la experiencia.
Las abrazo y me despido de madre e hija, cargando en el pecho una sensación que parece más esperanza, que frustración o tristeza. Parece, subrayo, porque aun no estoy del todo contagiada del entusiasmo esperanzador en días mejores. Y eso, pese a que a lo largo de tantos recorridos hechos por todos los puntos de la ciudad desde el primer día del paro cruceño he logrado contabilizar más historias positivas que negativas, no solo personales, sino también colectivas. La de Alenadra es apenas una entre muchas más.
Historias como la de Jhonny, hasta 2019 uno más de los seres que deambulan por calles y avenidas, pero que desde entonces y luego de su presencia activa en el punto de bloqueo destacado en el segundo anillo y avenida Piraí, dejó la calle por un techito seguro, trabajo y vida compartida. No fue por inercia. O la de Freddy, que pasa sus días y algo de la noche en una silla de ruedas que lo transporta hasta donde sus ganas y sueños quieren, y que no ha dejado de hacer presencia militante en su punto de bloqueo desde hace ¿cinco años?
Estoy citando solo tres historias de vida, pero son muchísimas más y no siempre tienen que ver con personas que sufren algún tipo de discapacidad o marginalidad social. Digo, las historias de vida que voy rescatando de rotonda en rotonda, de punto estrátegico en punto estratégico, en casi toda la ciudad e incluso más allá, como fue mi llegada hasta La Guardia. Historias de vida personales, pero también colectivas. Historias que no dejan de sorprenderme hasta hoy, con su ollas comunes, su red de acción descentralizada, en gran parte autónoma y, algo que incomoda a muchos e intriga a todos, festiva. Muy festiva.
Por supuesto que, como dice el concejal Fede Morón, esto no es una taza de leche. Entre las formas de expresarse que tienen a mano las nuevas y viejas generaciones, en las que destacan la música, el baile, el juego de cartas, saltarines para niños y otras que apuntan a peatonolizar algunas calles y avenidas, también están las que yo considero del mal, entre las que destacan la violencia, la intransigencia, la incapacidad de relacionarse con el otro, el diente a diente y ojo por ojo. Pero son las menos, digo con una convicción que quisiera para otros planos.
Como vienen sosteniendo ya muchas estudiosas en el tema: Santa Cruz está logrando dar lugar a una manera extraordinaria de hacer ciudadanía, desde la protesta, aun poco valorada en su real dimensión, en la que no depender de un mando único, carecer de un caudillo y ser capaz de autogestionarse le está permitiendo construir un tejido social aun muy despreciado tanto por quienes se alternan en los diferentes niveles de gobierno, como por otras instancias y sectores de poder de la sociedad civil, en el que las Alejandra o los Freddy o tanto más son más la regla que la excepción. Y no, esto no es romantizar.