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Llegué a los 37 años de edad con entusiasmo y muchos proyectos por delante. Dos hijas pequeñas, una esposa, una familia muy querida y querendona, y muchos amigos que me aprecian por mi temperamento jovial y tranquilo, y por los aportes que hice en pocos años al cine boliviano.
Fui programador de la Cinemateca Boliviana, y me di el gusto de abrir espacios para la exhibición de películas que no hubieran tenido otros canales de distribución, especialmente cortometrajes, que me gustan mucho y me parecía justo promoverlos, así como a sus autores que comenzaban a hacer cine con las dificultades propias de nuestro país.
Publiqué comentarios sobre muchas películas en la página web CineMásCine, creada y administrada junto a Yeyo Zapata y a Mary Carmen Molina, amigos y cómplices de aventuras culturales, y también en los suplementos de Opinión (La Ramona), La Razón (Escape) y Cambio (La Esquina). Quizás prematuramente, a medio camino, recogí esos comentarios sobre cine y cineastas en el libro Notas y críticas de cine en “La Esquina” (2017, Editorial 3600), una precaria edición de 256 páginas que se deshoja como un árbol en otoño.
Uno de los proyectos que cultivé con más cariño fue la investigación y el libro resultante sobre Los aviones en el cine silente boliviano (2013, Editorial 3600), que me permitió revisar referencias hemerográficas y bibliográficas sobre películas bolivianas que incluían aviones. No eran pocas, ya que desde las primeras décadas del siglo XX los aeroplanos llamaron la atención de cineastas pioneros. El tema me apasionó porque la aviación se desarrolló a la par que el cine, fueron inventos casi simultáneos, una suerte de pareja ideal donde el innovador señor cine trataba de atrapar al vuelo las imágenes de la intrépida y joven aviación.
Si los aviones hubieran existido en 1895, los hermanos Lumière los habrían filmado en lugar de “La llegada del tren a la estación de La Ciotat”. En esta investigación traté de establecer, por una parte, el contexto histórico de la política y la sociedad en Bolivia desde principios del Siglo XX hasta la Guerra del Chaco, y por otra, el contexto mundial y local de la expansión del cine como registro documental y como expresión artística, hasta la dolorosa y a la vez luminosa transición del cine silente al cine sonoro. Me detuve en todas las películas de las que tuve noticia donde aparecían aunque sea brevemente (o en maqueta) aparatos de aviación. Utilicé en mi libro abundantes citas y referencias al pie de página para subrayar la densidad de mi investigación y sus respaldos documentales.
Por ello advertí en el Preludio que el libro es “una historia de papel”, como sugiere la acertada ilustración de la portada. La imposibilidad de acceder a las películas, muchas de ellas perdidas irremediablemente, me hizo confiar en fuentes escritas por nuestros pioneros historiadores, y por otros que bebieron de esa misma base documental décadas más tarde.
En el libro consigné hechos curiosos, como por ejemplo que los primeros aviones que despegaron a la altitud de 4000 metros, en el altiplano boliviano, llegaron en tren desde Chile. Subrayé el papel de Pedro Sambarino, pionero del cine argentino, boliviano y peruano, aunque era de origen italiano. Fue quizás el cineasta más interesado en registrar aviones en sus filmaciones. No fue el único, ya que don José María Velasco Maidana lo hizo también en su cortometraje documental Historia de la aviación boliviana (1930). Con base en el libro del inglés Julian Duguid, aporté sobre la aventura exploradora del camarógrafo J.C. Bee-Mason, quien acompañó por toda Bolivia al entonces diplomático Mamerto Urriolagoitia, en la producción del documental Through the Green Hell: Across Bolivia, también conocido como Del llano a las cumbres, que nunca se exhibió en nuestro país.
No me limité a describir la historia de los aviones en el cine boliviano, sino también la propia historia de la aviación, no siempre registrada por los cineastas. Le dediqué, por supuesto, buenas páginas a la película que en mi opinión representa lo más importante que se hizo en el cine relacionado con la aviación en Bolivia: Hacia la gloria (1932), donde el aeroplano es protagonista en el marco de la Guerra del Chaco, y donde el personaje que interpreta Donato Olmos Peñaranda, fue doblado por un piloto de lujo: Rafael Pabón. Con ese filme se cerró con broche de oro el periodo silente de nuestro cine.
Mi último libro es Arturo Posnansky y el cine (2020), un homenaje al ingeniero naval, arqueólogo aficionado y pionero del cine, cuyos aportes sobre Tiahuanaco y las comunidades indígenas del lago Titicaca fueron seminales. El libro incluye en una segunda parte la copia facsímil del libreto de su película más emblemática: La gloria de la raza (1926).
No he sido ajeno a los vaivenes de la política boliviana. Me sentí próximo al MAS de Evo Morales, pero nunca manifesté mis simpatías con fanatismo. Supe mantener una distancia prudente, aunque publiqué artículos en medios afines al gobierno y en el diario oficialista Cambio (el único que pagaba a sus colaboradores, gracias al presupuesto del Estado).
Mi abuelo Mario ha iluminado mi camino durante muchos años, quizás yo ilumine ahora el suyo. Me llamo Claudio Sánchez Castro, y me he prestado en este texto el título de una magnífica obra del poeta inglés Robert Graves, para hablar en primera persona con ayuda de un amanuense que es mi amigo y colega en las aventuras del cine boliviano.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo