Henry Oporto y Manuel E. Contreras analizaron la “crisis de gobernanza” en la universidad pública
La importancia de la educación superior para el país, el análisis del rol de las universidades para el desarrollo y la evaluación de la realidad del sistema universitario boliviano.
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Contreras es historiador económico, doctorado en la Universidad de Columbia. Ha sido docente en la UPSA, Universidad Católica, UPB, Universidad Andina y el CIDES. Oporto es sociólogo, investigador y ensayista.
“La educación juega un papel muy importante, porque forma capital humano. En el caso de la universidad, hay tres ámbitos principales: la formación de profesionales para cada especialidad, la investigación aplicada o pura, y la universidad como medio de impactar a la sociedad con su interacción como usina de ideas. En ciertos momentos, en Bolivia la universidad ha jugado un papel como incubadora de ideas políticas y sociales”, señaló Contreras.
Por su parte, Oporto dijo que la universidad pública “ha extraviado desde hace algún tiempo estos objetivos esenciales, discurriendo hacia una crisis muy profunda. El episodio de las últimas semanas alrededor de Max Mendoza y otros dirigentes eternos ha puesto de manifiesto la profundidad de la crisis, incluso una descomposición moral. El sistema de gobernanza de las universidades es disfuncional, proyectan una imagen de caóticas, con transgresión de normas y arreglos institucionales espúreos. Hay indicios de despilfarro de recursos, las universidades no rinden cuentas y tienen una gran resistencia a la evaluación y acreditación. Se ha desvirtuado el objetivo de la autonomía y del cogobierno. Prevalece un sistema populista de gobierno, con clientelismo, corporativismo y corrupción. Las universidades están secuestradas por intereses corporativos y sectarios”.
Contreras coincidió en que “el panorama de las universidades públicas en Bolivia es lamentable”, opinando que hay un problema de gobernanza interna “pero también de gobernanza externa. La sociedad boliviana no ha sido capaz de exigirle a la universidad. Tampoco el Estado ha sido capaz de generar una política de educación superior e introducir incentivos, atando los recursos a resultados objetivos. En Bolivia dedicamos 2,5 puntos del PIB a la educación superior, es un índice altísimo para tan pobres resultados. En la comparación entre 18 países de la región, Bolivia tiene la tasa más baja de graduación y la tasa más alta de abandono. El sistema está diseñado para tener ese resultado”.
El historiador añadió que la autonomía y el cogobierno “han pasado de ser una panacea a una triste caja de Pandora. Ya no son funcionales, están moribundos. Han demostrado que eran héroes con pies de barro. Hay que enterrar la autonomía y el cogobierno como sistema de gestión”.
Oporto planteó que “la masificación de las aulas ha colapsado a las universidades. En las últimas 4 o 5 décadas las universidades se han abierto, con una democratización del acceso que llevó a la inclusión de jóvenes provenientes de estratos populares. Fue un fenómeno de movilidad social que ayudó a reducir desigualdades socio-económicas. Pero esos beneficios se han agotado. La masificación no ha estado acompañada por esfuerzos genuinos por mejorar la calidad académica. Lo que hoy producen las universidades son profesionales mayormente mediocres, mal preparados, con enormes dificultades para encontrar ocupación en el mercado laboral. En cambio, los jóvenes de clase media y media alta acuden a universidades privadas y se abren nuevamente brechas importantes. La universidad pública boliviana está dejando de ser un medio de movilidad social”.
Contreras señaló que este problema es “perverso y multicausal. Los problemas complejos no tienen respuestas simples, no hay una píldora mágica. Las universidades han diseñado un sistema de selección y nivelación que ha fracasado. ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿De dónde va a venir el cambio? En el corto plazo no hay solución, es un proceso de decantamiento, de aprendizaje de por lo menos unos diez años”.
Finalmente, Oporto consideró que el gobierno “ha abdicado de formular una política de desarrollo de la educación superior, con alternativas de formación técnica. No es poca cosa lo ocurrido con los escándalos, la reacción de indignación de la opinión pública es una oportunidad para promover cambios que vengan de la sociedad. Hay que rescatar a las universidades de la captura corporativista, político-sectaria y clientelista. Se pueden dar ciertos pasos, como retomar la idea del 2005 de formar el Consejo Nacional de Acreditación de la Educación Superior, concebido como un órgano independiente del gobierno conformado por especialistas, con la misión de velar por la calidad de las instituciones de formación superior y de coordinar procesos de evaluación. También hace falta un nuevo modelo de financiación de las universidades. Al menos una parte de los recursos deberían estar condicionados a resultados académicos, mediante fondos concursables, competencia y emulación entre universidades”.